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jueves, 5 de agosto de 2021

El onceavo mandamiento

Decidimos esa noche, que esa pelota desinflada con 3 malformaciones en forma de huevo, luego de tantas satisfacciones, necesitaba ser reemplazada. Esa pelota, motivo de inspiración de aquel comediante mexicano al hablar de la pelota cuadrada, rebotaba contrario a los preceptos de la técnica y desafiaba las leyes de la naturaleza.

Afortunadamente, la malformación no era solo de la pelota ni los jugadores. La cancha en general tenía tantos baches y desnivel, que si la pelota era cuadrada o redonda hacía poca diferencia porque jugábamos en un espacio para guardar carros que estaba cercado con alambre para protegerlo de posibles invasores.

Pero esa cruel decisión, de lanzar al olvido aquella pelota de plástico, ya parcialmente desinflada, sin marca, sin los dibujitos que usan para atraer las compras, sin el olor del material que lo compone, tenía un motivo adicional y desenlazante.

Ojitos, a quien le llamábamos así por la robustez de sus lentes y a quien nunca le valoramos su talento futbolístico a pesar de que jugó en el legendario UNIDERIA FC, con aquel deseo de figurar, le dio un pelotazo tan fuerte y alto que lo dejó clavado en ese alambre. Allí literalmente, bajo nuestra triste mirada, la pelota lanzó su último suspiro.

El juego se detuvo y más allá de las reiteradas recriminaciones y descalificativos a Ojitos, haciendo mofa de sus 18 de miopía, nos hizo concluir al final de tanto bullying, que esa pelota no daba para más y una nueva pelota era necesaria.

Y no era que le hacíamos bullying gratis, no éramos tan crueles, sino que siempre Ojitos estaba con aquel deseo de figurar, que a veces nos chocaba, pero al mismo tiempo nos provocaba simpatía, porque a pesar de su buen deseo y visión, las cosas no le salían, realmente no le salían bien con la pelota.

Jugó en UNIDERIA portando el número 2, que en algunos equipos era un dorsal designado para aquellos que romantizaban sentar a los jugadores en la banca… para siempre.

Debíamos entonces pensar en otra pelota. Algunos le exigieron a Ojitos que él debía comprarla, porque gracias a su poca pericia, y a aquel tremendo error de cálculo, nos habíamos quedado sin jugar por unos días. Él se negó rotundamente y salió puerta afuera.

Nadie asumió comprar una pelota nueva. Pensamos en una recolecta, pero a pesar de nuestro deseo de seguir jugando, nacía la duda de quién la tendría mientras no hubiera juego para evitar el sobreuso y abuso. Algunos pensaron en guardarlo en un guacal de madera con llave, pero fue descartado de inmediato.

 Ojitos por ser mayor que nosotros había visto el España 82 y el México 86. Vio por TV como los capitanes, generalmente los mejores jugadores salían con la pelota y la madrina. Entonces usando su edad para imponer jerarquía se autodenomina el capitán, so pena de molestarse enormemente y llevarse el trofeo que había hecho con la mano, entonces pidió salir al centro del campo con la madrina y la pelota en aquel campeonato semanal, con nuestras tribunas de tierra completamente llenas…33 niños.

Vale mencionar que esta cancha, el garaje de nuestra casa, con una dimensión para estacionar tres o cuatro autobuses, era el centro de concentración de los amiguitos de la zona. Allí se jugaba fútbol, volibol, metras y hasta se hacía arte. Podríamos decir que fue el primer polideportivo de un pueblo carente de canchas públicas.

Recuerdo que Carlos y Yanet, dos fieles hinchas y vecinos, previo al juego decidieron improvisar a último minuto un show cómico. No tenían libreto, ni clase de teatro, pero se pintaron la cara e imitaron un espectáculo que meses atrás se había dado en la casa cultural del pueblo. Yanet al ver que llegábamos con la pelota, la pateó directo al estómago de Carlos como sí siguieran un guion de teatro. Ella levantó la mano en señal de gol y Carlos al piso sin aire. Reír fue inevitable.

Salimos al centro de la cancha y entre los vítores de las personas y los aplausos, nos vamos al centro del campo. Con aquel deseo de figurar al estilo Zico y Maradona, Ojitos coloca la pelota al piso y se la lleva con el pie derecho para sentirse dueño de los aplausos y el espectáculo.

El problema de las pelotas desinfladas, es que al ser pisadas no necesariamente persiguen el efecto rebote, sino que se convierten en una trampa. Físicamente tiene una explicación, pero el mejor ejemplo ocurría aquella tarde en esa canchita llena de acechantes miradas. Ojitos, en su corto camino con la pelota al pie y trotando lentamente, la pisa y se va al suelo. En venganza aquella pelota se filtra por un hueco de la cerca y se va a la calle.  

Yo solo sentí la risa de aquellos 33 que, impregnados por su infancia, no tenían ningún tipo de timidez para soltar otra carcajada, esos que estaban cumpliendo perfectamente el onceavo mandamiento no escrito, “Ser feliz sobre todas las cosas”, el único que no debería ser perdonado. 


viernes, 16 de julio de 2021

¿Lo recuerdas Pachito?

Lo vi besar el escudo por televisión en aquel triunfo ante Unión Atlético Táchira y su euforia sobresalía en aquella sala velatoria que parecía ser Pueblo Nuevo. No puedo mentir, fue la primera vez que vi a alguien besando un escudo y tras ese escudo, su historia, su pasión.

Años después me lo encontré en un café de la ciudad y como no podría ser de otra manera, la tertulia giraba en torno al fútbol. Mientras jugaba con los granos de azúcar esparcidos sobre la mesa comienza a contar anécdotas sobre anécdotas, unas que nos hicieron provocar estruendos de carcajadas, otras para el anecdotario.

Me fue difícil diferenciar entre las historias de su vida y las anécdotas del equipo. Las mejores y peores páginas de su vida fueron aquellas que vivió con el equipo, porque más de una vez tuvo que vestirse de héroe sin capa para salvarlo de la condena, ese era “Pachito” Moreno.

Lo recordamos, aquella vez en la tribuna. Por alguna razón seguramente administrativa de aquellas nefastas directivas, justo antes del juego le informan que, al ser un técnico interino sin aval, no podía estar en el banquillo. Pachito se rasca la cabeza y pide de inmediato las llaves de la tribuna nueva del Soto Rosa.

El encargado de mantenimiento, busca sigilosamente en su bolso y se da cuenta de que aquellas llaves estaban cuidadosamente guardadas, pero en la gaveta de su casa. Pachito se rasca nuevamente la cabeza y mientras ve salir a los jugadores a la cancha, la mesa técnica le solicita alejarse de inmediato y le recuerdan que su aval estaba en consideración.

Entonces, la única opción posible era dirigir desde la grada bajo aquel intenso sol. Le sugirieron hacerlo en la tribuna para más comodidad, pero por la cercanía a la cancha optó por quedarse allí, aunque con los fanáticos alrededor.

Ante la ausencia de una forma eficaz de comunicación, optaron por aprovechar aquellos saques laterales cerca del costado donde yacía el técnico encargado para recibir indicaciones. Cada vez que se acercaba un jugador a hacer un saque lateral, Pachito corría y les hablaba, a medida que avanzaba el partido, los laterales se hacían más frecuentes y menos entendibles.

Se podría decir que un técnico tenía una idea de juego, pero en aquel entrevero de personas, todas sufriendo y todas queriendo ganar, le abordaban cada dos minutos para decirle lo que tenía que hacer. Al principio Pachito los escuchaba y algunos fanáticos juraban tener la fórmula del partido.

Eventualmente, cada vez que había un saque lateral, nacía una improvisada charla técnica. No solo asistían el técnico y el jugador sino detrás de ellos 4 o 5 fanáticos con su filosofía de juego, todos sentían ser el Tele Santana del momento. Al final los jugadores salían con más dudas que instrucciones.

El cansancio de Pachito llegó a tal punto, que debió buscar una estrategia más eficaz. Habló con “Saboréalo” aquel personaje del Soto Rosa que siempre estaba rifando algo en las gradas y tribunas del estadio Guillermo Soto Rosa. Nunca nadie pudo dar fe de aquellas premiaciones.

Saboréalo arrancó una hoja en blanco de aquel cuaderno en sorteo y entonces Pachito empezó a escribir las indicaciones. En la mitad del primer tiempo se las entregó al capitán para que fueran leídas en el entretiempo y seguidas al pie de la letra.

Justo antes de comenzar la segunda mitad, uno de los jugadores se acerca corriendo con la hoja de indicaciones y le pregunta por quién es el cambio. Pachito lo mira y le dice, “usted sale”, el jugador se regresa corriendo a la mesa técnica y justo antes de escuchar el pitazo inicial, vota las indicaciones en la basura.

Se regresa corriendo a la cancha sin mirar al costado, a donde no volteó más en lo que restaba de partido. Aquel jugador se olvidó de los saques laterales y minuto a minuto empezó a rodar la pelota con más precisión, a buscar más espacios, hasta erigirse como figura del partido.

Me quedo en la mesa, él se levanta, paga el café y se despide. Le pregunto:

- “Profe, honestamente me cuesta diferenciar entre su vida y la de Estudiantes”.

- “Es la misma”, me dijo, “es la misma”.




sábado, 10 de julio de 2021

“Pásele el pito a Cavalieri”

No recuerdo el juego, sé perfectamente que nada tiene que ver con el resultado que a la final no es ni anecdótico, con puntos que nadie recuerda, con jugadas que solo yacen en la mente de algunos jugadores. Tampoco sé del árbitro a quienes generalmente no recordamos, aunque no deberían molestarse porque no tengo la menor duda que a sus madres aún las recuerdan.

No era un juego a puerta cerrada, pero en Venezuela en algunas canchas pareciera que así ocurriera, a veces con más gente en la cancha que en la tribuna, aunque siempre existen esas barras que alientan arriba para transmitirlo todo a la cancha, pero a veces pasa lo contrario y todo lo que ocurre en la cancha se oye en la tribuna. ¡Todo!

Pero con todo y eso, siempre ha habido recursos económicos para traer técnicos que han dejado huella. La primera vez que escuché el nombre de Eduardo Borrero, fue en una esquina de la avenida 2 Lora de Mérida. Un par de amantes de la espumosa bien fría se comentaron entre ellos. “Y viene Borrero para Estudiantes” no recuerdo que más agregaron, pero lo que sí recuerdo es una sensación de aprobación, luego dos sorbos y les juro que no arrugaron la cara.

Borrero, para quienes no lo conocen llegó al fútbol venezolano como arquero y decir que es extranjero hoy en día es desconocer cuantos años ha estado entre Mérida y Puerto Ordaz, con Estudiantes, ULA, Mineros y hasta dirigió una selección Venezuela. Llegó a participar en el juego de las estrellas que por los años 70 u 80 se realizaron en Mérida entre extranjeros y nacionales.

De Ángel Raúl Cavalieri no tengo tan gratos recuerdos, el argentino siempre nos jugó en contra y para mí es uno de los mejores técnicos que han llegado a Venezuela, pero desde aquella vez que nos quitó el título en Mérida en la última fecha con su Italchacao, juré por mi perro y mi patria aceptar que se lo comieran los leones, aunque no lo logré.

Entre ambos ha habido innumerables duelos desde los años 90, con escuelas distintas. Borrero con más toque de pelota, Cavalieri con más pragmatismo, pero siempre con duelos particulares, podría decir que se conocen bastante, pero honestamente nunca vi sí alguien realmente los presentó, así que me remito a decir que se han visto lo suficiente.

En uno de esos juegos, de los innumerables duelos que han tenido, en un estadio en los que no se ensucian las tribunas, se escucha con mucho eco, pero con nitidez espantosa todo lo que dicen en la cancha.  Lo oí claramente “Estoy solo, estoy solo”, gritaba el delantero por derecha del equipo de Cavalieri, y el lateral rival se da cuenta, corre a marcarlo, mientras este seguía gritando “estoy solo, estoy sooolo” y el marcador sin que el árbitro pudiera hacer algo al respecto le grita “estás solo por feo, por narizón”.

De inmediato y en forma reiterativa, Cavalieri empieza a increpar al árbitro porque el marcador “insultó” al delantero. Tres pasos después, cuando el delantero se resbala, Cavalieri pide penalti y segundos después pide córner. Borrero se levanta del banquillo, mira al árbitro y le grita con una frase que nos retumbó en las gradas “árbitro, pásele el pito a Cavalieri”, el argentino se voltea, se miran y ambos se mueren de la risa.

 


 @jesusalfredoSP 

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lunes, 5 de julio de 2021

El taquillazo

 Generalmente los equipos buscan agencias de mercadeo para comercializar, fijar precios de vallas, del merchandising,  de las entradas, del papel del baño, el precio de las comidas y bebidas dentro  del estadio. No estoy seguro, sí algunas cosas las hicieron, pero sí estoy seguro de donde salió el precio que debía costar la entrada.

Un día antes del juego inaugural, faltaban algunos detalles para el arranque del torneo: un arquero, un central, un goleador tal vez, miento, todo eso estaba listo con pre temporada incluida. Se habían disputado algunos juegos amistosos o de preparación, los que dicen que no valen nada, no lo creo, sí valen para algunos técnicos.

Siendo el juego un domingo, era normal que todo estuviera a punto una semana antes, y eso pasaba como dice el dicho “aquí y en la China”. Pero los que crearon ese dicho, no se habían encontrado con este presidente de equipo que un día antes del partido inaugural, no había mandado a hacer las entradas.

Vuelvo con el dicho, “aquí o en la China”, puede ser normal que puedas imprimir las entradas en un momentito, pero lo dejaron para el sábado a las 5 de la tarde cuando todos los de la imprenta estaban oliendo a cerveza o ron. Esos ya estaban de rumba y algunos pendientes de comprar la entrada para el día siguiente.

Se imaginan un sábado en la tarde noche? La ciudad enrumbada en aquellos tiempos con el petróleo a $150. ¡Yo sí me lo imagino! La plaza Las Heroínas llena de carros con música, las licorerías sacando cajas de cerveza para que la sed acumulada de una semana, se saciara en sólo minutos. Hasta la gritona del barrio, que nadie miraba nadie, esperaba ansiosa esos sábados.

Y unos, algunos de ellos, se ponían la camiseta de Estudiantes de Mérida un día antes, porque sabían que la rumba era larga y después del trasnocho venía el juego a las 11 de la mañana. No quería perder tiempo lavando la camiseta del equipo a última hora, o sacándola de la ropa sucia. Aunque sé que algunos lo hacían y para no usarla, se la llevaban en la mano y la aireaban durante todo el juego al ritmo de la canción. 

“Póntela” le decían los más inocentes. “Es una Cábala de la buena suerte”, respondían como si esa palabra por ser bíblica les eximía de culpa, y la verdad es que eran uno soberanos cochinos, pero bueno luego entre el olor de los pinchos y la cerveza, todo se volvía imperceptible.

¿Cómo se nos olvidaron las entradas? Grita el presidente en la oficina. Regañó a medio mundo porque a nadie se le había ocurrido recordarle las entradas. La secretaria le dijo, torciéndole la boca, que ella lo dijo pero que la duda  con el precio de las entradas, había retrasado todo.

Luego de algunas llamadas se dio cuenta que no había tiempo y se le ocurrió la genial idea de dar entrada libre. ¿Entrada libre? Le dijo el Administrador a sabiendas que el dinero de la taquilla era lo único seguro que tenían para el próximo viaje. Sólo aquí, No en Pekín.

Le suena el teléfono a Jeidson y entre la música a todo volumen y el bullicio sabatino, apenas pudo escuchar al presidente. “Tengo un problemita” le dice aquel personaje con rango militar por cierto. “Me quedaron mal con las entradas”, como para tapar su error. Un silencio que dejaba colar los griteríos se produjo de inmediato.

Jeidson, gran fanático y toda una vida yendo al estadio, le pregunta si no tiene entradas viejas. El tipo corre a un escritorio viejo, de esos metálicos que tiene que ser macho para abrir la gaveta y se da cuenta que la gestión anterior había dejado entradas antiguas sin vender y otro material de papelería.

“Listo amigo”, le dice el presidente, con eso resolvemos mañana ante Zamora FC. La verdad en ese momento no había sido sólo su amigo, si no un ángel, un beato, un santo que le había hecho un milagro. Y todo contento, satisfecho, pletórico, realizado, el presidente se animó a preguntarle. ¿Y cuánto puede costar la entrada?

Jeidson, mira de reojo su cava llena, pero toca su bolsillo vacío, desahuciado por sus amigos y saca la última faja de billetes y cuenta 15 mil Bolívares, justo el precio que pagó al siguiente día en taquilla por entradas recicladas y que el diario Frontera tituló como ¡Taquillazo! En su página principal

domingo, 27 de junio de 2021

"Mi canchita, el primer patrocinio del mundo"

 En aquella época, el nombre Arena que hoy se utiliza en grandes estadios del mundo, no estaba de moda, pero hubiese sido ideal, porque nos tocó remover media “camionetada” de arena para organizar el terreno y obviamente quedaron muchos residuos, aunque eso iba a ser problema netamente del delantero izquierdo en cada ataque.

Pudimos, luego de grandes esfuerzos, limpiar el terreno y establecer una canchita con una dimensión aproximada de 6x4 metros y con eso creímos que era casi suficiente para iniciar el torneo infantil de La Placita, pero nos faltaba el nombre del estadio así que pensamos en algo majestuoso, porque la cancha “la pepita”, como le decían a la del pueblo, nos parecía muy coloquial.

Pensándolo bien, a Pitágoras le hubiese encantado jugar ahí. No sólo porque afloraba tanta pasión y rivalidad, sino porque realmente no era un rectángulo. Cerca del córner, había un deslizamiento que en principio lo cubrimos con aquella arena, pero luego cedió producto de quienes iban a dormir la pelota en la esquina, aunque Lesme el narrador, nunca dejó de llamarle el rectángulo de juego, ignorando la asimetría

Pero donde realmente Pitágoras hubiera tenido la mayor atracción era cuando cayera en cuenta que la mejor manera de asistir a un compañero no era con el empeine, ni el toque a ras de piso, sino que para hacer un pase largo había que calcular el desnivel de la cancha, el ángulo y hasta el coseno. Era tan marcado ese desnivel del campo, que a las posiciones no le llamábamos delantero por derecha, sino delantero por arriba, la pendiente era evidente.

¿Les comenté del narrador? Si claro, armamos una cabina radial en los alrededores, en lo alto del terreno. Contábamos con un árbitro, los liniers (como se le llamaban comúnmente en aquella época), un grupo de cheerleaders y una premiación con trofeos de palo (madera), con una efigie deportiva o patriótica.

Para el primer lugar, buscamos una caja de whisky Old Parr vacía, que por ser dorada, le daba cierto realce a la distinción. De esa caja, nació precisamente el primer estadio patrocinado de Pueblo Llano, Mérida, Venezuela, América Latina y tal vez del mundo, según los últimos estudios.

Una noche antes del torneo, nos enfocamos en buscar lo más rimbombante en nombres, y como ya nos hablaban del año 2000, del nuevo milenio, era momento de dar ese salto milenario, aunque nos separaba casi una década del tal acontecimiento, el ya olvidado Y2K. Era un desafío, para ese momento, los estadios llevaban nombres de zonas, figuras, nosotros buscábamos algo mas.

Empiezo a ver la caja de Old Parr y veo en ella el nombre Macdonald greenlees distillers y de inmediato lo asociamos con Juan de Maldonado, el fundador del pueblo, entonces fue allí que nació una nueva era en patrocinios mundiales. En ese momento, aquel garaje asimétrico, con piedras incrustadas en un área, tomó vida, como cuando alguien recibe un nombre al momento de nacer, que le da personalidad y perdurará para siempre.

No obtuvimos el lente de los medios, tampoco reconocimiento posterior de parte del conglomerado. El patrocinio en el nombre nunca nos dejó un centavo porque todos nuestros fondos eran de colaboraciones que depositaban los asistentes en una alcancía en forma de cochinito. Pero creo que los entiendo, no los condeno,  realmente fue nuestro error, fue por nuestro acento.

En los programas con máquina de escribir, en el anuncio escrito en cartón frente a la cabina, en las menciones con parlantes en cada juego por el narrador, nunca pudimos pronunciar, ni escribir correctamente, el nombre Estadio Macdonald, desconociendo la fonología e ignorando la pronunciación en otros idiomas y siempre hablando del mítico Estadio “Madocnáld”, con acento prosódico, ingenuo y andino en la letra “a”.


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domingo, 20 de junio de 2021

La penalti de Cheche

Cuando Cheché cae al suelo, el árbitro tuvo dos opciones: O dejar pasar la jugada o decretar  el tiro penal. pero silbato suena de una manera estruendosa, como si fuera algo Divino.

Extrañamente todo queda en silencio. Pensó que el ruido del silbato lo había ensordecido. Siente que el tiempo se paraliza, que se detiene. La gente deja de sonar, las tribunas de gritar, ni se mueven. Las banderas de las barras quedan flageladas cómo si el viento no corriera y la gravedad hubiese desaparecido.

Mira con desconcierto y sin entender se dirige a sus compañeros para buscar respuestas entonces se da cuenta de que sus compañeros están también estáticos, congelados, petrificados algunos con expresiones faciales de alegría y reclamo espantoso como pidiendo aquel tiro penal.

Le aturde el silencio, jamás había sentido tanto pavor al mutismo, ni el sonido del viento dejaba huella de vida. Pensó que aquella patada había sido su sentencia de muerte.

Empieza afanosamente a caminar por la cancha, con la sangre caliente como única prueba de vida. El sonido del pasto mientras caminaba, rompía el aterrador silencio. Mira su reloj como queriendo medir el tiempo y se da cuenta que siempre corre, que nunca se detiene.

Lleno de incógnitas, escepticismo y duda. Abrumado, confundido corre camino a  casa cerca de la cancha. Todo sigue en silencio, ni el viento, ni la gélida brisa, ni el bar de la esquina rompe la monotonía. Sólo el tosco sonido de sus guayos estimula los oídos y lentamente abre la puerta de su casa.

Desde la sala resplandece una pantalla que inunda ese terruño familiar al cual le ha fallado y camina hacia ella lentamente. Observa en el mueble frente al televisor a su esposa, a Nené e Isa, sus pequeños hijos. El “shhh”  que demanda silencio le señala que la atención está centrada en la pantalla. Nené lo abraza, ama ver películas en familia, con cotufas, refresco, es su mejor plan para cualquier día y cualquier hora. Pero Cheché siempre falta, nunca puede, no le gusta y Nené lo extraña, lo extraña siempre.


Se mete en el sofá y aunque todos están atentos a la secuencia de la película, lo reciben, lo abrazan y aquel calor familiar que sentía olvidado, vuelve y vuelve pleno. Se cuestiona su permanente ausencia hasta que alguien le  lastima la herida del posible penal, entonces se levanta y regresa a la cancha a explicar su ausencia.

Pero se da cuenta de que todo sigue intacto, que nada ha cambiado, que todos siguen flagelados y congelados. Mira el reloj y nota que el tiempo se paralizó aunque juraría que estuvo al menos una hora en casa.

De repente un sonido ensordecedor acaba con aquel momento y paulatinamente empieza a escuchar el bullicio, el defensa le increpa que no lo había tumbado, le grita que se levante, los fanáticos piden la falta y empiezan a hondear sus banderas llenos de ira. El referí se va corriendo directo al área y decreta el tiro penal a las 6:01 minuto de la tarde, justo la hora en que su hijo Nené, da su últimos suspiro.


jueves, 13 de mayo de 2021

Un pésimo regalo de las madres

 

No sé sí me van a condenar por ser un mal hijo. Les pido clemencia y benevolencia para que mi camino al cielo sea menos sombrío. Porque después, que maté una gallina robada a “Mana Challo”, el mayor de mis pecados creo fue hacerle esa jugada a mi madre aquel día. Menos mal y matar gallinas no es un pecado capital.

 

Era un sábado normal, pero previo a un Día de la Madre y a aquel juego donde buscábamos venganza. Habíamos viajado a Pueblo Llano para celebrar ese día con mis abuelas. Mi hermano Chelino y yo, en aquel deseo de volver al pueblo lo hicimos sin reparos y hasta con emoción desenfrenada. Era un viaje para retomar contacto con amistades de la infancia, visitar primos y tal vez tocar la pelota, pero el sábado en la noche nos asaltó aquella idea, que hoy lamento.

 

Antes de la medianoche, nos empezamos a rascar la cabeza, y ver las posibles opciones, pero más allá de eso, las posibles excusas. Le dimos el Feliz Día a las 11:59 y de inmediato, sacamos fuerzas para decirle que tenía una tarea de matemática que ameritaba mi atención para el día lunes, que sino la presentaba seguro perdería cualquier opción de aprobar el curso. Entre extrañeza y cierto grado de tristeza o duda, mi madre no puso objeción, a pesar de que sus hijos menores viajarían 4 horas de regreso a Mérida totalmente solos.

 

Buscamos los modos para irnos y la mejor manera de hacerlo fue a las 6 am en el bus. De hecho, no era la mejor, era la única forma de irnos y llegar al juego programado en el Soto Rosa a las 11 am. Y ese juego además de ser de Estudiantes de Mérida, tenía un ingrediente adicional, el visitante era Marítimo de Venezuela, una de las glorias de aquellos años 90.

 

Pero además de ser una gloria, teníamos una espinita con el Acorazado Auriverde, como le llamaban. En el juego de ida que se había realizado en Caracas, meses antes, la cancha fue invadida por la fanaticada del equipo capitalino y habían golpeado a algunos jugadores incluyendo al DT Esteban Beracoechea.

 

Así que, más allá del deseo de bajar a Marítimo del primer lugar, era saciar un poco de venganza. Decir que íbamos a invadir la cancha era complicado porque desde la taquilla se notaba la presencia policial hasta para entrar al baño. También desde la JD, habían hecho llamados a la calma. No queríamos que nos cerraran la cancha como les pasó a ellos por esa acción, quienes debieron jugar un par de encuentros en Valencia.

 

Llegado el domingo, el Día de las madres y el juego, nosotros casi que empujábamos el bus para que aumentara su velocidad, pero todo era infructuoso. Como yo los conocía a todos porque mi papá hacia el mismo trabajo, nos tocó con el Sr Ramon, el más lento de todos los chóferes. Era el típico chofer que cuando le sacaban la mano se detenía cinco minutos a informar que no llevaba puesto. Con ese ritmo, perdimos más tiempo que una abuela en muletas.

 

Con un retraso de 15 minutos, nos apostamos en la principal y obvio que de inmediato notamos los ánimos caldeados. Algunos foribundos hinchas lanzaban improperios contra los del Marítimo que, no les puedo mentir, tenían un equipazo. Pero, quizás por el hecho de ser día de la madre, muchos se contuvieron porque con la promo, “Las Madres entran gratis” sobraban la gran cantidad de mujeres en el estadio. Pensé en aquel momento que, la JD se había inventado esa jugada para apaciguar los ánimos.

 

Marítimo dominaba el partido. Tenía a un delantero uruguayo Mouro, quien luego jugó en el Panatinaicos de Grecia, que manejaba ese equipo como le daba la gana y nosotros su víctima predilecta, pero una llegada por la izquierda del colombiano William Ruiz intenta bañar al arquero Nikolak (QEPD) con el centro al segundo palo, donde apareció Oswaldo Palencia para reventar la tribuna y colocar el 1 a 0.

 

Era uno de esos partidos que parecía no finalizar al minuto 90. La gente se quedó en las tribunas con sed de venganza, aunque no pasó de algunos insultos a jugadores y cuerpo técnico. Recuerdo a Hebert Márquez, esquivando botellazos al estilo agente 007. Lentamente los fanáticos con sus esposas y madres se fueron alejando del estadio a celebrar el Dia de Madre.

 

Yo regreso a casa con mi hermano y todo el día anduve divagando por la casa imaginando celebraciones con mi mamá. Por momentos sentí arrepentimiento de haber inventado una tarea y venirme a un juego sin importarme si ella estaba con su hijo “favorito”. En la noche y mientras digería mi frustración de aquella venganza, aquella derrota y aquella invasión a la cancha, llega mi madre del viaje y me pregunta por la tarea de matemática, la excusa del viaje.

 

Mi madre como buena docente me pidió el cuaderno para ver los apuntes y notó que no había resuelto nada. Lo importante no es el procedimiento sino el resultado, aunque fue un triste empate a un gol, pero que al menos Palencia había anotado de cabeza. Ese año, por cosas de la vida, llevé Matemática a reparación en el peor regalo que le di a mi abnegada madre docente. ¡Lo siento madre!

lunes, 19 de abril de 2021

La camiseta conmemorativa de Tachi

Me dio un poco de desilusión y en los medios del equipo no informaron algo al respecto, así que asumo, no hubo planes reales de, al menos, exhibir la camiseta conmemorativa de los 50 años de Estudiantes de Mérida, a menos que, ¡sí a menos que!, hayan evitado poner la torta que puso Tachi, el flamante diseñador de Quinto grado A cuando jugamos la semana deportiva escolar.

La programación estaba dada para que jugáramos el martes, el segundo día de actividades deportivas. El lunes, nos dimos cuenta de forma espantosa que Cuarto, Quinto B y Sexto grado se habían presentado al torneo con uniforme, zapatos lustrados, madrina, banda y hasta una comparsa.

Por el contrario, nosotros no habíamos previsto ni un uniforme en ningún momento de nuestras vidas. Yo miro a turro, como diciéndole, ¿Había que traer uniforme? y creo que la pregunta fue mutua. Fui pasando la mirada sobre cada uno de mis compañeros de equipo, Jorge, Newman, Tachi y todos teníamos los ojos como par de huevos fritos.

Inmediatamente, nos reunimos detrás del salón de preescolar para aplicar un plan B. Faltando 24 horas para nuestro debut, no habíamos planeado ni siquiera quien sería la madrina del equipo. Todos pensamos en que Marianella, la rubia del salón sería la ideal, porque a ella siempre le rebosaba en la cara, no una sonrisa, sino una cara ideal para intimidar a los rivales, “y a nosotros” dijo turro con cara de angustia. Jorge afirmó levantando el dedo índice que, si ella ganaba Miss Simpatía, habríamos logrado una proeza. 

Decidimos que en la noche todos llevaríamos la franela blanca del uniforme para hacerle algún escudo a la casa de Tachi, lo cual nos dio cierto respiro porque su mamá era la costurera del pueblo. Así se iba a suavizar la pena, porque los chiquiticos de cuarto grado parecían una banda marcial con tambores, trompetas y todos uniformados. Los impasables, de Quinto “B”, tenían hasta una sirena que aturdía toda la escuela. Los de sexto grado usaban además de uniforme para jugar, una indumentaria ADIDAS, dudo de su originalidad, pero ante nuestra terrible facha, no dudé por un segundo que los hubiesen traído de la misma casa alemana de ADIDAS.

Camino a la casa de Tachi, turro y yo nos alegramos que la señora Nata, la mamá de Tachi tuviera el tiempo disponible, porque siempre estaba ocupada con su taller de costura. Planeamos brevemente el posible diseño, pero nos pareció exagerado, un abuso total mandar a hacer de un día para otras chaquetas largas al estilo italiano. Quedamos en que un logo, los números y una bandera grande llena de colores y que cubriera nuestro espacio en la tribuna, una novedad para el torneo, sería suficiente para al menos no pasar desapercibidos.

Al llegar a su casa, estaban todos sentados en la sala. Como capitán del equipo pedí silencio. Turro y yo informamos nuestros planes los cuales fueron aceptados sin objeción por el resto. Cuando Tachi apareció con media arepa en la mano, carraspeé mi garganta y pregunté por su mamá. Me dijo, que estaba en el taller y que tardaría. Turro y yo, empezamos a preocuparnos, porque Tachi no sólo estaba comiéndose la arepa, sino que las estaba haciendo, síntoma irrefutable de lo ocupada que estaba su mamá.

- “Tranquilo, Tranquilo”, nos dijo Tachi, todo está planeado

- “Mañana tendremos esos uniformes” aseguró para darnos tranquilidad, pero Turro y yo no pegamos un ojo en toda la noche.

A la mañana siguiente, con una leve lluvia, acordamos encontrarnos dos horas antes del juego para hacer una entrada triunfal, pero Tachi llegó corriendo 20 minutos antes con una bolsa pequeña donde no cabía ni mi asombro. “Les dije” gritó, “eso era seguro”.

Cuando abrimos la bolsa, nos dimos cuenta que las camisetas arrugadas con el escudo habían sido diseñadas, pero con marcador rojo y los números con una tinta negra, que dudé si era marcador. “Mi mamá estaba ocupada” dijo Tachi. Turro, se puso con los mismos colores que el escudo y antes de tirarle la camiseta en la cara, empiezan a llamarnos para el juego.

Los de sexto, nuestros rivales ni se burlaban, ni nos miraban, se impactaban con ellos mismos. El 10 de Turro tenía el uno mas arriba que el cero. El dos de Newman, parecía la figura de un pato y mi número seis, parecía la letra “G”.  Fue la primera vez que agaché la cara cuando sonaron el himno nacional previo a un juego.

Ya con eso, empezamos perdiendo el juego. La vergüenza fue aumentando cuando Jorge, producto de la cada vez mas fuerte lluvia, se resbaló con una caída magistral frente a las hermosas animadoras de sexto grado, finamente vestidas, quienes no tardaron en hacer bromas y risas.

Eventualmente vi como el número cero, del diez de Turro se fue corriendo con el agua, dejando una estela negra y levemente desapareciendo. Miro a Tachi de inmediato como buscando explicación y me dijo que era pintura de 24 horas, que no se había secado bien. Empiezo a correr detrás de la pelota y vi como el short rojo de Newman lucía con un tono obscuro y su número dos, el patico en la espalda se había ahogado con el agua.

Todos dejamos de mirar a la pelota y empezamos a mirar a Tachi, cada cinco segundos. Perdimos las marcas, pero no las posicionales sino las del marcador negro, de 24 horas de Tachi. Al final del juego, en una bolsita pequeña y desconcertados por el 4 a 0 en contra, el mismo con el que Estudiantes derrotó a Trujillanos en el juego inaugural 2021, Tachi saca un trapito y lo levantó efusivamente gritando “Y también traje la bandera” que hoy aún ondea en el taller de costura cada vez que hay una fecha patria.

domingo, 4 de abril de 2021

Mi delirio sobre el Soto Rosa ( 5 décadas)

 He dormido, he soñado, he querido patear la pelota, he querido vestirme con esos colores, he querido ¡solo querido!

Buscaré entre mis sueños, si fue eso, solo un sueño o en algún momento hubo algo de realidad, un vestigio de realidad, porque me hubiese gustado sudarla como el gran Richard, Ruberth, Ildemaro, Martín, René, Scarpeccio, Scaminacci como otros, otros tantos.

Desde la tribuna es emocionante ¡muy emocionante! Allí yacen gritos, recuerdos, lágrimas, tristezas, pero no aparezco en los libros, en las fotos, en las reseñas, solo en un lugar de la tribuna que otro domingo será ocupado por otro y otro y otro, hasta que queden vacías a final de la temporada.

No puedo negar que sale de mi ser, en mis mensajes, en mi verbo, en mi existir, los colores por un equipo. Los colores de un equipo no se cambian y aunque quieras, no puedes, por el mero hecho de querer, ni tener otro, ni otro, ni otro.

Trece escalones son justo los que separan el terreno firme de la primera parte de la tribuna. ¡Trece pasos! Muchos atañen un trece a la mala suerte, pero trece es exactamente la cantidad de escalones entre lo normal y lo sublime, entre lo ordinario y lo extraordinario, entre la paz y la guerra.

Trece escalones conté entre el nivel del estadio a 1.600 m.s.n.m de la ciudad y algo más, algo místico porque lo es, en una universidad con una ciudad por dentro. A medida que vas subiendo esos 13 escalones vas comprendiendo la diferencia entre respirar y alentar, entre temblar y vibrar, entre mirar y ver, entre escuchar y oír. Al final, al décimo tercer escalón, cuando sientes la tribuna, la principal y te encandila el campo, todo empieza a tomar otra dimensión.

Lo recuerdo como si fuera ayer, cuando te conocí, 12 de octubre de 1989, ese ascenso al décimo tercer escalón del Estadio Soto Rosa, aquella expectativa por ver algo nuevo, por ver una gesta de hidalguía que años después querría protagonizar, pero que, como muchos sueños o metas, se esfuman, desaparecen, pasan a la colección de fantasías.

En ese estadio y con esos colores es donde he visto la mayor cantidad de divorcios, divorcios de personalidades entre su cuerpo y su alma, de su querer ser y su “ser”, personas comunes, con PhD., con sobriedad, transformadas en seres mortales, delirantes en todo su esplendor después de un gol, una roja, una derrota.

Hemos caído y caído muy bajo, pero también nos hemos levantado muy alto, siendo el orgullo de un país, que a veces cae bajo, muy bajo, pero también se ha levantado alto muy alto. Nuestra vitrina tiene pésimas batallas, pero también grandes guerras como ser cuarenta y cinco ¡Sí cuarenta y cinco del mundo! derrotando mexicanos, uruguayos, paraguayos, argentinos.

Dios es académico ¡y lo es! Estoy seguro. Luego de tantas plegarias, tantos rezos, tantas misas y promesas, Dios siempre estaba allí, tanto así que, en nuestro camino al calvario, en medio de los azotes y la crucifixión “dirigencial”, sudaste con nosotros y mientras intentamos limpiarte el rostro de sudor y quitarte el cansancio, nuestro cansancio, grabaste tu rostro en nuestro trapo, como en aquella sexta estación milagrosa ante la Verónica, ese trapo que hoy decora el estadio cada vez que jugamos.

Nuestro trapo blanco, muy blanco como la nieve que nunca ha cubierto nuestro gramado, pero que siempre está allí como yo, como nosotros, viendo, sufriendo, cayendo, como la mejor versión mítica de nuestra hincha número doce que Don Tulio Febres Cordero no alcanzó a escribir.  Siempre de espectadora, expectante, con aquel deseo de desprenderse, de desgarrar las piedras de las 5 Águilas y posarse en la tribuna, en la curva, en la norte o en la sur, a derretirse de pasión y alentar como nosotros.

Rojo, tal vez para muchos la sangre, pero no la que se derrama, sino la que nos hierve cuando la derrota nos cobija. Roja, caliente quizás como nuestro único signo de vida, porque hasta muertos nos han creído, cuando fuimos entregados, regalados, cedidos a pésimas manos.

Y pensándolo bien, no es sólo nuestra sangre, sino la de Don Guillermo Soto Rosa, el gran soñador, el soñador de soñadores que hoy no nos deja dormir, cuando seguimos creciendo, y creciendo bien, porque su sueño, su deseo, su palabra, su nombre, hoy transformado en decreto al decir con certeza hace 50 años “Se llamará Estudiantes de Mérida”.

 

 

lunes, 22 de marzo de 2021

El Milagro de Tony

Pueblo Llano 26 de diciembre de 1986, última semana completa del mes y del año. Cualquier persona de mi generación, mi pueblo y con la pasión que siempre me ha caracterizado y seguramente con la que voy a morir, sabe que ocurrió aquella semana en el asfalto pintado de la calle Independencia y lo que estaba por ocurrir. No es ningún misterio, pero se le parece.

Sólo necesitábamos el otro finalista para cerrar aquella Semana Deportiva con broche de oro. Un torneo que año a año, sumaba emoción, pasión, rivalidad y que junto al ritmo de la gaita, hallacas y pólvora decoraba diciembre para culminar el año sin nada mas que pedir, sólo agradecer y quemar el feo muñeco que representaba el año viejo.

El primer finalista, el tricampeón La Placita había eliminado al Cosmos de Santo Domingo con algo de polémica, menos mal no había VAR, de otra manera aquel jugador de colita larga en el cabello, hubiese acabado con la existencia de los televisores, luego del cuarto gol de “Camisita”, el hombre de los dos palitos, el número 11 como le decía “Chico” el narrador.

La gran final pintaba para clásico. Teniendo a La Placita en la final sólo faltaba Un Solo Pueblo para que esa “pintura” quedara colgada en el Ateneo o el museo del pueblo. Pero antes Un Solo Pueblo debía derrotar a Valparaíso de Las Piedras, un rival accesible del pueblo vecino, pero con un santo, ausente hasta aquel día del listado del Vaticano.

El jolgorio de Un Solo Pueblo era evidente, no sólo la final estaba cerca, sino que regresaban luego de estar ausentes el año anterior, porque en la Semana Deportiva previa, la de 1985, el rival de La Placita en la final fue Independiente La Culata al cual derrotó por 3 goles a 1. 

El partido arrancó cómo era evidente, Un Solo Pueblo como candidato al triunfo, estaba dominando el partido a placer cada centímetro, cada jugada. No lo dejaba soltar. Cuando se dieron cuenta que el rival estaba desconcertado comenzaron los ataques y disparos al arco. 


Tony, el arquero de Valparaíso fue ganando protagonismo.  Sentí que la cancha estaba inclinada porque una vez efectuaba un saque de meta, al instante estaba recibiendo disparos cada vez más fuertes. Un Solo Pueblo, intentaba por las esquinas, por abajo, por la derecha, por la izquierda. La poca resistencia del rival les permitía a los delanteros de Un Solo Pueblo probar cualquier jugada, seguro tendrían otra, pero hay que subrayar, que Tony no dejaba pasar ni una mosca.


Sí Zulia recibió en aquella Sudamericana 49 disparos al arco y no recibió ni un gol en Bolivia, Valparaíso, con Tony como guardameta, recibió 400 disparos, sin gol, hasta aquella jugada que cambió el destino del Cuadro de Honor de los jugadores de la Semana Deportiva de Pueblo Llano, un espacio siempre reservado para jugadores locales.

En el ataque número 500, Un Solo Pueblo estaba ya ofuscado porque los tiros penales estaban cada vez más cerca y donde Tony, el gran salvador de Valparaíso, sería seguramente siendo figura. Los centrales, fatigados de correr detrás de la pelota, detrás de los rivales y de aplaudirle al portero, dejaron en manos de Dios un pase largo en los minutos finales y digo en manos de Dios porque esta vez las del Tony se congelaron, no respondieron.

Ahí venía él otra vez, el de la camiseta 8, el mismo de siempre corriendo entre los centrales y esta vez con un disparo de la misma intensidad, furia y rabia que los anteriores, Pero esta vez, fue diferente, Carlos Emiliano, el delantero de Un solo Pueblo, desnudó no al heroico rendimiento, sino el hastío de Tony que no pudo más, que decidió deponer sus armas y bajar cuartel.

Justo antes del impacto, mientras el disparo agarraba dirección, el ya beatificado San Tony se voltea, cierra los ojos, y se rinde como aquel animal silvestre que baja rendida su mirada porque ya se siente presa y con el mismo instinto con que detuvo 500 disparos, con ese mismo instinto busca protección y da la espalda a su agresor, a la pelota.

El nuevo beato San Tony, huele el viento y siente que ya viene la pelota a la velocidad del Concord. Ya volteado, de espaldas al balón y mirando a su infranqueable red, el último instinto de Tony fue agarrarse la cabeza. Algunos dicen que era para protegérsela, pero sentí que era una fiel señal del naciente arrepentimiento, con su equipo, con su pueblito, y que en el fondo deseaba retroceder el tiempo y enfrentar aquella jugada, otro misil.

Tony entreabre los ojos esperando su condena al olvido, el gol de Un Solo Pueblo, pero un fuerte golpe entre el lomo y la espalda, sentenció que Tony, se había erigido como la figura de la Semana Deportiva de Pueblo Llano y enviado aquel balón, aquel misil al último tiro de esquina del partido.


martes, 2 de marzo de 2021

"Monito" Rivas, y su gran invención.

Este no es un cuento cualquiera, es de un “tipo” que tuvo poco reconocimiento, pero su creación aún sacude a la FIFA, trastorna mi conciencia y mi talento. Algunos se conforman con decir que fue el primer futbolista en anotar un gol olímpico en el Guillermo Soto Rosa, en realidad no fue uno, sino tres, pero dos de ellos anulados. Otros lo gratificaron con decir que fue un jugador identificado con Estudiantes de Mérida, pero yo voy más allá de eso, fue el creador de algo que la FIFA le robó y adoptó décadas después.

Aquel día en su condición de profesor fue un tanto intolerante, no lo culpo. Estar por horas gritando en las canchas del estadio Lourdes bajo un sol inclemente, derretía el temperamento a cualquiera. El profe, queriendo romper el círculo central donde organizaba a los jugadores, nos preguntó la categoría. Todos se fueron a la categoría A, B y C  dependiendo de la edad, como era en aquellos años 90, ¡Todos!, menos yo.

-“¿Y usted en que categoría juega?” me pregunta, con tono de inquietud o desesperación.

Cuando finalmente sentí que iba a formar parte de un equipo, me volví un manojo de nervios, a tal punto que se me había olvidado mi categoría. Entre sus disertaciones de “vaya para aquel grupo”, “¿Qué posición juega?” sentí que ese día el “Monito” Rivas, como se le conocía cariñosamente, estableció lo que la FIFA, aún no ha logrado implementar en todas las ligas pero practicó perfectamente conmigo.

Finalmente me manda al banquillo de la categoría B, como correspondía. El sol inclemente, el sonido de los carros subiendo por la avenida Don Tulio y el sonido de las bocinas se apoderaban de mi tranquilidad y eventualmente me abrumaba la desesperación por jugar.

Y ahí estaba yo, aburrido, sentado en el banquillo como esculpiendo mi propia estatua. Luego de un largo rato, el Monito se apiadó de mí y me llama a la línea lateral. Sentí que finalmente mi potencial sería observado, que mi carrera estaba dando sus pasos iniciales.

Me pregunta “¿Puede jugar de extremo?” y yo con aquel deseo de tocar la pelota y mostrarme le dije, “por su puesto”, aunque en realidad, como buen practicante de fútbol sala, y no de fútbol campo, sólo sabía defender y atacar. Le pregunté con cierta emoción si ya iba a jugar, pero lanza una mirada diagonal y me dice “siéntese, descanse, tome agua”

Segundos más tarde, me llama a hacer estiramiento, pero de inmediato y sin más preámbulo suena el pito. En ese preciso instante, el tiempo se detiene para mí, pero el nuevo pitazo lo reactiva y el “monito” me grita “juega de extremo por derecha”. De inmediato comienza mi derroche de talento. Cuando mi equipo atacaba, yo pisaba el área contraria y cuando nos atacaban pisaba el área propia. A ese ritmo, corrí en 3 minutos, lo que no había corrido en mi sedentaria vida. Con la lengua afuera me di cuenta que no estaba jugando de extremo, sino de extremista, corriendo como loco.

Suena el pito, el profe me llama y me dice “siéntese, descanse tome agua”. Agradecí al monito Rivas que me sacara del juego porque un minuto más y terminaría fulminado en las canchas del estadio Lourdes. “Este es más malo que la carne ´e pote” lo oí murmurar. Honestamente, nunca supe sí ese comentario era conmigo, pero no me metió más nunca. Con el pasar de los minutos, los meses y décadas me di cuenta que mi talento para el fútbol se había agotado en 3 minutos, y que aquella tarde soleada merideña en el estadio Lourdes, Miguel Ángel “Monito” Rivas con mi protagonismo, había creado y patentado, lo que la FIFA nombraría dos décadas después, el Tiempo de Hidratación.

lunes, 11 de enero de 2021

El gesto técnico del Tecnico

La primera vez que el "tipo" tocó la pelota, todos lo aplaudieron, porque sabían quién era, sabían de aquella hazaña en el 98 y 99, sabían de aquel golazo en Maracaibo desde unos 40 metros, o de aquel gol en el Soto Rosa de casi 70 metros. Y los aplausos no fueron simples, ni pálidos, ¡no!, fueron aplausos jolgoriosos, de gratitud porque, después de casi dos décadas aún era ídolo.

“Como dije ayer”, recordó el líder sudafricano Nelson Mandela en su primer discurso, luego de más de 20 años en la cárcel. Porque el tipo o los tipos, no rompieron los lazos de aquella semilla gloriosa cuando se alejaron o los alejó el destino.  Y los que vivimos aquella época gloriosa de Estudiantes de Mérida, mantenemos aquella historia fresca, la mantenemos viva, aún con piel de gallina como los argentinos mantienen la de Maradona, los uruguayos la del Maracanazo, y aunque algunos dicen que no se vive de la historia, explíquenme ¿Cómo se vive sin ella?

Ese tipo, chiquito, con aquel acento que no nos permite ni siquiera imaginar por un segundo que no es sureño, irreverente con la pelota, con los gestos, recibió un sinfín de aplausos aquel día. Un amigo de esos que van a la ciudad y al estadio por algo diferente a los del resto, me pregunta, ¿por qué le aplauden? en mi apuro por continuar viendo lo que pasaba después de ese gesto técnico que despertó al unísono a la tribuna con ese aplauso, le dije es Martín Brignani, el nuevo Técnico del equipo.  Por lo visto, no todos sabían quién era el nuevo técnico, pero él mismo se iba a encargar que todo el continente, supiera quien era, y lo logró.

Por dos años y medio, Martín Brignani se encargó de revivir aquella época de los 90, pero seamos sinceros, no fue la misma. Las condiciones y la dinámica eran totalmente diferentes, pero no por eso fueron logros invisibles. Tres participaciones internacionales entre ella dos en Copa Sudamericana y una en Libertadores. Además de eso se pudo conseguir el ansiado campeonato Clausura 2019 y un récord poco valorado o desconocido, pero fue el segundo equipo del continente anotando gol en fechas consecutivas durante 2018, un renglón encabezado por Peñarol de Uruguay, por encima de argentinos, brasileños, colombianos, mexicanos con su historia y sus chequeras.

En una entrevista con Brignani, que para mí fue una conversación con matices de gratitud y respeto. Nos contó que estuvo a punto de ser jugador de la selección Venezuela, en proceso de nacionalizarse, por requerimiento del técnico de la época Omar Pastoriza, pero que “el pato” como se le conocía a Pastoriza, le dijo claramente, que tenía a un jugador venezolano en esa posición y que, si este rendía, la prioridad era para el futbolista local, con en su defecto ocurrió.

 Cuando Brignani lo contó, se le vio la ilusión que pudo haber tenido, pero también se notó claramente de acuerdo con la decisión del “pato”. Para mí, ese gesto de entendimiento e ilusión, pero también de respeto por parte de ambos argentinos para con aquel jugador venezolano y Venezuela, es el gran gesto de reciprocidad y agradecimiento que ambos pudieron tener con el fútbol nacional.

Me provocó aplaudirles, me contuve como gol con el VAR, pero hay aplausos que van por dentro, hay aplausos que quedan en la memoria, en lo que definió Freud como el “Psiquis consciente”, pero seamos claro, otros aplausos jolgoriosos no, porque estoy seguro que se escuchan en las tribunas del Soto Rosa los gritos de aquel gol de 70 metros, aún suenan los aplausos, como lluvia de abril, del día del debut cuando el público aplaudió aquel cabezazo de Martín, de un tipo, que se fue ídolo y 20 años después, se fue más ídolo que nunca.


@jesusalfredoSP