Llego temprano a la puerta del estadio. Dicen que buscar a alguien donde
hay multitud es como buscar una aguja en un pajar, pero no tenía más remedio.
Aquella llamada de la esposa de mi amigo anunciándome que había desaparecido y
que me buscaría como en los viejos tiempo, me había hecho pensar. Llamé a mi
hermana en mi pueblo para saber si él había ido para allá pero con tres gritos
que me pegó porque la señal telefónica era deficiente, fue suficiente para
darme a entender que la aguja tampoco estaba en ese pajar.
Yo pendiente de la taquilla. Si él venía al juego debía comprar la entrada
porque si no me había contactado, lo más probable era que no tuviera a más
nadie aquí quien le hiciera la compra.
Un niño que venía pateando un cartón me distrajo por unos segundos. Eso
me hizo tomar nota de que ni en la taquilla ni en la cancha se debe perder un
segundo de concentración. La he visto pocas veces, pero era ella, la de la
llamada, la esposa de mi amigo, la que entre sollozos me dijo que había
desaparecido o que tal vez había caído en locura.
Por un momento pensé en saludarla para en conjunto armar un escuadrón de
búsqueda, pero desde esa llamada, hacía unos 7 días no me había contactado más.
No sé si era un tema de poca confianza, de ser embarazoso para ella tener que salir
a buscar a su esposo, de pensar que yo lo estaba encubriendo. Entonces luego
del tercer paso, me detuve porque no quería correr la suerte de mi ahijado de
confirmación al ser cacheteado sin razón ninguna por un ser sin falda.
Ella estaba enfocada en su ermitaño, yo en él mismo personaje, pero como yo
tengo 4 ojos producto de la miopía, tenía ventaja sobre ella. Pero como dicen
que ellas tienen un sexto sentido y aunque lo dudo, tienen un toque de magia
negra para intuir las cosas. La gente seguía desfilando con sus camisetas
blanquirojas, banderas, pitos, papelillo. Coño era una final luego de 17 años y
yo pendiente de un amigo en cuya última
conversación me había dicho que estaba saliendo con una alienígena y que no
todo tenía sentido.
A minutos del partido y cuando me di cuenta que habían cerrado la tribuna
este, el descontrol de la gente se apoderó del ambiente por el cambio de seña.
Se me perdió la esposa mi amigo, pero peor aún, perdí el control que llevaba
para encontrarlo. Tenía que armar un plan de rastreo nuevo, pero les cuento que
ese plan parecía el medio campo de Mineros en el segundo tiempo: indescifrable,
estático y sólido.
El grito de gol de los fanáticos de Estudiantes de Mérida se ahogaba en las
gargantas cuando el referí decreta el fuera de lugar. Yo como no lo vi
adelantado entonces me levanto a reclamarle al tipo airadamente. Mientras la
gente se sentaba decepcionada y resignada, yo me quedé de pie en el reclamo
como si el árbitro me escuchara y fuera a voltear a hacerme caso, sobre todo a
mí, que cada vez que la agarraba un delantero unía mis manos en señal de
oración y visualizaba el balón en el fondo de la red. Así que asumí que mi
criterio era muy vago, subjetivo y parcializado para candidatearme como el VAR
humano.
Por momentos recordaba que tenía una misión secreta. Sí, en pleno juego de final yo me estaba jugando
un juego aparte, la búsqueda de mi amigo desaparecido hacía menos de una semana, ese amigo que cada vez que tocaba
la puerta de mi casa en la niñez, sin mediar palabra alguna me indicaba que era
momento de ir al garaje y jugar fútbol. Pero la dinámica del segundo tiempo, la
euforia en las tribunas, la energía de las más de 38mil personas hacía que mi
misión secreta pareciera no tener sentido.
Al final del juego, y luego de ver el empate entre Estudiantes de Mérida y
Mineros de Guayana en la final del apertura 2019, vuelvo a ver a la esposa de
mi amigo e intenté acercarme. No podía seguir fingiendo ser indiferente ante su
búsqueda, pero una marea de personas se la llevó a un lugar distinto al mío, y
créanme no la pude alcanzar. Un
seguridad me detiene y me dirige en otra dirección, pero lo más curioso es que
la bandada de gente seguía su camino, sólo a mí me mandaba a esa salida.
“¿Una salida VIP para mí sólo?” Me pregunté irónicamente. Pero antes de
oponer resistencia y armar preguntas veo al fondo una puerta. Me acerco lentamente
a ella y alguien al otro lado llama a la puerta con el mismo ímpetu de aquel
niño que sin mediar palabras me hacía correr a buscar la pelota
y salir al garaje con aquella emoción que sólo los fanáticos vivimos en el garaje,
en el Metropolitano o en los 90 minutos que restan en Cachamay.