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martes, 18 de octubre de 2016

El árbitro y el hijo de p...

Segundo partido consecutivo de Estudiantes de Mérida FC, en el viejito estadio Guillermo Soto Rosa, y no por ser viejito lo hace mejor ni peor, pero siempre viene acompañado de un recuerdo, algunos buenos otros no mucho. Me gusta la experiencia de volver al  estadio en algunas ocasiones, porque es pequeño y repentinamente se transforma en la concha acústica de Sidney, en ocasiones puedo escuchar el chasquear de los dedos de los jugadores o el cuerpo técnico. La verdad no me gustaría estar en cancha porque el suspiro vulgo de algunos aficionados será como aquella mosca que ronronea nuestro oído, mas aún en la obscuridad.

Y mis recuerdos runrunean por un tiempo. Yo diría un largo tiempo. No me refiero al tiempo que paso recordando, sino a la larga data del mismo, porque no fue ayer. Fue mucho antes, algo así como un rosario, entre una gloria y la otra. Entre la gloria del equipo en los 80 y la de finales de siglo pasado. Estudiantes había comenzado la temporada con cierta expectativa. Llegaba Alfredo López, un entrenador uruguayo con experiencia en Copa Libertadores y en la fecha cinco ya se había montado en el segundo lugar, sólo detrás de otro equipo merideño, ULA FC.

Reconozco que Omar Peña, flamante conductor de Deportivas TAM, había colocado a Estudiantes de segundo, utilizando una variable conocida, pero no válida, el sentimentalismo.  Realmente Estudiantes era tercero, porque Marítimo tenía similar cantidad de puntos y el gol average le favorecía. Estudiantes había comenzado esa temporada siendo goleado 4 – 0 por Unión Deportiva de Lara. Pero una fecha después, Estudiantes empató con ULA en el Clásico de la Montaña, un equipo que a la postre sería campeón y una jornada posterior derrotó a uno de los equipos mejor armados que he visto en el fútbol nacional, Unión  Atlético Táchira, con cinco jugadores de la vinotinto y un jugador que venía de ser mundialista con la sorprendente Colombia en el mundial de Italia 90, “Barrabás” Gómez.

Eso animó a la gente, pero la dicha de ver al equipo en Libertadores, no llegaba, y la irregularidad estaba en la nómina. Se perdía de local o se ganaba de visitantes, realmente el rumbo del equipo era como ir a Alaska en una carretera de tierra donde las piedras sobraban. Cada partido se convertía como una moneda al aire y ya cada resultado que pasaba era asumido con naturalidad.

Ese camino a Alaska, se me olvidaba decirlo, era en carreta con cuatro caballitos de fuerza. Caballos sin herradura y con los ojos tapados. Hoy se le ganaba al primero y mañana perdíamos contra los del descenso. Llegaba una nueva fecha y había un equipo que por vez primera buscaba llegar a Libertadores. Tenía una Copa Venezuela, pero aun no gozaba de títulos ni participaciones internacionales. Para esa época, la Copa Venezuela servía de pretemporada y el trofeíto a veces lo quitaban de la mesa porque le estorbaba al diploma de la Liga. Atlético Zamora, venía a sumar, necesitaba ganar para seguir en la pelea con Marítimo y ULA.

El mensaje de la gente de ULA era que Estudiantes le ayudara a quitar presión. Aunque Estudiantes hacía oídos sordos, igualmente quería ganar para sumar su tercer triunfo consecutivo, Portuguesa en Acarigua y Mineros en el Soto Rosa, habían saboreado la derrota. Y no tanto por eso, sino que Estudiantes tenía la misma cantidad de triunfos que los equipos a descender, pero la suma de los empates salvaban el equipo. Era una de las primeras veces que veía aficionados del Zamora en el Soto Rosa, los ubicaron en la tribuna mas nueva y a pesar de lo ruidosos, no pudieron logra su objetivo y sólo vinieron a celebrar el día de la madre en una tarde de mayo.

Nosotros queríamos el triunfo, era viable y aunque el equipo de Barinas tenía nómina para ganar, Estudiantes también tuvo su oportunidad. La mejor de ellas, cerca de terminar el encuentro, se presentó frente a la arquería que está en la curva. No recuerdo quien logró llevar la pelota hacia el área que defendía el arquero del Zamora, pero justo cuando estaba a punto de patear la pelota, cuando ya Fasciana, arquero barinés, escuchaba nuestro grito de gol, porque en realidad  ya nos habíamos levantado de la grada, ya habíamos empuñado nuestras manos en señal de victoria y gritar el gol, el referí detuvo el juego.

No era fuera de lugar, no era empujón, ni una invasión de la aún naciente Burra Brava. Todos nos quedamos perplejos, el pitazo del “hombre de negro” como se le llamaba en esa época, nos hizo soltar un quejido, un recordatorio a su progenitora. Le pusimos el oído a la radio para entender que había pasado y sólo nos alcanzó para darnos cuenta del hijo de perra que se atravesó frente al área, quizás huyendo de no convertirse en pincho, buscando a su amo o arañado por un felino. Algunos jugadores de Estudiantes corretearon al perrito, los de Zamora emocionalmente lo abrazaron porque le permitieron seguir soñando, pero a final de cuentas, ese empate sacó a los barineses de carrera y tuvieron que esperar casi 20 años para volver al sueño de Libertadores.

Ficha Técnica:
Estudiantes de Mérida (1): Alejandro Araque, Marlon Bastardo, Juan Muriel, Richard Lobo, Omar Labrador, Engelberth Briceño (Rubén Rivas 83’), Cristhian Rivas, Winston Azuaje, Edixon Mena (Wislintos Rentería 80’), Johan Arenas, Luz Rodríguez. DT: Ruberth Moran.

Zamora FC (0): Carlos Salazar, Ángel Faría, Edwin Peraza, Yordan Osorio, Luis Ovalle, Oscar Hernández (Sebastián Contreras 72’), Luis Vargas, Yeferson Soteldo, Pedro Ramírez, Ricardo Clarke (Erickson Gallardo 64’), César Martínez. DT: Francesco Stifano.
Gol: Luz Rodríguez 70’ (EST)
Amonestados: Engelberth Briceño 30’ Luz Rodríguez 68’ y Winston Azuaje 90+2’ (EST) Luis Vargas 39’ Edwin Peraza 59’ Luis Ovalle 68’ y Sebastián Contreras 82’ (ZAM)
Estadio: Guillermo Soto Rosa en Mérida
Asistencia: 4.008 personas

lunes, 10 de octubre de 2016

La pieza de arte que faltaba

Hijo ponte un suéter, yo busco el mío, sabía que venía la lluvia, pero como en aquel juego del 99 ante Cerro Porteño, había que acompañar al equipo sin importar el palo de agua. Empiezo a subir la escalera a la tribuna del Estadio Guillermo Soto Rosa y confieso, que ir a ese estadio me trae enormes y gratos recuerdos. Lo primero que hice fue ver la tribuna. Me sentí decepcionado, siempre he pensado que el fanático de Estudiantes de Mérida está en las buenas y las malas, pero ese día ante Estudiantes de Caracas, había que llenar el estadio, había que ganar y somos un solo equipo.

Miro el reloj y digo, bueno aún quedan 40 minutos, espero que la gente se anime por encima de la pésima campaña, de algunos desentendidos con la directiva y algunos jugadores, del mal clima o como dicen los meteorólogos del mal tiempo atmosférico, aunque al final de la primera mitad, la nubosidad fue la protagonista, apareció como en los viejos tiempos, cuando aquí el que ganaba no era otro sino Estudiantes de Mérida.
Alguien, de esos que no tienen oficio, que no saben qué hacer en sus momentos de ocio y que seguramente no ha tenido que sufrir por un “Liquid paper”, una especie de pintura de uña de color blanco que usan para borrar los errores en tinta o lapicero, y que había empuñado su mano, untado la brocha del puntero y al peor estilo Palmer, había escrito Estudiantes de Mérida en uno de las tribunas del estadio. Seguramente, ese ocioso, falta de educación al tratar de dañar un bien público, y además desobediente a sus padres al sub utilizar el tan preciado y nada barato útil escolar, rayó, sopló, quizás acompañado de algunos cómplices, quienes posteriormente se rieron y se dieron a la fuga. Los susodichos tal vez volvieron para verificar si el eficiente “departamento de conservación de bienes y servicios de la nación”, lo habían podido borrar. Pero, no.

Sólo al sentarme, intercambio palabras con un conocido y le confieso mi inquietud de la poca gente que había ese día, pero el no sólo me dio la razón sino que su gesto facial me dio a entender de que la gente no iba a ir, así le diéramos otra temporada más.  Como soy de esos, que voy al juego y salgo corriendo a hacer lluvias de ideas, a veces con chaparrón incluido, de lo que me dejó ese encuentro para escribir, supongo que hay cosas que no manejo del todo. Mi hijo me invita a ver el escrito en blanco del canalla, el que mancilló el nombre del equipo colocándolo en donde generalmente posamos nuestro cuerpo. Y allí estaba, ese día era una verdadera pieza de arte, lo admiré como si fuera un Van Gogh genuino (original como dicen los coleccionistas), como si me hablara y me invitara a interpretarlo, porque hablábamos de la tribuna del Soto Rosa, donde no hay asientos de plástico que cuidar, sino lápidas para brincar, para soltar bengalas como la barra, y hasta escribir lo que hemos sentido por mas de 40 años, otros por décadas menos, pero con el mismo sentimiento.

Sin duda me emocioné, porque ese escrito expuesto allí durante uno, dos, tal vez cinco años o mas, aunque como a toda obra, debieron haberle colocado fecha y hasta autor, pero hasta ese día en particular había sido letra muerta, y como Lázaro, debía resucitar. Aunque las tribunas a veinte minutos de juego, aún no proyectaban la misma inspiración mesiánica para gritar “Levántate Lázaro”, poco a poco agarraba forma. El equipo salió a calentar y el grito no se hizo esperar. No eran gritos de reclamo, eran de aquí estamos, con ustedes, vamos a ganar, que la segunda división fueron sólo esos cuatro días en los que Lázaro descansó.


Las tribunas agarraron forma, supongamos que somos los que estamos y ya, y poco a poco se sumarán a la causa cuando la causa sea mas justa y menos en contra. O cuando la lluvia, la neblina no nos amenace tanto. O cuando la letra muerta tome vida, cuando Lázaro, convaleciente se levante y ande. No buscamos ser mesiánicos, pero en el fútbol, en la cancha y en la tribuna, hay que hacer vivir la letra muerta. Hay que sufrir, coño pero no tanto,  para poder disfrutar el triunfo, porque si no se convierte en un “Te Quiero sin un Beso” en un Levántate Lázaro, sin goles, en segunda y con la tribuna vacía.

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miércoles, 5 de octubre de 2016

Viajaron a ver chapitas

La viejita ve como se levanta el polvero, es normal, el calor y las características de la zona, sobre todo a esa hora, las tres de la tarde, hace que el viento levante todo lo que está a su paso, sobre todo en Circunvalación 2. Cuarenta grados es una temperatura normal en Maracaibo, dios mío, a esa temperatura se me resbalaban los lentes porque mi nariz, nada de perfilada pero tampoco un volcán, se transformaba en un tobogán dominical en parque de niños. Con esa misma temperatura, mis lentes se empañaban cuando momentáneamente salía de un carro con aire para buscar cualquier mandoca.
A los andinos se nos nota mucho cuando caminamos por las calles, sobre todo cuando vamos de visita, porque sudamos más de lo que aquí sudamos en un juego de 90 minutos en cualquier cancha de Lourdes, Ejido, o La arenita. Y así les pasó. Se fueron a ver el juego a Maracaibo, y no hay nada mas hermoso que presumir de tu equipo en otra ciudad. No sé, yo cuando viajo me siento parte de la plantilla, me agrando, me creo el titular del equipo y hasta estoy dispuesto a firmar autógrafos. La sed busca saciarse y antes de entrar al estadio, buscaron refrescarse un poco. ¿cerveza? No chamo, adentro, busquemos un agüita.

La viejita los mira. Les ofrece el agua. Ellos, pocos, pero envalentonados entran al kiosquito y buscan saciar su sed. No quiero, dice otro, quiero una fría. Yo, si, dame tres aguas. No eran mas de cinco, pero suficientes para hacerle alguna ventica a la viejita. Todos tomaban, menos dos. Ella miraba. Quizás para dilucidar de donde son y aunque saben que vienen de los Andes, se queda ahí. No pregunta. Entrega un Cheestris, un cigarro, un par de cosas mas.

Conversan poco, quizás también, como yo, se sienten agrandados. Coño tenemos que ganar, dice uno. Dos asienten, otro voltea la boca y uno se queda mirándolos a todos como esperando más de aquella conversación. La viejita, que poco o nada sabe de fútbol, recibe el dinero, da el cambio y voltea, ve a su pequeño nieto jugando chapita con una camiseta de Barcelona y su ídolo Messi. Los fanáticos de Estudiantes lo miran y se ríen. No sé si por “ternura” o por lo jocoso del Messi beisbolista. El maracuchito, descalzo bajo el árbol y sobre un montón de chapas de cerveza, se agacha, toma dos chapitas y lanza una, a veces le pega, a veces la deja pasar. Su atributo pegándole a la chapita simulando jugar béisbol es notable.

Por lo visto, ninguno de los dos sabe de lo que a tres cuadras se juega. Ni la viejita del kiosquito justo en la vía al “Pachencho” Romero ni el chamito. El Zulia contra Estudiantes de Mérida, es un juego  con pocos invitados, quizás ni el cuidador del estadio lo sabe. Sólo abre y cierra la puerta, tal vez con algún ademán a la policía. Pero frío, como la viejita, con cara seria, inmutable y sólo mostró que tenía ánimo y sangre en las venas cuando grita “ar diablo” al Messi beisbolista que casi golpea a los aficionados de Estudiantes con la chapita. Se cree Messi y juega chapita, le grita un niño de mas edad que estaba en el kiosko de al lado. Lo que provoca, el famoso ¡Cayate! (y no Cáyate), haciendo énfasis no en la “esdrujuladez” sino en la gravedad del tono. Y la risa cómplice pero silenciosa de los merideños.

Compran su entrada y entran, como no lucían los colores del equipo, pasan desapercibidos, pero ellos perciben todo. Perciben ese olor a calor, a cerveza, el grito, la bulla del gentilicio zuliano. Todo es relativamente nuevo y se sienten, igual que los jugadores, como visitantes. La campana del heladero y el humo del choripán es quizás lo mas parecido.

Y se sientan, no muy mezclados, pero tampoco aislados. Salen los equipos, y poca bulla. Ese Pachencho parece un cementerio, tan grande y tan frío dice uno, pero a su lado le refutan, no tanto eso, aquí fue donde nos mandaron a segunda hace diez años, se miran y se perturban. Pero la costumbre de gritar al salir el académico, casi los traiciona, tampoco lo disimulan tanto. Un par de aficionados los miran, pero la barra está lejos. Se sienten seguros entre el público.

Comienza el juego, pero el pávido andar del equipo hace que su emoción no los traicione. En ningún momento se vieron comprometidos a destrozar su inmutabilidad porque no hubo ninguna alegría, se sentían como en el kiosquito de la viejita maracucha, sólo con el deseo de refrescar su emoción, la sonrisa sólo salió cuando vieron al Messi de la chapita, porque de resto la amargura se apoderó de ellos.
Había tanta frialdad en la cancha, que se sintieron en aquellos campos nórdicos en pleno invierno, y hasta la alucinación del calor les hizo ver una pelota anaranjada. Sin desparpajo en la cancha, sin más de tres toques y sólo aquel disparo de Leo Vielma hubiese quebrado el marcador y el deseo de exteriorizar una vez más su frustración. Había que sumar puntos, o al menos esperanza. Alguien dijo que La esperanza es el sueño del hombre despierto. Pero, en algún punto, esta frase les resbala y la tabla se acaba, las fechas se agotan, y del sueño o la meta del octogonal se despertaron.

Y regresaron, con la sonrisa y la alegría contenida. Todo fue tan rápido y tan violento que los cinco goles ya no les preocuparon más. Ya su sueño real no es el octogonal sino salvarse, salir de los cuatro malos del torneo, de los que se van al purgatorio, algunos suben, otros desaparecen, otros simplemente se quedan deambulando con aquel slogan que nos puteó la conciencia “Un equipo de primera” cuando estábamos en segunda. Se dieron cuenta que su única emoción positiva en Maracaibo fue ver el chamito jugando a la chapita a pesar del grito de la viejita.


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