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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Es que eres un Pelado

En aquel tiempo Jesús dijo a los discípulos “Id y evangelizad”. Yo me lo tomé en serio, muy en  serio. Cuando estaba chamo mi vida transcurría entre el liceo, hablar de fútbol y las canchas de Fútbol. una vez alguien me preguntó. Pero si te gusta tanto el fútbol ¿Por qué no fuiste futbolista? Yo me hubiese dedicado y lo que me propongo lo consigo. Al pelado Moretti, como le llamaban en el liceo, le sobraban gestos labiales, miraba el cielo, manoteaba incansablemente mientras me sermoneaba y todo lo que los psicólogos de las urbanizaciones llaman “echonerías” quedaba expuesto en ese instante, justo después de que mencioné que a Estudiantes lo habían eliminado porque un fulano cheque no había llegado a tiempo y por eso le habían quitado los puntos que le daban acceso al hexagonal a pesar de haber derrotado en la última fecha, último minuto, creo que con gol de Ruberth Morán 3-4 a UNICOL, un equipo de Maracaibo en el Pachencho Romero.

Yo lo miré de arriba a abajo, de abajo a arriba, de un lado a otro, por qué era rellenito y preguntándome, ¿Acaso este coñito ha logrado todo lo que quiere? O es que su sueño de ser Técnico en Computación, con mala cara, echonería en su máxima expresión  y madrugar todos los días por un salario mínimo ha sido su máximo sueño? Tal vez sí, me respondí. Y le driblé con excusas que en otro lugar del mundo hubiesen sido entendibles. Mis argumentos eran algo así como no hay escuelas de fútbol, no había canchas para jugar, y era cierto. La única cancha con la que contábamos era de la universidad y si estaba en mantenimiento o el vigilante tuve una mala noche con su concubina, se ponía de cascarrabias y no dejaba jugar a 4 o 5 fiebrudos que teníamos que rezar para que el chofer de los buses de la ULA nos dejara montar porque no teníamos para el pasaje de vuelta.

La Plaza de Milla donde a veces matábamos la fiebre, tenía de cuidadora honorífica a una colombiana que mientras paseaba su perro se dedicaba a corretearnos con su mascota. Allí tomamos nuestra primera lección de cómo driblar sin balón y cómo no sacarle la madre a una persona que dejaba que su perro hiciera de las suyas en los jardines de la plaza y nosotros no pudiéramos patear la pelota luego de la clase.

El “Pelado”  con el tiempo pasó de su trabajo soñado a alternarlo con otras actividades hasta vender maníes en la calle. Una vez me lo encontré cogiendo una pepa de sol a medio día en pleno centro de la ciudad. Me ve, me saluda y se da cuenta que sigo con el fútbol porque llevo una tabla con forma de cancha de fútbol. Me dice “Coño, aquí pana, la gente ya no arregla computadoras como antes, y hay que buscar la plata como sea”. Y bueno, para no entrar en tópicos como la crisis, la inflación y ese montón de vainas que hablas con cualquier persona sin importar si tiene post grado, TSU, o apenas terminó bachillerato, lo “zapatie” con un “mucha suerte y que vendas mucho”. Seguí caminando a mi destino, pero mientras recordaba los achaques del amigo del por qué no fui futbolista. Empecé a rememorar de aquella situación. El Cheque que llegó tarde pero llegó, ese épico partido contra UNICOL -que posteriormente se llamaría Atlético Zulia FC-, la eliminación del hexagonal, el comentario del pana y me di cuenta de que justo Estudiantes de Mérida estaba metido en los octogonales en ese momento.

En el Dejavu, que llaman ahora, realmente lo que el chamo quería meterme en la cabeza era que el fútbol venezolano era un cúmulo de errores, que la mediocridad navegaba en el mal drenaje de las canchas de los años 90, que los jugadores eran tan malos que Brasil nos metía 6 a 0 con un equipo B, que Estudiantes de Mérida jugaba en un potrero y que nadie decente iba a ver esos juegos, que los jugadores buenos estaban en Brasil, Argentina e Italia, que no nos metían 10 goles por lástima. Su apellido europeo le hacía creer que era un ciudadano de primera en mi país, y que nosotros éramos los alquilados. Me imagino que cada 4 años en los mundiales se ponía la “Azurra” porque sus raíces se lo pedían, y seguramente gritaban sus goles hasta la saciedad, aunque con La Vinotinto al final se identificó mucho mas. Yo, como buen “ciudadano de segunda” me callaba, como aquel que entiende su papel en el mundo y la verdad es que pocas veces me podía envalentonar. Era una década de mucho sacrificio para nuestro fútbol, muchos sin sabores, pocos triunfos, pocas figuras, el puto Técnico en Computación como que tenía razón” y sino fuera por mi llavero con la cadena oxidada del equipo, nadie se ponía algo alusivo al fútbol venezolano en la liceo.

Hago mis diligencias, pagar el gas, ver unos zapatos, caminar para pescar algún buen precio, pero salvo pagar el servicios de gas, todo fue como perder el tiempo. Me regreso por la misma vía, nada nuevo, todo igual. Gente caminando con el apuro de que algo se va a acabar, de que el dinero se esfuma, de que el salario se hace sal mientras ve un producto y escucho que una señora dice “No compres mañana lo que puedes comprar hoy”, me sonreí internamente, no me gusta demostrar todo lo que se dice en la calle, aunque debería ser “caye”, aquí también se peló la Real Academia Española. Mas adelante me cruzo nuevamente al pelado Moretti, me aborda y me dice “ya que estas con el fútbol, ¿habrá alguna manera de hacer un contacto para vender vainas en el estadio?”

Abro mi boca “Mira Pelado, hoy estamos en el octogonal, pasamos de cuartos, Estudiantes ya no juega en aquel “Potrero”- al que por cierto le sobra historia- Argentina de vaina nos hizo un gol en el último juego y fue autogol” Pero cómo para mí eso se llama “Caye”, me tiré de "ciudadano de segunda" y mis palabras sólo sirvieron para indicarle que yo no tenía esos contactos, que los mas seguro, seguro, era que no lo dejarían vender porque toda la vida era un soberano pelado.


martes, 11 de julio de 2017

El último anuncio

Acto I

Me voy a un rincón del estadio. La verdad disfruto la soledad y la lectura como pocos. Algunos las consideran un aburrimiento o un castigo, pera a mi no y eso me ha permitido mas de lo que uno espera. Me quedo sentado en esa esquina recostado a una pared, cuya deformación estructural me permitía usarla como silla. De repente alguien viene caminando despacio y en franca conversación con cualquiera al teléfono, hablaba poco y escuchaba mucho, sólo interrumpía para asentir verbalmente con frases como “Ok”, “Está bien”, “No hay problema”, “Si Frank” y así por el estilo.

Va y viene, creo que no me ve, pero desde la distancia observa como entrena la plantilla. ¿Qué pasaría por su mente? ¿Qué estará pasando me pregunto? Porque salirse del entrenamiento para hablar por teléfono no es poca cosa, bueno al menos para profesionales. Y eso no lo aprendí de un librito, sino de un regaño que nos metió Pedrito Febles cuando dirigía a Estudiantes de Mérida. ¿Qué pasa? Nos grita. Ricardo y yo, trabajando en 15.60 AM, nos fuimos de fortachones a entrevistar a Luis Madriz creo que era, cuando pensamos que el entrenamiento había finalizado, y apenas había acabado una parte de la sesión. Eso nos pasó por llegar tarde. Luego vino el manojo de disculpas al profe quien desde que llegó dijo que seríamos campeones, pero no terminó la temporada y un quinto lugar que fue lo mas decoroso.

Pero lo del profe Febres es otra cosa. Ese tipo había pasado por varios equipos, selección y me dio una lección para toda la vida. Si unos dicen que el juego termina hasta que se acaba, pues el entrenamiento también. Pero eso no lo entendió el del teléfono porque cuelga la llamada y volvió al entrenamiento. Horas mas tarde se daba a conocer la noticia. “Chuy” Vera no será mas el DT del equipo y el nuevo entrenador es…. ¡Sí, el mismo! el que horas antes deambulaba con teléfono en mano frente a mí, sin darse cuenta que allí estaba yo, viendo como cocinaban un ciclo y comenzaba su nuevo reto, que a final de cuentas, su reto fue copia de lo que había ocurrido esa tarde, deambular en el torneo.

Acto II

Terminábamos de entrenar. El sol y la luz artificial nos abandonaron y eso sí, cualquier día era bueno para patear la pelota. Les cuento algo ¡eran buenas partidas! En mi casa, mi padre tuvo la sabiduría de hacer la casa en medio de amplios terrenos que dejaban espacio para todo, pero sobre todo para esas buenas partidas de futbolito, o futbolín, como lo quieran llamar. Para mí eso era fútbol puro.

En ese espacio de cuatro metros por seis, más de uno le perdió el miedo a la pelota, a meter un regate, a hacer una chilena, aunque caer en el piso empedrado le ocasionaría una lesión de por lo menos una semana sin jugar. Teníamos entre seis y doce años y era salir a jugar era parte de nuestra rutina.

El mayor de todos, Henry, y por eso el de más pericia con la pelota, se sentía dominador del escenario. Obviamente sabía más de fútbol que nosotros. Era uno de esos acomplejados que saben historias, pero además usan esa credibilidad para agregarle dotes a quienes ya lo tenían. Nos contaba que “La Araña Negra”- el portero ruso- que con el pasar de los años descubrí que no era de mentira como otros y que inclusive pisó el estadio Guillermo Soto Rosa, era un famoso arquero que no le entraba nada. Que era un tipo súper seguro y que sus últimos días en la cancha paraba penaltis en silla de ruedas porque alguien lo partió y enfatizó, lo reventó de un pelotazo.

Acto III
Nosotros echados sobre la grama, escuchando cualquier cosa, y lo bueno de pasar por desapercibido es que no se limitan a decir nada, porque quieren demostrar que su fuente es la mejor. El jugador no es cualquiera, tiene un dote que no se ha visto antes, algo particular. Aún no ha pisado Venezuela y se creía que ni siquiera vendría, porque como ha pasado con algunos, consideran que tienen mucho cartel para manchar su curriculum en un fútbol de baja calidad. 

En la radio no se dijo nada, creo que ni lo imaginaron, como cuando anunciaron al posibilidad de que Carlos Valderrama viniera al Caracas y el Unión Magdalena lo puso intransferible, aunque el equipo capitalino tenía los $460 mil que pedían los colombianos. O cuando se rumoreó  que Estudiantes buscó firmar a Stalin Rivas quien estaba un tanto fastidiado en el Caracas luego de su paso por el fútbol de Bélgica. Es decir, algo alejado de la imaginación.

Es un jugador que por sus características físicas usa zapatos especiales, que ni el Dr Scholls, lo tiene acá. Su principal virtud es el tiro libre, porque con el efecto de su pie, levanta tanto la pelota que es dificultoso para un arquero imaginar el destino de la pelota. No sólo por la altura o la caída, sino además el efecto que toma una vez el balón es impactado. Obviamente posee gran estatura, por lo que en los tiros de esquina se solucionará el tema de quien busca el cabezazo. Mi radar obviamente no detectaba nombres ni pistas, el mercado internacional como Henry indicaba, era muy amplio, así que desistí de sacar nombres a flote.

Henry, lanza el último de los dardos, al centro, preciso y con firmeza. La Junta Directiva no quiere decir nada aún, porque al parecer otro equipo local de mucho poderío económico también toca la puerta, pero tenemos ventaja. Le pregunto a Henry que finalmente me diga cuál es el jugador y titubeante en los momentos precisos me dice. No te voy a decir el nombre, pero al tipo le dicen Zapatilla, porque calza 48 y los dólares no es el problema, sino que en cada juego gasta un par de zapatos y hay que traérselos del extranjero. Años después, Henry dejó de ir a la “cancha”, fue su último anuncio y como él era uno de los mayores, se alejó de nosotros los más pequeños y más nunca nos cayó a mentiras.

@jesusalfredosp

jueves, 25 de mayo de 2017

Cero

Esto de ser fanático de un equipo al que en los últimos años le cayeron las seis plagas de Egipto ¿No son siete? – me pregunta algún indiscreto- pues sí, pero dejo uno de comodín porque uno no sabe hasta dónde tendremos que llegar. Me puse a analizar los juegos en los cuales no escribí luego de salir del estadio y me di cuenta de que generalmente los resultados habían sido aceptables  y me dije ¿Coño será que mis cuentos son los pavosos? ¿Qué no merezco escribir cosas positivas porque desaparecería los nostálgicos de los mismos? Pero no, agarré la pluma y dije, ¿Acaso a Estudiantes de Mérida las plagas le cayeron hace un año? Pero asumí que no, que hace años la cara de los fanáticos en la buseta luego del partido es una soberana expresión de los poemas del gran Mario Benedetti.

Me encuentro a una amiga lingüista y le muestro las primeras líneas de mi cuento. Me dice ¿Cuál de los poemas de Benedetti? Me inmuté porque la verdad, de Benedetti poco o nada, pero si es Poema asumo que sobran sentimientos de nostalgia, melancolía. A lo mejor mi amiga como amante de los poemas me agarra a cachetadas, pero su prudencia la motiva a preguntarme nuevamente a cuál me refería. Siéntate me dice, y ella de pie, me coloca su mano izquierda en mi hombro. Su mano derecha extendida va a la parte inferior de su cara y comienza a hacer un movimiento como queriendo perfilar su barbilla. Saca de su poemario un listado de los escritos de Benedetti y me dice ¿Por qué no escoge uno que se parezca al sentimiento de lo que deseas expresar?

Mis ojos, como ascensor en cámara lenta, empiezan a escudriñar en los títulos. El primero que me llama la atención es Cero y lo relaciono por el hecho de ser un número, a un posible resultado, un resumen de los títulos logrados en años, la cantidad de satisfacciones de los aficionados, las veces que hemos ido al octogonal, lo cual era una promesa, desde que la nueva Junta Directiva asumió el equipo. Busca la página, léelo me dice – sin olvidar la leccionaria sonrisa- y empiezo a leer y tratar de interpretarlo, adaptarlo, pero queda allí en un simple número, en un número tal vez sin valor, pero ¡Vaya que tiene valor! ¡Vaya que cuenta Cero títulos! ¡Cero satisfacciones!, y hoy poco o Cero aspiraciones.

Lo que pasa -me dice ella-, es que al leer tus cuentos, por ser tu amiga no me molesta corregirte cuando me pides el favor -que han sido pocas veces- me doy cuenta que Cero no se adapta a tus pasiones como fanático y dudo que Mario Benedetti tenga palabras para tu sentimiento. Al sentir poca empatía por los escritos de Benedetti, tu cara dibujaba desentendimiento, poca conexión, es decir, un sinfín de expresiones ajenas a la satisfacción. Yo, tomo la palabra rápidamente y le digo, exacto eso es ¡No hay satisfacción! más allá de que se logre una victoria, pero detrás de eso, uno sabe que el triunfo sólo sirve para no descender, para tratar de empatarle al juego al orgullo perdido, para meterle un pelotazo a la casa de la viejita roba pelotas del pueblo, pero más nada, parece que allí quedan nuestros sueños y todo aquello que dice la historia del equipo se convierte poco a poco, generación tras generación, en Cero.

miércoles, 5 de abril de 2017

Baena y el dueño de la pelota

Hace algunos días, un amigo de esos que nos da el fútbol me pregunta que si los cuentos eran reales o ficticios. Le dije, obviamente sintiéndome halagado por lo misterioso que le había representado, que era una mezcla de todo, del ambiente, de la imaginación, que eran como los sueños que tenemos en la vida, no sé si todos tengan sueños como yo, pero muchos de ellos son irrealizables, otros sí.  Me preguntó cuál era mi musa,  que no es otra cosa que esa fuente de inspiración en que mucha gente se basa para crear, escribir, cantar, pintar. Me imagino que si nos adentramos en las artes, más de una rama tiene a la musa en el centro gravitacional. Creo que mi Musa es la pelota.

Y digo esto, porque el día que Estudiantes jugó con Mineros de Guayana, mi nómada memoria  se estacionó en la primera vez que vi a ese equipo en persona. Para mí era una especia de espejismo, y es que hacía sólo unos meses lo había visto en TV por ser el último campeón a finales de los 80, cuando yo aún vestía mi franela blanca de la escuela. Más allá de esos datos, era ver al Mineros de René Torres, Ildemaro Fernández, merideños y jugadores de la vinotinto pero al servicio de los guayaneses, aunque mi foco de atención fue César Baena, el arquero de ese equipo, un tipo que era dueño y señor de la portería de la selección durante esa década.  En mi escuela Foción Febres Cordero, en Pueblo Llano, el que se colocaba entre dos piedras a tapar los balonazos de los delanteros durante el recreo se le “caribeaba”, que en jerga pueblo llanera significa bromeaba o chanceaba, con la figura de Baena. Por eso la presencia de él en la cancha me impactó tanto. Yo generalmente era el portero,  de pana con buenos dotes, ágil, poco miedoso, con mediano liderazgo, no sé qué pasó después, pero tenía pinta y yo como estudiante de quinto grado siempre me enfundaba “la camiseta” de portero para disputar los juegos.

Admito que perdíamos la mayoría de los encuentros contra sexto grado, eran buenos, tenían buenos jugadores, fuertes, mayores que nosotros y en algunos casos nos amedrentaban con su tamaño. Pero un buen día, esos días en que se le sale la rueda a la carreta, armamos un equipo al mejor estilo Ferguson, sin dejar cabos sueltos. Cada quien tomó su posición, obviamente yo me fui a la portería. Juan Carlos, el dueño de la pelota y por esta razón siempre presente en las caimaneras jugaba de defensa y así por estilo. El timbre de receso de la escuela, era como el pitazo de Pierluigi Colina y si los jugadores profesionales salen tranquilos a la cancha, nosotros no. Salíamos como diablos endemoniados al patio trasero de la escuela. Sin merienda, sin agua y con la pelota como musa nos paramos en la planicie, que no era tal, era un terreno con monte, pocas piedras eso sí, pero con algunos desniveles, especialmente en la zona del marcador por derecha de mi equipo.

El juego, sin árbitro pero con el criterio del Fair Play, que años después intentó instaurar la FIFA, comenzó con un centro por derecha, a media altura, poca velocidad, mucho efecto y Juan Carlos, que no sé qué carajo hacía como delantero, la tocó a lo que llamamos el segundo palo, que no era otra cosa que una piedra redondeada por tanta fricción por cause del río, de esas que mi mamá, mi esposa  y otros especialistas las llaman Piedra de río y que abundan en los pueblos de los páramos andinos. No era la exquisita pierna de Arango bajándola en el área para matar a los colombianos, ni la lujosa derecha de Stalin Rivas en la Libertadores del 95. No, era nuestro defensa, que era titular más por dueño de la pelota de plástico que por sus habilidades con la pelota, y al mejor estilo Pasarella -el mejor defensa goleador de la historia-, levantaba las manos en señal de triunfo cuando la pelota rozaba la piedra y seguía al fondo para comenzar un receso glorioso.  Entre ellos dijeron que era un favor, porque casualmente el portero de ellos era su hermano, pero al final del receso también decretado por el timbre,  el juego terminó con un triunfo nuestro de tres goles a cero. Nos abrazamos y llegamos al salón diciéndole a la maestra (profe) que le habíamos ganado a sexto grado. Regocijados por esos 10 o 15 minutos de “derroche de fútbol”, se nos olvidaba que la mañana tenía dos recesos, y que nuevamente nos volveríamos a enfrentar al mismo equipo en un par de horas, que la alegría nos duraría poco y ese tipo llamado William que con su altura, dos años mayor que nosotros y de apariencia poco amigable buscaría vengar.

 Obviamente fue así. Ya el timbre del segundo receso no era tan agradable, fuimos al patio, armamos el equipo igualito y antes de rodar la pelota, el mismo William dijo que venían por la revancha. Sí el tipo era de pocos amigos sin buscar venganza imaginemos con una espinita de esas. Nada de eso dijo Juan Carlos -quien además siempre escogía a los jugadores-,  autoritariamente gritó que ese era otro partido. Y créanme, que no había nadie que le quitara la razón al dueño de la pelota que acababa de abrazar su primer triunfo ante sexto grado. Fue así que grabamos nuestro récord y al final de año, la clasificación quedó establecida en mil derrotas y un triunfo,  eso sí con claridad y contundencia, con celebración hasta de la maestra Hilda. Yo permanecí echando pinta por haber mantenido mi arco en cero, haciendo gala de que me llamaran Baena al que le decían en mi pueblo, el mejor arquero del mundo.

@jesusalfredosp


lunes, 20 de marzo de 2017

Vamos a comenzar el descenso.

Eso del descenso honestamente no lo quiero volver a vivir, porque querámoslo o no, tuvimos que necesitar de un favor o un vacío legal para volver a donde nacimos y gracias a la vida, aún estamos aquí. Si no podemos armar un equipo para mantenernos en la primera categoría, no me consta que podamos armarlo para subir. Mi espalda superior, siguiendo el surco de la columna vertebral, sudaba. La almohada no era cómoda y una costilla está seriamente amenazada por algo que entre dormido no podía distinguir. Escucho, no sé si con cierto aire de divinidad o entre el sueño y la realidad, esa voz que en las películas simulan un mensaje de un ser divino, profético. A alguien le escuché decir que es la voz de Dios. Esa voz, la que irrumpió en la tranquilidad y acabó con ella, dijo una frase lapidaria, mortal, desesperanzadora, “vamos a comenzar el descenso”, a partir de allí no hubo más comentarios de esa voz, fue un mensaje en seco y si es divina lo menos que yo esperaría es aliento de esperanza, de impregnarnos de fe, una palmadita verbal, pero eso jamás ocurrió.

Mis ojos, aún con vestigios de sueño, cada vez menos cerrados de lo que llamamos el quinto sueño, pero eso sí, atento a todo, empezó a ver movimientos alrededor. Siempre he sentido que el oído es el sentido sensorial que más atento está en medio del sueño, podemos estar durmiendo y escuchando pero no durmiendo y viendo, pero en este caso no, el oído y la visión iban de la mano. Yo no sólo había captado movimientos, sino conversaciones que cada vez subían más de tono, definitivamente esa voz que mis oídos habían captado como divina, había despertado pasiones. Lo que me despertó definitivamente fueron los gritos de un señor, con camiseta roja y blanca, quien salido de sus casillas, al igual que el mismo que le cayó a piedras al carro de uno de los integrantes del equipo en aquel juego que perdimos ante Caracas FC  y que teníamos que ganar para mantenernos lejos del descenso. El tipo, vocifera “es su culpa, ustedes desde que agarraron el equipo, prometieron octogonal y copas, y aquí el único que se tiene copas de despecho he sido yo”.

Yo, obviamente interesado en lo que ocurría alrededor, dirijo mi vista a los directivos, mientras mis manos frotaban los parpados no sé si por algo netamente natural o porque quería ver con más claridad lo que estaba presenciando. Los directivos, aún conservando la calma con que se dieron a conocer cuando compraron al equipo, tomaron una bebida que una chica con uniforme repartía entre los allí presentes.  Los Directivos torearon al aficionado, pero ese día había muchos toros. Otro fanático que estaba sentado en un grupo diferente siguió apuntando sus gatillos a la directiva, argumentando que habían dejado ir a jugadores que le dieron gol y juego al equipo, que los jugadores que habían traído navegaban entre la poca eficacia, la escaza experiencia y jerarquía. Uno que estaba a su lado tomó la palabra, sin levantar la mano y haciendo caso omiso a  las normas del buen hablante, se descargó con los medios de comunicación que estaban allí tildándolos de cómplices y acomodados.

Los representantes de los medios tuvieron poco que decir, porque mientras esperaban dar respuesta, un directivo se limitó a decir entre dientes, como aquel niño que por primera vez corteja a la niña de sus ojos,  que ellos no ponían a los jugadores en la cancha. El Cuerpo Técnico, se sintió señalado, y aunque la mesura les ha acompañado desde que llegaron a la institución, en ese momento no tuvieron tapujos en decir que la mayoría de los jugadores los trajeron sin su consentimiento, que había una plantilla base y que poco o nada podían hacer, porque hasta el cuarto importado llegó a última hora. Los jugadores también se sintieron increpados, y eso de que hay que pasar la página, ya no funcionaba, era ahí y ahora. La mayoría permaneció en silencio, sólo aquel que siempre sale en defensa de la plantilla siguió con el monólogo diciendo que ellos seguían trabajando y que nos íbamos a salvar, contrario a lo que había dichola voz divina. Allí fue donde me di cuenta, que la voz divina no sólo la había escuchado yo, que nada era producto de mi imaginación y que la divinidad nos habló. Entonces yo recordé cuando alguna vez alguien dijo, Dios es académico, y yo dije, pues si no lo es, por lo menos está pendiente y eso suma.

Las discusiones cada vez se acaloraron más, la chica con uniforme se movía como balón en cancha, para allá y para acá. Con el tecito quería calmar a todos, pero era imposible. Directivos no se limitaron a culpar a Cuerpo Técnico, jugadores y Medios de Comunicación. El Cuerpo Técnico a la Directiva y los medios, allí empecé a intuir el por qué los jugadores no daban declaraciones post partido a los medios, no sé si por un tema de organización o por línea comunicacional. Todo no paró allí, los jugadores continuaron siendo acusados por las barras, quienes les decían que no les ponían huevos, y como hasta la olla de presión revienta, uno de los integrantes de la plantilla le dijo que si por bulla era, la barra del Caracas puso más huevos que la afición local. Por un momento pensé que se iban a ir a las manos, pero no, el proverbio chino de que quien se va a las manos, es porque ya no tiene la razón, sobresalió en ese momento. Aunque los ánimos estaban en punto de ebullición.

Yo, mudo hasta ese momento, prefería mantenerme al margen. Recibí el té y creo que la sonrisa de la chica, quizás sintiéndose respaldada por mi neutralidad y con ello colaboración,  me llenó más que el confirmado vasito de té. Obviamente nadie se iba a calmar con el preciado líquido, era tan poco, que no servía ni para pasar el trago amargo de los señalamientos que recibían. La chica pedía paciencia, le vi como a otros alrededor cara de confusión, de no comprender lo que ocurría. Yo le podía dar una clase magistral de lo que estaba presenciando. El control de directivos por un lado, Cuerpo Técnico con  jugadores y aficionado por otro, se perdió totalmente. Era una completa gallera, donde además del orden, se había perdido el respeto y la mesura.


De pronto, esa misma voz que alteró el ambiente, que hizo sacar lo peor de parte de directivos, jugadores y aficionados, volvió a la escena, esta vez carraspeando la garganta como para llamar la atención. Ya no parecía una voz divina, quizás porque ya el sueño se había ido. Esa voz ya tenía acento, ya jugaba un poco entre lo sobrio y la risa de algo. Esa voz se hace sentir y dice firmemente damas y caballeros, tomen sus asientos y abróchense el cinturón, recuerden que vamos a comenzar el descenso a nuestro destino. ¡Oh Dios!, la chica era la azafata y dejó de repartir el tecito, integrantes del equipo agacharon la cara y en silencio empezaron a retomar el orden en sus asientos. Nadie dijo palabra alguna, sólo unos sintiéndose víctima de la gran confusión se tapó la boca para no develar su risa ante tal confusión y haber sido actor presencial de lo que quizás llevemos por dentro.

@jesusalfredo

lunes, 6 de marzo de 2017

Diez minutos y tres sustos.

Cuando llegué al Estadio Metropolitano, sentía que si hacía  un gran esfuerzo podría contar las personas que estaban en la tribuna cuando apenas faltaban 40 minutos para iniciar el juego. Ese gran esfuerzo sería aún mayor en comparación con el que algunos jugadores hicieron en ciertas jugadas puntuales, sobre todo aquella en que el Aragua  le empató a Estudiantes de Mérida, en la cual el tipo, Villegas, y con mucho respeto digo, que no es para nada exquisito con la pelota, sino un tipo más de guerra y corazón al punto de que el técnico del Aragua lo incluyó en el momento en que necesitaba despertar a su equipo, pues a pesar de haber tenido ciertas llegadas la suerte no estaba de su bando. ¡Hey!  y no lo dije yo, el mismo jugador sin titubeos, sin censura, al final del partido afirmó que no era el tipo de jugadas que él hacía, así que no me señalen como desmotivador o futbolista frustrado, para nada, como Pilatos me lavo las manos y préstenme una toalla blanca.

Esa jugada, la que nos robó el primer triunfo en casa, la que le dijo a Coco, la mascota del equipo, ¿Para qué te incaste? ¿Para qué le pides o mejor dicho le imploras con manos arriba al ser supremo que te de un triunfo? El tipo venía zigzagueando como una gacela a 330 kilómetros por hora  y los nuestros, al otro lado parecían torres en tabla de ajedrez. Por un momento me acordé de la vez que cometí mi primera penalti, fue una mano, pensé que el árbitro no me veía y la toqué como si empujara a una compañera de escuela a la que solo quería molestar, seguramente eso pasó por la mente de los defensas, no querían cometer una penalti que además de un posible gol, les propinaría otra expulsión, y ya jugar con 9, a esa hora, en Mérida era una completa odisea.

Un comentarista de fútbol a quien le presto dedicada atención, como aquel cuidado que le presta la viejita de velo negro en mi pueblo al cura de la parroquia y con rosario en mano incluido, escucho cuando dice que los primeros diez minutos son los más importantes y no sé si hablaba de fútbol o de sus encuentros maritales, pero para mí los noventa minutos más el tiempo agregado son los más importantes y ojo que estoy hablando de futbol no de lo otro,  aunque como dijo Evo Morales, el presidente boliviano cuando defendía a la ciudad de La Paz como sede de la selección altiplana, al decir que el fútbol se juega donde se hace el amor, el tema es que a Evo se le olvidó hablar de los tiempos, a eso presidente, hay que hacerle mención especial.

No me gusta dividir el juego y afirmar que el primer tiempo fue mejor que el segundo y cosas por el estilo, es un juego de 90 minutos, no es como el Tenis o Voleibol  que ganas un set y tiempo fuera, pero eso sí, antes de los 10 minutos,  Aragua ya había puesto rezar tres veces a la viejita del velo negro, Estudiantes también había tenido cierto acercamiento a la portería, pero los del centro, venían a presionarnos y nosotros a jugar a las desatenciones.

Hubo una jugada en que la defensa no supo salir con la pelota, ni siquiera de la pelota. Hubo desentendimiento, confusión, nervios, ansiedad y llegaron los rivales, cruzando el balón a un costado, cerca del palo. Vi que el contrincante venía con pasos veloces y campantes a pesar de haberlo visto en Cámara lenta. Al otro lado vi la cara del arquero  Alejandro Araque, en el sillón de los acusados en el juego ante Zamora, como queriendo sacar el balón con tantos gestos faciales, pero fue inútil,  Aunque allí estuvo él, fue el mejor de la jugada, inamovible, parado, no se despeinó, no se asustó ante la presión del delantero aragüeño, creo ni siquiera parpadeó, señores el palo nos salvó antes de los fulanos diez minutos.

Durante los 90 minutos y con épocas más emocionantes que otras, fue un buen juego y sentí que con un hombre menos hasta podíamos haber anotado en los minutos finales. Ellos también tuvieron su chance, pudieron haber ganado especialmente por esa esa jugada, la que nos dejó vivos, con un amargo empate, que suma, no sólo puntos, sino ansiedad, frustración, o como dijo el profe Juan Cruz, coraje, que aquí en Venezuela lo llamamos de otra manera. Mejor no lo mencionó porque sería abrir la puerta a una serie de fanáticos porque querámoslo o no, la tribuna se está entibiando.

martes, 21 de febrero de 2017

Pero si mi hijo no es portero

En ese juego de Estudiantes contra Monagas, un juego matutino digno de un domingo de relajación y poco utilizado en Venezuela, me dejó con eso que llaman DEJAVU, que en cristiano simple perfecto significa algo así como revivir algo que ya había ocurrido.

Esa mañana estaba yo allí viendo nuevamente a mi hijo en el campo, con la camiseta enfundada de mi equipo No hay mejor regalo para un padre que ver a su hijo sudar la camiseta que le ha inculcado o hasta obligado su padre porque nunca he sabido a ciencia cierta si es también su equipo, porque en una oportunidad coqueteó con el otro equipo de casa, el de la universidad y porque también es difícil enamorarse de un equipo al que no lo ha visto brillar.

No fue su mejor partido, en general creo que estaban contagiados de la misma energía, presión, el corre corre, pero nada les salió y el empate al final fue el reflejo del choque de emociones de orientales y andinos, y si bien un tiempo fue para uno, y el segundo fue para el otro, el resultado fue aceptado al unísono. Cuando escuchabas las declaraciones de los jugadores, pregonaban un reverendo rosario repitiendo que la justicia celestial había imperado en el estadio Metropolitano.

Esa jugada ya con algo de tiempo recorrido, fue la llama que me puso en dos tiempo, no de 45 minutos, no de ese juego ante Monagas, sino aquel día cuando apenas contaba con 5 o 6 años, en la categoría sub 6, cuando jugaba para el equipo B de la universidad, quizás de allí su posible simpatía por ese equipo. No llegó el gordito de siempre, el que se lanzaba de un lado para el otro y con el estómago, la cabeza, la pierna, la mano y a veces hasta con simple simpatía sacaba pelotas. Era el salvador, el ángel del equipo y no tanto por sus dotes santos, sino porque incluíamos dentro de nuestras peticiones de la misa dominical que llegara el portero y llegara a tiempo, ya uniformado, porque su mamá, esa señora no sabía que tenía un hijo que hacía que nuestros domingos en familia fueran mas llevaderos. Pero ese día no apareció, ni tarde, ni arrastrándolo, ni con las espinilleras de cartón.

El profe, el profe que a veces llegaba sin las fichas, o llegaba en la misma buseta que el ángel del equipo, y hasta conversando con la mamá del beato, se le ocurrió la brillante idea de colocar a mi hijo de portero, cuando ese niño no se lanzaba a atajar ni siquiera un pollo. Era un duelo entre el equipo A y el B, uno automáticamente piensa que el A es donde están los mejores, pero a uno lo consuelan y uno mismo se consuela con el hecho de que son lo mismo, o en caso contrario, en el B ven más minutos que si estuvieran en el otro equipo. Pero ese día me enseñaron que ese equipo A realmente si tenía, al menos, a un chamito que desde cualquier parte de la cancha le pegaba y le pegaba duro. Cualquier disparo no tenía opción sino aquella de lanzarse, pero no a dar el espectáculo de una tapada espectacular, sino al fondo del arco a sacar la pelota. Cada disparo del chamito, era una repetición, el mismo disparo potente y mi hijo agachándose sin el mínimo gesto al recogerla.

Una docena de goles, algo así, a cero, a cero, y el profe, tranquilo es para divertirse. Que HDP, se divertían ellos, nosotros no. Yo, en la tribuna, con el firme deseo de mentarle la madre al profe. El tipo no hacía cambios, no pegaba un grito, seguramente no podía asumir ninguna posición porque sus dos equipos estaban allí. Saquen al portero, dijo una vieja, ordinaria la doña, como si es que mi hijo de 90 cm podía oponerse a los zapatazos de metro y medio del chamito. ¿Cómo me le enfrentaba a la vieja gritona? primero sería descortés discutir con una “dama”, segundo no creo que tanta explicación fuera digerida por la misma y tercero iba a estar inmerso en una discusión con alguien que seguramente agarraría el garrote si no le quedaban argumentos. Me callé y esperé que terminara el partido. He pensado que hubiese sido mas terapéutico para mi, mentarle la madre al profe y agarrar a mi hijo, pero con tanto niño allí, hubiese sido aún mas bochornoso.

En las tribunas hay de todo. Padres que creen que el árbitro es el profesor de matemática, que siempre los raspa. Padres que se creen que sus hijos son los salvadores del equipo. Pero también ocurre en los juegos de fútbol profesional, tipos con dos cervezas en la cabeza que por pagar la entrada pueden venir a hacer con los jugadores lo que yo no hice ni con la vieja ni con el profe. Y lo hicieron varias veces, quizás frustrados, con ellos mismos o con el equipos, algunos jugadores no podían pegarle al arco, estaban como timoratos, otros, créanme no podían lanzar un centro, y en una de esa jugadas escuché a la vieja, desde la ultratumba donde seguramente yace su morada, “saquen al portero” no en la misma voz, ni con la misma frase, pero me sentí igual, pero por dios si mi hijo no es portero. 

lunes, 6 de febrero de 2017

A Coco lo van a beatificar

Una vez escuché una discusión en la radio entre dos aficionado de diferentes bandos que decían que la mascota era una vaina de mercadeo, el otro defendiendo a Coco, el mismo que viste de Oso Frontino, por aquello de que en Mérida habitaban esos enormes animales y que lo convirtieron, creo que desde la época del 90, en la mascota de Estudiantes de Mérida y yo dije, pero bueno acaso los últimos mundiales no han tenido una mascota, y me respondo, al mejor estilo Dr Hyde y Mr Jeckyl,  bueno pero es que la FIFA realmente esa una de las más  grandes agencias de mercadeo del mundo, así que no debía sorprenderme,  pero la conversación cerró con el chiste, “Claro que Táchira tiene su mascota, te acuerdas de c, ese chamo nunca juega y tiene años jugando en el equipo, bueno esa es la mascota.

Coco es una personalidad, es un personaje, se la goza y la baila. Una vez vino a jugar Trujillanos, y créanme que soy poco con meterme con los aficionados visitantes, al contrario, como buen graduado en Hotelería, me gusta ser hospitalario y que se lleven siempre una buena impresión de la merideñidad, pero coño, a veces no se puede. Y no se puede, no es porque no queramos, sino que por un lado el equipo no camina, ni corre si hablamos de fútbol, y por otro los visitantes se burlan hasta de la mascota, entonces la hospitalidad cambia de color, como aquellos anillos que miden el estado de ánimo. Eso no hace mucho tiempo, hablo de inicios de la segunda década de este milenio y  Trujillanos que era dirigido por Pedro Vera y Leo González, venía con un equipo más engranado, no recuerdo el nombre de los jugadores, mientras que Estudiantes, créanme que era un equipo para dar la vuelta, pero dar la vuelta a la esquina y salir corriendo, y no hablo del equipo que descendió, no, esa es otra historia.

Coco va y viene, levanta las manos para animar  a su gente, pero en el estadio Guillermo Soto Rosa, antes se le daba la tribuna que está cerca del camerino y la banca a los ilustres visitantes, a mi siempre me ha parecido un soberano, mago, imperdonable error, afortunadamente empezaron a corregirlo, pero todos los improperios de los visitantes se los comían los jugadores de Estudiantes a menos de diez metros. Pero no sólo los jugadores, Coco vino a darle una palmadita a la banca y los aficionados de Trujillanos comenzaron con la frase “Oso Marico, oso Marico”, acompañado por los tambores de San Benito y les digo que tenían buen ritmo. Coco, por dentro se sentiría ofendido, enfurecido, con ganas de recordarle el nombre de quien los amamantó,  pero por fuera era otra historia, un soberano ejemplo de nobleza, casi una prueba que el vaticano tomaría para transformar a un candidato en santo o, lo que llaman los teólogos, una prueba de canonización, Coco no sólo sigue disfrazado de Oso Frontino que paradójicamente muestra siempre una eterna sonrisa  sino que montó un baile al son de los improperios de la visita. A mí me dio risa, a los de Trujillanos también, a pesar de que en ese momento el resultado ya favorecía al amarillo y marrón.

Pero como la pelota es redonda y aunque  gramaticalmente esa frase es errónea, las gestas de último minuto para un empate o un triunfo, son decoradas con ese dicho. Así, Estudiantes pudo empatar, pudo anotar el gol que daba respiro y que no sólo puso a bailar a Coco sino a todos los aficionados que exteriorizábamos nuestro deseo de celebrar. Por momento se calentó la tribuna que compartía la visita y el local, pero el pitazo del árbitro cerró el telón de todo y los foráneos se fueron con su empate.

@jesusalfredo