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lunes, 19 de abril de 2021

La camiseta conmemorativa de Tachi

Me dio un poco de desilusión y en los medios del equipo no informaron algo al respecto, así que asumo, no hubo planes reales de, al menos, exhibir la camiseta conmemorativa de los 50 años de Estudiantes de Mérida, a menos que, ¡sí a menos que!, hayan evitado poner la torta que puso Tachi, el flamante diseñador de Quinto grado A cuando jugamos la semana deportiva escolar.

La programación estaba dada para que jugáramos el martes, el segundo día de actividades deportivas. El lunes, nos dimos cuenta de forma espantosa que Cuarto, Quinto B y Sexto grado se habían presentado al torneo con uniforme, zapatos lustrados, madrina, banda y hasta una comparsa.

Por el contrario, nosotros no habíamos previsto ni un uniforme en ningún momento de nuestras vidas. Yo miro a turro, como diciéndole, ¿Había que traer uniforme? y creo que la pregunta fue mutua. Fui pasando la mirada sobre cada uno de mis compañeros de equipo, Jorge, Newman, Tachi y todos teníamos los ojos como par de huevos fritos.

Inmediatamente, nos reunimos detrás del salón de preescolar para aplicar un plan B. Faltando 24 horas para nuestro debut, no habíamos planeado ni siquiera quien sería la madrina del equipo. Todos pensamos en que Marianella, la rubia del salón sería la ideal, porque a ella siempre le rebosaba en la cara, no una sonrisa, sino una cara ideal para intimidar a los rivales, “y a nosotros” dijo turro con cara de angustia. Jorge afirmó levantando el dedo índice que, si ella ganaba Miss Simpatía, habríamos logrado una proeza. 

Decidimos que en la noche todos llevaríamos la franela blanca del uniforme para hacerle algún escudo a la casa de Tachi, lo cual nos dio cierto respiro porque su mamá era la costurera del pueblo. Así se iba a suavizar la pena, porque los chiquiticos de cuarto grado parecían una banda marcial con tambores, trompetas y todos uniformados. Los impasables, de Quinto “B”, tenían hasta una sirena que aturdía toda la escuela. Los de sexto grado usaban además de uniforme para jugar, una indumentaria ADIDAS, dudo de su originalidad, pero ante nuestra terrible facha, no dudé por un segundo que los hubiesen traído de la misma casa alemana de ADIDAS.

Camino a la casa de Tachi, turro y yo nos alegramos que la señora Nata, la mamá de Tachi tuviera el tiempo disponible, porque siempre estaba ocupada con su taller de costura. Planeamos brevemente el posible diseño, pero nos pareció exagerado, un abuso total mandar a hacer de un día para otras chaquetas largas al estilo italiano. Quedamos en que un logo, los números y una bandera grande llena de colores y que cubriera nuestro espacio en la tribuna, una novedad para el torneo, sería suficiente para al menos no pasar desapercibidos.

Al llegar a su casa, estaban todos sentados en la sala. Como capitán del equipo pedí silencio. Turro y yo informamos nuestros planes los cuales fueron aceptados sin objeción por el resto. Cuando Tachi apareció con media arepa en la mano, carraspeé mi garganta y pregunté por su mamá. Me dijo, que estaba en el taller y que tardaría. Turro y yo, empezamos a preocuparnos, porque Tachi no sólo estaba comiéndose la arepa, sino que las estaba haciendo, síntoma irrefutable de lo ocupada que estaba su mamá.

- “Tranquilo, Tranquilo”, nos dijo Tachi, todo está planeado

- “Mañana tendremos esos uniformes” aseguró para darnos tranquilidad, pero Turro y yo no pegamos un ojo en toda la noche.

A la mañana siguiente, con una leve lluvia, acordamos encontrarnos dos horas antes del juego para hacer una entrada triunfal, pero Tachi llegó corriendo 20 minutos antes con una bolsa pequeña donde no cabía ni mi asombro. “Les dije” gritó, “eso era seguro”.

Cuando abrimos la bolsa, nos dimos cuenta que las camisetas arrugadas con el escudo habían sido diseñadas, pero con marcador rojo y los números con una tinta negra, que dudé si era marcador. “Mi mamá estaba ocupada” dijo Tachi. Turro, se puso con los mismos colores que el escudo y antes de tirarle la camiseta en la cara, empiezan a llamarnos para el juego.

Los de sexto, nuestros rivales ni se burlaban, ni nos miraban, se impactaban con ellos mismos. El 10 de Turro tenía el uno mas arriba que el cero. El dos de Newman, parecía la figura de un pato y mi número seis, parecía la letra “G”.  Fue la primera vez que agaché la cara cuando sonaron el himno nacional previo a un juego.

Ya con eso, empezamos perdiendo el juego. La vergüenza fue aumentando cuando Jorge, producto de la cada vez mas fuerte lluvia, se resbaló con una caída magistral frente a las hermosas animadoras de sexto grado, finamente vestidas, quienes no tardaron en hacer bromas y risas.

Eventualmente vi como el número cero, del diez de Turro se fue corriendo con el agua, dejando una estela negra y levemente desapareciendo. Miro a Tachi de inmediato como buscando explicación y me dijo que era pintura de 24 horas, que no se había secado bien. Empiezo a correr detrás de la pelota y vi como el short rojo de Newman lucía con un tono obscuro y su número dos, el patico en la espalda se había ahogado con el agua.

Todos dejamos de mirar a la pelota y empezamos a mirar a Tachi, cada cinco segundos. Perdimos las marcas, pero no las posicionales sino las del marcador negro, de 24 horas de Tachi. Al final del juego, en una bolsita pequeña y desconcertados por el 4 a 0 en contra, el mismo con el que Estudiantes derrotó a Trujillanos en el juego inaugural 2021, Tachi saca un trapito y lo levantó efusivamente gritando “Y también traje la bandera” que hoy aún ondea en el taller de costura cada vez que hay una fecha patria.

domingo, 4 de abril de 2021

Mi delirio sobre el Soto Rosa ( 5 décadas)

 He dormido, he soñado, he querido patear la pelota, he querido vestirme con esos colores, he querido ¡solo querido!

Buscaré entre mis sueños, si fue eso, solo un sueño o en algún momento hubo algo de realidad, un vestigio de realidad, porque me hubiese gustado sudarla como el gran Richard, Ruberth, Ildemaro, Martín, René, Scarpeccio, Scaminacci como otros, otros tantos.

Desde la tribuna es emocionante ¡muy emocionante! Allí yacen gritos, recuerdos, lágrimas, tristezas, pero no aparezco en los libros, en las fotos, en las reseñas, solo en un lugar de la tribuna que otro domingo será ocupado por otro y otro y otro, hasta que queden vacías a final de la temporada.

No puedo negar que sale de mi ser, en mis mensajes, en mi verbo, en mi existir, los colores por un equipo. Los colores de un equipo no se cambian y aunque quieras, no puedes, por el mero hecho de querer, ni tener otro, ni otro, ni otro.

Trece escalones son justo los que separan el terreno firme de la primera parte de la tribuna. ¡Trece pasos! Muchos atañen un trece a la mala suerte, pero trece es exactamente la cantidad de escalones entre lo normal y lo sublime, entre lo ordinario y lo extraordinario, entre la paz y la guerra.

Trece escalones conté entre el nivel del estadio a 1.600 m.s.n.m de la ciudad y algo más, algo místico porque lo es, en una universidad con una ciudad por dentro. A medida que vas subiendo esos 13 escalones vas comprendiendo la diferencia entre respirar y alentar, entre temblar y vibrar, entre mirar y ver, entre escuchar y oír. Al final, al décimo tercer escalón, cuando sientes la tribuna, la principal y te encandila el campo, todo empieza a tomar otra dimensión.

Lo recuerdo como si fuera ayer, cuando te conocí, 12 de octubre de 1989, ese ascenso al décimo tercer escalón del Estadio Soto Rosa, aquella expectativa por ver algo nuevo, por ver una gesta de hidalguía que años después querría protagonizar, pero que, como muchos sueños o metas, se esfuman, desaparecen, pasan a la colección de fantasías.

En ese estadio y con esos colores es donde he visto la mayor cantidad de divorcios, divorcios de personalidades entre su cuerpo y su alma, de su querer ser y su “ser”, personas comunes, con PhD., con sobriedad, transformadas en seres mortales, delirantes en todo su esplendor después de un gol, una roja, una derrota.

Hemos caído y caído muy bajo, pero también nos hemos levantado muy alto, siendo el orgullo de un país, que a veces cae bajo, muy bajo, pero también se ha levantado alto muy alto. Nuestra vitrina tiene pésimas batallas, pero también grandes guerras como ser cuarenta y cinco ¡Sí cuarenta y cinco del mundo! derrotando mexicanos, uruguayos, paraguayos, argentinos.

Dios es académico ¡y lo es! Estoy seguro. Luego de tantas plegarias, tantos rezos, tantas misas y promesas, Dios siempre estaba allí, tanto así que, en nuestro camino al calvario, en medio de los azotes y la crucifixión “dirigencial”, sudaste con nosotros y mientras intentamos limpiarte el rostro de sudor y quitarte el cansancio, nuestro cansancio, grabaste tu rostro en nuestro trapo, como en aquella sexta estación milagrosa ante la Verónica, ese trapo que hoy decora el estadio cada vez que jugamos.

Nuestro trapo blanco, muy blanco como la nieve que nunca ha cubierto nuestro gramado, pero que siempre está allí como yo, como nosotros, viendo, sufriendo, cayendo, como la mejor versión mítica de nuestra hincha número doce que Don Tulio Febres Cordero no alcanzó a escribir.  Siempre de espectadora, expectante, con aquel deseo de desprenderse, de desgarrar las piedras de las 5 Águilas y posarse en la tribuna, en la curva, en la norte o en la sur, a derretirse de pasión y alentar como nosotros.

Rojo, tal vez para muchos la sangre, pero no la que se derrama, sino la que nos hierve cuando la derrota nos cobija. Roja, caliente quizás como nuestro único signo de vida, porque hasta muertos nos han creído, cuando fuimos entregados, regalados, cedidos a pésimas manos.

Y pensándolo bien, no es sólo nuestra sangre, sino la de Don Guillermo Soto Rosa, el gran soñador, el soñador de soñadores que hoy no nos deja dormir, cuando seguimos creciendo, y creciendo bien, porque su sueño, su deseo, su palabra, su nombre, hoy transformado en decreto al decir con certeza hace 50 años “Se llamará Estudiantes de Mérida”.