Hace
un par de días, me reuní con algunos primos en un bar de la ciudad. Entre las
cervezas y la música empezamos a rememorar las fiestas decembrinas. A ellos les
incentivaron a escribir la carta del Niño Jesús o papá Noel, pero las 3 veces
que lo hicieron lo consideraron un fiasco, porque nunca recibieron lo que habían
anotado. Mi mamá por su lado siempre consideró que escribir los deseos en una
carta era una especie de engaño, porque era ella quien los traía, así que nunca
pude plasmar mis deseos y comprobar la teoría de mis frustrados primos.
Mi
tío quería complacer a sus hijos, pero darle un regalo a cada uno de sus ocho
descendientes, implicaría un gasto enorme de dinero. Un día de Navidad, ellos
impacientemente esperaban que papá Noel pusiera ocho regalos pero al ellos
levantarse, corrieron al árbol y se quedaron atónitos o molestos porque sólo recibieron
un regalo para todos.
Nadie
peleó por abrir el regalo, pero uno de los más pequeños y el más ansioso lo hizo bajo la mirada asesina de sus hermanos
mayores. Una vez abierto se encontraron algo fabuloso. Era un equipo que se
conectaba al televisor y que al encenderlo mostraba en la pantalla figuritas de
carros, o boxeadores que ellos mismos podían manejar con una palanquita. Ya
conducir no era cosa de adultos, ellos lo podían hacer con ese aparatico. Se
llamaba Atari, la primera consola de juego que existió en la humanidad, y al
mismo tiempo en la comunidad, por lo que mi tío quedó bien con sus ocho hijos
pero mal con los niños del pueblo, quienes buscaban matarse por jugar un minuto
con el novedoso equipo.
Yo
pude jugar un par de veces, la verdad era una completa odisea entrar al cuarto
de mis primos y encontrar el televisor disponible. Me puse a pensar y más allá
de un carrito azul que le gustó a algunos de mis amiguitos, hasta que me lo
robó uno de ellos, no tuve un regalo que impactara a los vecinos como si lo
tuvieron mis primos. Creo que nunca fue mi intensión presumir un regalo y al parecer
papa Noel lo sabía porque nunca me trajo la bicicleta que tanto deseé siendo
niño.
Aunque
pensándolo bien, realmente si tuve un deseo con el que quería presumir, no sólo
a mis vecinos sino a todo el país. No estaba en la carta mía, porque nunca me
enseñaron esa tradición, pero si en la de algunos chicos de mi edad, o una
generación posterior. Y ese sueño estuvo a punto de hacerse realidad si no es
porque otro Noel pudo leer nuestras intenciones.
Mi
regalo o nuestro regalo era la tercera estrella, el tercer campeonato absoluto,
el regalo que ningún niño fanático del académico ha recibido en los últimos 34
años. Y este diciembre, estuvimos a minutos de recibirlo. Pero apareció un tipo
que no tiene nada que ver con aquel papá Noel sonriente, alegre y generoso que
siempre muestra las películas, sino era el Noel San Vicente, serio, sobrio y
con cara de amargura hasta el minuto 83, cuando su equipo el Caracas FC anota
el gol y le empató a Estudiantes de Mérida en la final absoluta.
El
tipo se juega sus partidos aparte, lee las jugadas, lee las miradas de los
árbitros, de los jugadores rivales. No se desvaneció con su retirada de la
selección, al contrario hizo de unos “conos” unos coños duros mentalmente, es
un aventurero, un ganador.
Estoy
seguro que este Noel, el serio, el calculador, el estratega y arriesgado, le ha
amargado la Navidad a más de un niño del equipo rival. ¡No escriban más cartas
por favor! ¡No pidan ese regalo! Y no es que sea mentira, pero ya sabemos que
así como lee bien las cartas, también lee bien los partidos….!y nos lo gana!
@jesusalfredoSP