Decidimos esa noche, que esa pelota desinflada con 3 malformaciones en
forma de huevo, luego de tantas satisfacciones, necesitaba ser reemplazada. Esa
pelota, motivo de inspiración de aquel comediante mexicano al hablar de la
pelota cuadrada, rebotaba contrario a los preceptos de la técnica y desafiaba
las leyes de la naturaleza.
Afortunadamente, la malformación no era solo de la pelota ni los jugadores.
La cancha en general tenía tantos baches y desnivel, que si la pelota era
cuadrada o redonda hacía poca diferencia porque jugábamos en un espacio para
guardar carros que estaba cercado con alambre para protegerlo de posibles
invasores.
Pero esa cruel decisión, de lanzar al olvido aquella pelota de plástico, ya
parcialmente desinflada, sin marca, sin los dibujitos que usan para atraer las
compras, sin el olor del material que lo compone, tenía un motivo adicional y desenlazante.
Ojitos, a quien le llamábamos así por la robustez de sus lentes y a quien nunca
le valoramos su talento futbolístico a pesar de que jugó en el legendario UNIDERIA
FC, con aquel deseo de figurar, le dio un pelotazo tan fuerte y alto que lo
dejó clavado en ese alambre. Allí literalmente, bajo nuestra triste mirada, la
pelota lanzó su último suspiro.
El juego se detuvo y más allá de las reiteradas recriminaciones y
descalificativos a Ojitos, haciendo mofa de sus 18 de miopía, nos hizo concluir
al final de tanto bullying, que esa pelota no daba para más y una nueva pelota
era necesaria.
Y no era que le hacíamos bullying gratis, no éramos tan crueles, sino que siempre Ojitos estaba con aquel deseo de figurar, que a veces nos chocaba, pero al mismo tiempo nos provocaba simpatía, porque a pesar de su buen deseo y visión, las cosas no le salían, realmente no le salían bien con la pelota.
Jugó en UNIDERIA portando el número 2, que en algunos equipos era un dorsal
designado para aquellos que romantizaban sentar a los jugadores en la banca…
para siempre.
Debíamos entonces pensar en otra pelota. Algunos le exigieron a Ojitos que
él debía comprarla, porque gracias a su poca pericia, y a aquel tremendo error
de cálculo, nos habíamos quedado sin jugar por unos días. Él se negó
rotundamente y salió puerta afuera.
Nadie asumió comprar una pelota nueva. Pensamos en una recolecta, pero a
pesar de nuestro deseo de seguir jugando, nacía la duda de quién la tendría
mientras no hubiera juego para evitar el sobreuso y abuso. Algunos pensaron en
guardarlo en un guacal de madera con llave, pero fue descartado de inmediato.
Ojitos por ser mayor que nosotros había visto el España 82 y el México 86. Vio por TV como los capitanes, generalmente los mejores jugadores salían con la pelota y la madrina. Entonces usando su edad para imponer jerarquía se autodenomina el capitán, so pena de molestarse enormemente y llevarse el trofeo que había hecho con la mano, entonces pidió salir al centro del campo con la madrina y la pelota en aquel campeonato semanal, con nuestras tribunas de tierra completamente llenas…33 niños.
Vale mencionar que esta cancha, el garaje de nuestra casa, con una
dimensión para estacionar tres o cuatro autobuses, era el centro de
concentración de los amiguitos de la zona. Allí se jugaba fútbol, volibol,
metras y hasta se hacía arte. Podríamos decir que fue el primer polideportivo
de un pueblo carente de canchas públicas.
Recuerdo que Carlos y Yanet, dos fieles hinchas y vecinos, previo al juego
decidieron improvisar a último minuto un show cómico. No tenían libreto, ni
clase de teatro, pero se pintaron la cara e imitaron un espectáculo que meses
atrás se había dado en la casa cultural del pueblo. Yanet al ver que llegábamos
con la pelota, la pateó directo al estómago de Carlos como sí siguieran un
guion de teatro. Ella levantó la mano en señal de gol y Carlos al piso sin
aire. Reír fue inevitable.
Salimos al centro de la cancha y entre los vítores de las personas y los
aplausos, nos vamos al centro del campo. Con aquel deseo de figurar al estilo
Zico y Maradona, Ojitos coloca la pelota al piso y se la lleva con el pie
derecho para sentirse dueño de los aplausos y el espectáculo.
El problema de las pelotas desinfladas, es que al ser pisadas no
necesariamente persiguen el efecto rebote, sino que se convierten en una
trampa. Físicamente tiene una explicación, pero el mejor ejemplo ocurría
aquella tarde en esa canchita llena de acechantes miradas. Ojitos, en su corto
camino con la pelota al pie y trotando lentamente, la pisa y se va al suelo. En
venganza aquella pelota se filtra por un hueco de la cerca y se va a la calle.
Yo solo sentí la risa de aquellos 33 que, impregnados por su infancia, no tenían ningún tipo de timidez para soltar otra carcajada, esos que estaban cumpliendo perfectamente el onceavo mandamiento no escrito, “Ser feliz sobre todas las cosas”, el único que no debería ser perdonado.