Generalmente los equipos buscan agencias de mercadeo para comercializar, fijar precios de vallas, del merchandising, de las entradas, del papel del baño, el precio de las comidas y bebidas dentro del estadio. No estoy seguro, sí algunas cosas las hicieron, pero sí estoy seguro de donde salió el precio que debía costar la entrada.
Un día antes del juego inaugural, faltaban algunos detalles para el
arranque del torneo: un arquero, un central, un goleador tal vez, miento, todo
eso estaba listo con pre temporada incluida. Se habían disputado algunos juegos
amistosos o de preparación, los que dicen que no valen nada, no lo creo, sí
valen para algunos técnicos.
Siendo el juego un domingo, era normal que todo estuviera a punto una
semana antes, y eso pasaba como dice el dicho “aquí y en la China”. Pero los
que crearon ese dicho, no se habían encontrado con este presidente de equipo
que un día antes del partido inaugural, no había mandado a hacer las entradas.
Vuelvo con el dicho, “aquí o en la China”, puede ser normal que puedas
imprimir las entradas en un momentito, pero lo dejaron para el sábado a las 5
de la tarde cuando todos los de la imprenta estaban oliendo a cerveza o ron.
Esos ya estaban de rumba y algunos pendientes de comprar la entrada para el día
siguiente.
Se imaginan un sábado en la tarde noche? La ciudad enrumbada en aquellos
tiempos con el petróleo a $150. ¡Yo sí me lo imagino! La plaza Las Heroínas
llena de carros con música, las licorerías sacando cajas de cerveza para que la
sed acumulada de una semana, se saciara en sólo minutos. Hasta la gritona del
barrio, que nadie miraba nadie, esperaba ansiosa esos sábados.
Y unos, algunos de ellos, se ponían la camiseta de Estudiantes de Mérida un
día antes, porque sabían que la rumba era larga y después del trasnocho venía
el juego a las 11 de la mañana. No quería perder tiempo lavando la camiseta del
equipo a última hora, o sacándola de la ropa sucia. Aunque sé que algunos lo
hacían y para no usarla, se la llevaban en la mano y la aireaban durante todo
el juego al ritmo de la canción.
“Póntela” le decían los más inocentes. “Es una Cábala de la buena suerte”,
respondían como si esa palabra por ser bíblica les eximía de culpa, y la verdad
es que eran uno soberanos cochinos, pero bueno luego entre el olor de los
pinchos y la cerveza, todo se volvía imperceptible.
¿Cómo se nos olvidaron las entradas? Grita el presidente en la oficina.
Regañó a medio mundo porque a nadie se le había ocurrido recordarle las
entradas. La secretaria le dijo, torciéndole la boca, que ella lo dijo pero que
la duda con el precio de las entradas,
había retrasado todo.
Luego de algunas llamadas se dio cuenta que no había tiempo y se le ocurrió
la genial idea de dar entrada libre. ¿Entrada libre? Le dijo el Administrador a
sabiendas que el dinero de la taquilla era lo único seguro que tenían para el
próximo viaje. Sólo aquí, No en Pekín.
Le suena el teléfono a Jeidson y entre la música a todo volumen y el
bullicio sabatino, apenas pudo escuchar al presidente. “Tengo un problemita” le
dice aquel personaje con rango militar por cierto. “Me quedaron mal con las
entradas”, como para tapar su error. Un silencio que dejaba colar los griteríos
se produjo de inmediato.
Jeidson, gran fanático y toda una vida yendo al estadio, le pregunta si no
tiene entradas viejas. El tipo corre a un escritorio viejo, de esos metálicos
que tiene que ser macho para abrir la gaveta y se da cuenta que la gestión
anterior había dejado entradas antiguas sin vender y otro material de papelería.
“Listo amigo”, le dice el presidente, con eso resolvemos mañana ante Zamora
FC. La verdad en ese momento no había sido sólo su amigo, si no un ángel, un
beato, un santo que le había hecho un milagro. Y todo contento, satisfecho,
pletórico, realizado, el presidente se animó a preguntarle. ¿Y cuánto puede
costar la entrada?
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