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domingo, 27 de junio de 2021

"Mi canchita, el primer patrocinio del mundo"

 En aquella época, el nombre Arena que hoy se utiliza en grandes estadios del mundo, no estaba de moda, pero hubiese sido ideal, porque nos tocó remover media “camionetada” de arena para organizar el terreno y obviamente quedaron muchos residuos, aunque eso iba a ser problema netamente del delantero izquierdo en cada ataque.

Pudimos, luego de grandes esfuerzos, limpiar el terreno y establecer una canchita con una dimensión aproximada de 6x4 metros y con eso creímos que era casi suficiente para iniciar el torneo infantil de La Placita, pero nos faltaba el nombre del estadio así que pensamos en algo majestuoso, porque la cancha “la pepita”, como le decían a la del pueblo, nos parecía muy coloquial.

Pensándolo bien, a Pitágoras le hubiese encantado jugar ahí. No sólo porque afloraba tanta pasión y rivalidad, sino porque realmente no era un rectángulo. Cerca del córner, había un deslizamiento que en principio lo cubrimos con aquella arena, pero luego cedió producto de quienes iban a dormir la pelota en la esquina, aunque Lesme el narrador, nunca dejó de llamarle el rectángulo de juego, ignorando la asimetría

Pero donde realmente Pitágoras hubiera tenido la mayor atracción era cuando cayera en cuenta que la mejor manera de asistir a un compañero no era con el empeine, ni el toque a ras de piso, sino que para hacer un pase largo había que calcular el desnivel de la cancha, el ángulo y hasta el coseno. Era tan marcado ese desnivel del campo, que a las posiciones no le llamábamos delantero por derecha, sino delantero por arriba, la pendiente era evidente.

¿Les comenté del narrador? Si claro, armamos una cabina radial en los alrededores, en lo alto del terreno. Contábamos con un árbitro, los liniers (como se le llamaban comúnmente en aquella época), un grupo de cheerleaders y una premiación con trofeos de palo (madera), con una efigie deportiva o patriótica.

Para el primer lugar, buscamos una caja de whisky Old Parr vacía, que por ser dorada, le daba cierto realce a la distinción. De esa caja, nació precisamente el primer estadio patrocinado de Pueblo Llano, Mérida, Venezuela, América Latina y tal vez del mundo, según los últimos estudios.

Una noche antes del torneo, nos enfocamos en buscar lo más rimbombante en nombres, y como ya nos hablaban del año 2000, del nuevo milenio, era momento de dar ese salto milenario, aunque nos separaba casi una década del tal acontecimiento, el ya olvidado Y2K. Era un desafío, para ese momento, los estadios llevaban nombres de zonas, figuras, nosotros buscábamos algo mas.

Empiezo a ver la caja de Old Parr y veo en ella el nombre Macdonald greenlees distillers y de inmediato lo asociamos con Juan de Maldonado, el fundador del pueblo, entonces fue allí que nació una nueva era en patrocinios mundiales. En ese momento, aquel garaje asimétrico, con piedras incrustadas en un área, tomó vida, como cuando alguien recibe un nombre al momento de nacer, que le da personalidad y perdurará para siempre.

No obtuvimos el lente de los medios, tampoco reconocimiento posterior de parte del conglomerado. El patrocinio en el nombre nunca nos dejó un centavo porque todos nuestros fondos eran de colaboraciones que depositaban los asistentes en una alcancía en forma de cochinito. Pero creo que los entiendo, no los condeno,  realmente fue nuestro error, fue por nuestro acento.

En los programas con máquina de escribir, en el anuncio escrito en cartón frente a la cabina, en las menciones con parlantes en cada juego por el narrador, nunca pudimos pronunciar, ni escribir correctamente, el nombre Estadio Macdonald, desconociendo la fonología e ignorando la pronunciación en otros idiomas y siempre hablando del mítico Estadio “Madocnáld”, con acento prosódico, ingenuo y andino en la letra “a”.


 @jesusalfredoSP 

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domingo, 20 de junio de 2021

La penalti de Cheche

Cuando Cheché cae al suelo, el árbitro tuvo dos opciones: O dejar pasar la jugada o decretar  el tiro penal. pero silbato suena de una manera estruendosa, como si fuera algo Divino.

Extrañamente todo queda en silencio. Pensó que el ruido del silbato lo había ensordecido. Siente que el tiempo se paraliza, que se detiene. La gente deja de sonar, las tribunas de gritar, ni se mueven. Las banderas de las barras quedan flageladas cómo si el viento no corriera y la gravedad hubiese desaparecido.

Mira con desconcierto y sin entender se dirige a sus compañeros para buscar respuestas entonces se da cuenta de que sus compañeros están también estáticos, congelados, petrificados algunos con expresiones faciales de alegría y reclamo espantoso como pidiendo aquel tiro penal.

Le aturde el silencio, jamás había sentido tanto pavor al mutismo, ni el sonido del viento dejaba huella de vida. Pensó que aquella patada había sido su sentencia de muerte.

Empieza afanosamente a caminar por la cancha, con la sangre caliente como única prueba de vida. El sonido del pasto mientras caminaba, rompía el aterrador silencio. Mira su reloj como queriendo medir el tiempo y se da cuenta que siempre corre, que nunca se detiene.

Lleno de incógnitas, escepticismo y duda. Abrumado, confundido corre camino a  casa cerca de la cancha. Todo sigue en silencio, ni el viento, ni la gélida brisa, ni el bar de la esquina rompe la monotonía. Sólo el tosco sonido de sus guayos estimula los oídos y lentamente abre la puerta de su casa.

Desde la sala resplandece una pantalla que inunda ese terruño familiar al cual le ha fallado y camina hacia ella lentamente. Observa en el mueble frente al televisor a su esposa, a Nené e Isa, sus pequeños hijos. El “shhh”  que demanda silencio le señala que la atención está centrada en la pantalla. Nené lo abraza, ama ver películas en familia, con cotufas, refresco, es su mejor plan para cualquier día y cualquier hora. Pero Cheché siempre falta, nunca puede, no le gusta y Nené lo extraña, lo extraña siempre.


Se mete en el sofá y aunque todos están atentos a la secuencia de la película, lo reciben, lo abrazan y aquel calor familiar que sentía olvidado, vuelve y vuelve pleno. Se cuestiona su permanente ausencia hasta que alguien le  lastima la herida del posible penal, entonces se levanta y regresa a la cancha a explicar su ausencia.

Pero se da cuenta de que todo sigue intacto, que nada ha cambiado, que todos siguen flagelados y congelados. Mira el reloj y nota que el tiempo se paralizó aunque juraría que estuvo al menos una hora en casa.

De repente un sonido ensordecedor acaba con aquel momento y paulatinamente empieza a escuchar el bullicio, el defensa le increpa que no lo había tumbado, le grita que se levante, los fanáticos piden la falta y empiezan a hondear sus banderas llenos de ira. El referí se va corriendo directo al área y decreta el tiro penal a las 6:01 minuto de la tarde, justo la hora en que su hijo Nené, da su últimos suspiro.