A final de cuentas, el triunfo
queda en las estadísticas y la tabla de posiciones. Pero dónde queda la señora
que estaba mirando el juego y que se desmayó? No pude entender la parsimonia del
chico que tenía a su lado y que seguramente era el familiar más cercano que se
encontraba con ella.
Es de esas señoras que frecuentan
el estadio, sin necesidad de alardear del equipo, sin llevar la camiseta, pero tiene
siempre la esperanza de ver ganar el equipo. Ya la he visto en algunas
oportunidades y sólo la observo con
detenimiento. No habla, ni para insultar al árbitro, ni para decir, nos
salvamos, pero inconteniblemente mueve sus labios como queriendo hablar y como si
algo más fuerte que su pasión, tal vez la educación o la religión se lo
impidiera.
Y esos labios, no paraban de
contenerse en el primer tiempo, cuando el equipo, a pesar de su dominio, no
podía concretar el gol. Uno que estaba cerca de ella profanaba gestos y
palabras contra el árbitro y contra algunos jugadores que por pasajes, fungían ser
talentosos, pero que no lo mostraban. No sé si eso le incomodaba, pero no
emitía gesto alguno.
El chico, medio la acomodó en el
piso cuando empezó a desvanecerse y salió como corriendo. Algunos le criticaron
que se limitó a sobreponerla acostada, otros lo tildaron irónicamente de héroe.
Me dije seguramente fue a buscar un medicamento contra algún tipo de
anormalidad, pero no regresó en los próximos minutos, así que asumí que su
trayecto en busca de auxilio fue más largo.
Cuando ella volvió en sí, quienes
la rodeaban le preguntaron cómo se sentía. No emitió palabra alguna, pero la
sonrisa hizo entender que su estado de salud momentáneo era estable. Algunos
intentaron aconsejarla de acudir a los paramédicos que estaban en la cancha,
pero ella asumió normalidad y el resto, le respetó su firme y seca decisión.
Minutos luego, cuando ya el marcador favorecía
al equipo académico, vuelve el chico y le entrega un papel. Ella lo mira y le
hace señas de sordomudo. Entonces comprendimos que a quien minutos antes habíamos
juzgado, no tenía la capacidad de comunicarse verbalmente. Al principio, nos
quedamos observándolos y una sonrisa mutua entre ellos dos, nos dio a entender
que no había ningún tipo de recriminaciones.
Al final del juego, caminé hacía
donde se encontraban minutos antes la madre y su hijo. No lo digo porque lo
asumí, sino porque encontré entre tanta basura y papelillo, el papel medianamente
arrugado que decía “mamá, la cábala de la buena suerte, regreso con el gol, Yo
soy el de la mala suerte Je je. Finge el desmayo para que el borracho ese deje
de insultar a los jugadores y a mi hermano, él es nuestro gran héroe”.
La Cábala había funcionado una
vez más, aquella magistral actuación, digna de un Oscar de la Academia,
desencadenó los goles que dieron una nueva victoria al equipo de sus amores,
más allá de seguir mordiéndose los labios hasta el pitazo final, no fue necesario
un nuevo desmayo ni un nuevo papel, la medicina había surtido efecto, el
bálsamo del gol, levantó de nuevo la ilusión de aquella mujer.
@jesusalfredoSP