En un club de fútbol hay muchos
profesionales, entre ellos Directores Técnicos, Preparadores Físicos, Especialistas en
Mercadeo, Periodistas, Administradores, en fin, es una verdadera empresa. Pero
de todos los especialistas, no hay uno que hable de lo que representa el equipo
para su gente, para su afición, eso lo aprende el jugador partido a partido.
Una noche relativamente fría de
Mérida, me suena el teléfono y digo
¿Qué pasó chamo? Y enfatizo ¿Cómo
te va? imitando el saludo de Marcelo Benedetto, aquel periodista argentino que
siempre saluda con la misma frase y colocándole el toque lírico del acento
sureño.
Al otro lado del teléfono, suena
la voz chillona de Tavo, o el loco como le decíamos, ese amigo que hace algunos
años se marchó a Puerto La Cruz a cambiar de aires, pero tosta´o por el calor,
el aire lo cambió a él.
Luego del saludo protocolar, ese que a veces ni pelotas le paro, porque generalmente es como las cartas fecha, membrete y saludo.
Luego del saludo protocolar, ese que a veces ni pelotas le paro, porque generalmente es como las cartas fecha, membrete y saludo.
“Pana el mundo es un pañuelo”. Me dice.
Si ¿y eso por qué? Le pregunto,
“Mira, me detengo en Parque Colón, porque 2
tipos me sacaron la mano”.
Hay una pausa en la conversación, en ese breve
instante, el que le podría tomar a Tavo volantear una curva, esquivar un hueco,
o un carro, me dio tiempo para decirme ajá, y ¿Ese no es parte del trabajo de taxista?,
pero inmediatamente me dije, cónchale lo robaron, pero al mencionar pañuelo y
la tranquilidad que exteriorizaba al entablar la conversación, me dio a pensar
que se había encontrado a un amigo en común, artista o algo así.
“Te cuento, monto a los chamos en
el taxi, y me pidieron que los llevara al hotel donde se hospedaban. Les noté
un acento extraño”.
Pero le dije, “Tavo eso es normal
en una ciudad turística” y me dice “no chamo, eso era antes pero déjeme seguir”.
“Les pregunté de donde eran, tu
sabes, volantear 8 o 10 horas diarias es un martirio, así que me gusta hablar
con mis pasajeros.
Uno me dijo que era mexicano y el
otro que era hondureño, y pues la verdad no es común ver gente de esa
nacionalidad aquí. México tiene muchas playas y los hondureños se decantan por
ir a Cancún u otra playa más cercana”.
En ese momento, mi mente asimiló
que seguramente me estaba hablando de los jugadores que acababan de llegar para
Estudiantes de Mérida y que casualmente se encontraban haciendo pre
temporada en la ciudad de Puerto La
Cruz, donde hacía vida Tavo.
Efectivamente, mi amigo, tan
seguidor de Estudiantes de Mérida como muchos de nosotros, me confirma mi sospecha.
- ¿Y qué te dijeron? Le pregunté
“Nada”, porque es que no los deje ni hablar”
me respondió sin dejar pausa.
Y por supuesto yo le creí, porque
si había alguien a quien nunca se le acababan los temas de conversación era
precisamente el loco Tavo, hablaba hasta con los mudos y antes de que pudieras
opinar, ya tenía el otro tema de conversación encima, me incomodaba tener la
boca cerrada tanto tiempo con un montón de ideas por decir.
Mientras mi mente paseaba por
algunos recuerdos de los monólogos de Tavo, me reí un poco y me dijo
“Les dije que Estudiantes era un
equipo que añoraba glorias, que aquí
hubo extranjeros que se vinieron a jugar y nunca regresaron a sus países,
porque entregaron tanto su alma y corazón, que el corazón no se lo pudieron
llevar, y se hicieron hijos de esta tierra. Les hablé de Scarpeccio, Ancheta, Scaminacci,
Cloquell y otros como aquel uruguayo que jugaba en Peñarol, campeón de Copa
Libertadores y de Copa Intercontinental, que estuvo en las dos Copas Venezuela
que tiene el equipo y se retiró aquí en Estudiantes, al principio no me
acordaba del nombre pero mientras mis pensamientos trastabillaban en mi mente,
más lento que el horrible sonido de las pastillas de freno de mi taxi, me
acordé de “Carlitos” Conde, quien hacía dupla con Spencer en aquel Peñarol
uruguayo de los 60, y también les mencioné de Carlitos de Castro y el
infortunado incidente, así como de otros jugadores que no se quedaron a vivir
aquí pero que sentimentalmente deambulan en el Soto Rosa.
Definitivamente el loco Tavo, no
había cambiado para nada, no paraba de hablar y ahora incluso le rendía más el
tiempo y las palabras porque ya había agarrado ese “cantaíto” oriental, ese de
hablar rápido y omitiendo algunas normas de cortesía en el teléfono.
¿Los pusiste al día? le pregunte.
“No se la verdad”, me dijo el
loco y agregó “desde que comencé a
hablar, no escuché palabra alguna, no podía voltear frecuentemente porque tengo
una torticolis severa, pero cuando me detengo en el hotel para dejarlos, volteo
para despedirlos y no había señales de ellos, no sé si se bajaron el algún semáforo, si se escaparon
por la ventana, pero eso sé que
estuvieron allí porque vi la silueta de
sus cuerpos en los asientos de semicuero del carro, pero además de eso, las
marcas de sus dedos clavados en los duros pasamanos, no sé si espavoridos por
mis comentarios, o por la carrera de 130 km por hora esquivando huecos seguidos
por el ruidoso sonido de la corneta de los carros o motos que dejamos atrás para llevarlos a
tiempo al hotel.
Es que el loco habla tanto, que a veces, no se si creerle……