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lunes, 30 de diciembre de 2019

Las aventuras de papá Noel en la cancha


Hace un par de días, me reuní con algunos primos en un bar de la ciudad. Entre las cervezas y la música empezamos a rememorar las fiestas decembrinas. A ellos les incentivaron a escribir la carta del Niño Jesús o papá Noel, pero las 3 veces que lo hicieron lo consideraron un fiasco, porque nunca recibieron lo que habían anotado. Mi mamá por su lado siempre consideró que escribir los deseos en una carta era una especie de engaño, porque era ella quien los traía, así que nunca pude plasmar mis deseos y comprobar la teoría de mis frustrados primos.

Mi tío quería complacer a sus hijos, pero darle un regalo a cada uno de sus ocho descendientes, implicaría un gasto enorme de dinero. Un día de Navidad, ellos impacientemente esperaban que papá Noel pusiera ocho regalos pero al ellos levantarse, corrieron al árbol y se quedaron atónitos o molestos porque sólo recibieron un regalo para todos.

Nadie peleó por abrir el regalo, pero uno de los más pequeños y el más ansioso  lo hizo bajo la mirada asesina de sus hermanos mayores. Una vez abierto se encontraron algo fabuloso. Era un equipo que se conectaba al televisor y que al encenderlo mostraba en la pantalla figuritas de carros, o boxeadores que ellos mismos podían manejar con una palanquita. Ya conducir no era cosa de adultos, ellos lo podían hacer con ese aparatico. Se llamaba Atari, la primera consola de juego que existió en la humanidad, y al mismo tiempo en la comunidad, por lo que mi tío quedó bien con sus ocho hijos pero mal con los niños del pueblo, quienes buscaban matarse por jugar un minuto con el novedoso equipo.

Yo pude jugar un par de veces, la verdad era una completa odisea entrar al cuarto de mis primos y encontrar el televisor disponible. Me puse a pensar y más allá de un carrito azul que le gustó a algunos de mis amiguitos, hasta que me lo robó uno de ellos, no tuve un regalo que impactara a los vecinos como si lo tuvieron mis primos. Creo que nunca fue mi intensión presumir un regalo y al parecer papa Noel lo sabía porque nunca me trajo la bicicleta que tanto deseé siendo niño.

Aunque pensándolo bien, realmente si tuve un deseo con el que quería presumir, no sólo a mis vecinos sino a todo el país. No estaba en la carta mía, porque nunca me enseñaron esa tradición, pero si en la de algunos chicos de mi edad, o una generación posterior. Y ese sueño estuvo a punto de hacerse realidad si no es porque otro Noel pudo leer nuestras intenciones.

Mi regalo o nuestro regalo era la tercera estrella, el tercer campeonato absoluto, el regalo que ningún niño fanático del académico ha recibido en los últimos 34 años. Y este diciembre, estuvimos a minutos de recibirlo. Pero apareció un tipo que no tiene nada que ver con aquel papá Noel sonriente, alegre y generoso que siempre muestra las películas, sino era el Noel San Vicente, serio, sobrio y con cara de amargura hasta el minuto 83, cuando su equipo el Caracas FC anota el gol y le empató a Estudiantes de Mérida en la final absoluta.

El tipo se juega sus partidos aparte, lee las jugadas, lee las miradas de los árbitros, de los jugadores rivales. No se desvaneció con su retirada de la selección, al contrario hizo de unos “conos” unos coños duros mentalmente, es un aventurero, un ganador.

Estoy seguro que este Noel, el serio, el calculador, el estratega y arriesgado, le ha amargado la Navidad a más de un niño del equipo rival. ¡No escriban más cartas por favor! ¡No pidan ese regalo! Y no es que sea mentira, pero ya sabemos que así como lee bien las cartas, también lee bien los partidos….!y nos lo gana!

@jesusalfredoSP

lunes, 2 de diciembre de 2019

Eso fue goool señor "Güecos"

Según la Real Academia Española, la palabra “Hueco”, significa “Que algo tiene orificio”, “Que tiene vacío el interior” y creo que ambos conceptos la definen clara e irrefutablemente. También, la siempre ocurrente Academia, establece como sinónimos de “Hueco” las palabras “Cóncavo”, “Vacío” y finalmente “Hoyos”, si la pluralizamos.

Crecí en la Avenida Miranda de Pueblo Llano, primer productor de papas del país, y aunque su dimensión era de apenas 400 metros, nada que ver con los 10 kilómetros que tiene la Quinta Avenida de Nueva York, allí hacíamos torneos de futbolito que paralizaban parcialmente la zona, al mejor estilo de Central Park en año nuevo.

Recuerdo una tarde, en que estábamos disputando una final de un torneo relámpago, pero no por ello insignificante. Había unos 15 carros estacionados a los lados observando el juego, además de una muchachada representativa que había en los alrededores de la cancha, en la cual fui testigo de algo que nuuuuunca mas llegué a observar.

Como no teníamos árbitros colegiados, debíamos buscar a alguien que supiera las reglas, pero que al mismo tiempo impusiera respeto, porque aunque ustedes no lo crean, a veces se formaban una discusiones en torno a una jugada, que el árbitro sin que existiera el VAR (la nueva modalidad de revisión), terminaba cambiando decisiones dependiendo de qué equipo se imponía en las decisiones arbitrales por ser más gritón y grosero.

No teníamos mucha opción. Luis era el tipo que reunía el perfil perfecto para pitar esa final. Era más alto que el resto de nosotros, medio sangrón, no iba a tener preferencias por un equipo en particular porque en cada cual había un hermano suyo, no era bilingüe pero su vozarrón por estar en etapa de desarrollo provocaba timidez en el resto de los jugadores, todos niños por cierto.  

Unos meses previos a ese torneo, Luis quedó expuesto en un entrenamiento por Camilo, uno de sus hermanos menores, quien cansado de la testarudez y ser víctima constante de chalequeo o lo que llaman las neo generaciones  “bullying” por su hermano mayor, decide en pleno entrenamiento y, mientras Luis nos daba la espalda y saciaba su sed con una cantimplora escolar, de acercarse rápida pero cuidadosamente a él para bajarle a la misma velocidad de un rayo, el short de entrenamiento con la firme intención de avergonzarlo y vengarse al mismo tiempo.

Todos los niños presentes, nos reímos pero al mismo tiempo sentimos pena ajena porque el grandulón,  charlatán y poco empático Luis, quien estaba usando unos interiores visiblemente lleno de huecos. Su hermano menor, el autor de la pesada broma, le gritó que esos interiores ya habían sido tirados a la basura por su mamá. Aunque Luis trató de correr detrás de él para vengarse, la ubicación de los shorts le impedía dar pasos largos, así que no tuvo más opción que agacharse, exponerse aún más,   proceder a reponerse para salir corriendo.

Durante las próximas semanas, Luis no se había acercado a la improvisada cancha de mi casa, un terreno de 6x8 metros que mi papá ocupaba como garaje cuando estaba en mi pueblo. Desde ese día, nos referíamos a él como “Güecos”, una fusión pueblerina de la palabra “huecos”, con los pocos modales lingüísticos imperantes en el habla coloquial de la zona del páramo. Desde ese día, cada vez que queríamos hacer molestar al grandulón decíamos “güecos”, para recordarle aquel día en que su ropa interior masculina quedó expuesta ante todos y estaba llena de huecos. Y no era cuestión de pobreza, era una cuestión tal vez de poca atención en sí mismo.

Pero Luis, no se iba a dejar ningunear en esa final meses después. Para eso amenazó desde antes de juego que cualquier falta de respeto al “álbitro” con “l”, sería penalizado con Roja Directa. Por un momento temí que el “álbitro” la fuera a agarrar contra su hermano menor, que jugaba en mi equipo, el de la bromita pesada en esa final. Pero, el tipo fue un profesional con el pito. Imponía respeto, no cambiaba decisiones, no se dejaba manotear por nadie y si alguna decisión no era bien comprendida, no tenía problemas en sonar el pito más fuerte para demostrar autoridad.

El partido fue terrible para mi equipo. Ya en el primer tiempo perdíamos 3 a 0. Yo increpaba mucho a Camilo, el hermano menor de Luis por su pasividad en defensa. Lo culpaba de 2 goles en un torneo en que jugábamos sólo tres en cancha por equipo. Restando unos cinco minutos del segundo tiempo, y cuando el resultado parecía irreversible ante nuestra frustración, Luis nos anula un gol, que desde mi punto de vista era claro. Yo lo encaro para hacer el reclamo y el tipo no me dejaba hablar. Cada vez que lo intentaba, me sonaba el pito en la cara una y otra vez.

El equipo contrario coloca la pelota en el piso para hacer el saque y continuar sobradamente el juego, pero Camilo, en su momento de ira, la agarra con las manos y vuelve al reclamo. Luis, nos mira y se dirige a Camilo visualmente,  suena el pito pero al mismo tiempo, sus labios dibujaban una sonrisa vengativa. Se quita el pito de la boca y le dice “Cállese la jeta, vaya a sembrar papas”

Camilo ya desencajado entre la derrota, la frustración y mis acusaciones se molesta hasta ebullir y sin más reparo le grita “Güecos”, “Güecos”, “Güecos”.  Los niños, una cuarentena aproximadamente, se reían de Luis quien inmediatamente, le muestra la tarjeta roja aunque su cara denotaba su deseo de caerle a puño limpio. Yo, contagiado por la frustración, miro al “álbitro” quien adivina mis intenciones pero se me acerca, me mira con supremacía y susurra, “Si me dice Güecos lo expulso”.

Yo, como no me quería quedar callado, y deseaba culpar a alguien de mi inesperada derrota, me alejo lentamente, sin quitar la mirada, pero al mismo tiempo queriendo sacar provecho de mi conocimiento en sinónimos sugeridos por la Academia, le digo tranquilamente, “No se preocupe………. Sr Hoyos”.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Las ánimas en la cancha

Cuando te fuiste lloré, y mucho. Eras mi padre, mi amigo, mi entrenador. Mi madre no lloró, al contrario, ella en su fe supo asumir la voluntad de Dios de una manera admirable. Y cada mes, cada Misa de Los Santos hacía sentir tu presencia con un velón encendido en la cocina, justo antes del 1 de noviembre. “Son las animas hijo, tu padre nos viene a visitar”.

Durante la semana no pude asistir a la Misa de las Ánimas, esa que se celebra cada primero de noviembre y que sirve para recordar a aquellas personas que hoy no están. Algunos creen que es algo cultural ligado a lo religioso,  pero sepan, que no pertenece netamente a nuestra cultura, porque hace un par de meses cuando el Unión Berlín de Alemania, logró ascender finalmente a primera, muchos aficionados recordaron a aquellos seres que sufrieron por su equipo y que hoy no están, llevando sus retratos al estadio el día del debut en la Bundesliga

Y así me hubiese gustado padre, llevar tu foto el día en que quedamos campeones ante Mineros de Guayana en el Apertura 2019, pero como no había visto esa práctica, me pareció loco, aunque ahora digna de copiar de los alemanes. Pero, como en nuestra cultura es la Misa,  te soy honesto padre, no pude ir a la iglesia ese primero y aunque mi mamá me dijo que Dios siempre nos da otra oportunidad y que el venidero domingo era una ocasión ideal para recordarte, la mañana se me fue en las tareas familiares y en la tarde padre, la tarde era para despedir al equipo de la temporada en Mérida.


Y sí, deje la misa a un lado, porque en el fondo sabría que la mejor manera de recordarte no era en la iglesia, enfrentando un sermón del padre, sino en la cancha, en el Soto Rosa como tanto te gustaba. No era un clásico ni ningún partido interesante, era el duelo de dos equipos casi eliminados, que por momentos parecían que estaban como yo, recordando a sus ánimas.  Y te recordamos de la mejor manera, porque  tu Estudiantes de Mérida derrotó a  Lala de Guayana dos a cero, y con el permiso de la iglesia y nuestras costumbres, no había mejor manera de recordarte.

viernes, 6 de septiembre de 2019

Que se suban a la troja

Allí no llega todo el mundo. No cualquiera es campeón, ni llega a una cima. Por eso me alegra presumir que fui yo quien llegó. Era un espacio reservado sólo para arriesgados y dispuestos a escalar cimas. No era una montaña mítica ni nada por el estilo, era la troja de mi abuela Florencia. En algunos lugares lo llaman ático, pero en una troja no vive nadie, es un espacio reservado sólo para objetos fuera del alcance de los niños. Nos decían que había ratones para alejarnos y eso hacía aún más misterioso y complicado asumir el riesgo de colocar una escalera y trepar la troja. Esa era la única manera de llegar allí, no era una tarea sencilla.

No acostumbrábamos a hacerle visitas entre semanas y menos en la mañana cuando se suponía que estábamos en la escuela. Aquella mañana mi abuela Florencia se distrajo podando las matas y también dejando a mi alcance la forma de llegar a la troja. Una vez allí, en medio de la oscuridad, vi como abundaban libros polvorientos, con hojas amarillas por el pasar de los años que me sembraron la idea de que en la antigüedad se forjaron los mejores conocimientos.

En una esquina yacía un puño hojas cosidas por un extremo, que me dio a entender que esa era la forma antigua de encuadernar las obras. No había tapa dura, tapa blanda, encuadernación o lomo como en la actualidad. Era una traducción a los golpes, dejando a la imaginación los tiempos verbales, el género y las cantidades de una obra ancestral llamada “El Manuscrito de Accra”.

Sabía que el tiempo era limitado. Que una llamada de mi nona Florencia para  tomar café con pan sería el final de mi periplo en la troja. Debía tener cuidado con eso y también con el típico frágil piso de carruzo. Empecé leer aquel montón de hojas misteriosamente encuadernadas en un lugar casi clandestino, que no podía comprender claramente y más aún porque mi equilibro mental y físico dependía además del llamado de mi nona.

Al oír que los pasos de mi abuela se acercaban a la cocina, sabía que el tiempo corría en mi contra. Grabé mentalmente algunas partes de esas traducciones porque sabía que si un chico de 9 años había llegado hasta allí, desafiando la gravedad, los regaños y los ratones, era porque de algo me iba a servir. De todo aquello, la frase que más recuerdo y que luego tuve que refrescar fue “Tú no me quieres ahora, pero el tiempo cambiará y un día podré regresar. Tú seguirás ahí”. Según el texto, fue la expresión que un escalador susurró a la montaña, al darse cuenta de que el clima estaba en su contra y debió dejar su misión a mitad de camino.

Aunque el texto habla de un susurro, estoy casi seguro que, más que eso,  fue literalmente un grito a los cuatro vientos. No creo que un montañista  que  se prepara durante meses y hasta  años emita un simple susurro cuando se frustra su meta, una especia de derrota, aunque momentánea.

Y así estábamos ese día en el estadio. No recuerdo si fue en el juego dante Aragua o Trujillanos. Todos estábamos callados en la tribuna viendo como nuestro campeón caía derrotado. Todos susurrábamos, pero con aquellas ganas de que alguien o un chico como el de la montaña gritara a los 4 vientos que el campeón estaba allí. Porque a decir verdad, parecía que no. Ese desgano no es de campeones.

Y siento que nos hacía falta ese chico de la montaña, efusivo en su grito, porque había que recordarles a los jugadores de Estudiantes de Mérida, que fueron o que son los campeones, pero que hoy tenemos una tormenta que nos deja, como a él, a mitad de camino. Porque realmente, el campeonato del torneo apertura es la mitad del camino, queda en nosotros soportar la tempestad o descender, asumiendo una derrota momentánea.

Que no le pase al equipo como a mí, que luego de subir a la troja, mas nunca pude regresar. Por un lado, la suerte de tener la escalera esa mañana más nunca la tuve y por otra, me di cuenta de que mas allá de llegar a una cima, no es sólo llegar, ni mantenerse, como dicen los dichos, sino como hizo aquel chiquillo de 9 años, traerse algo, una frase, una lección, un trofeo o mejor aún, una escueta traducción de que un alma fría y tibia nunca llega a la cima porque no conoció la victoria, ni la derrota, sino que se suban a la troja.

@jesusalfredoSP



martes, 20 de agosto de 2019

La firma vale un punto

Un proverbio chino decía. “No es mas el maestro que la montaña, ni sus discípulos más que los anteriores”, epa lo dijo un filósofo chino, no el que me vendió la radio y que me mandó a comprar otra cuando le dije que sólo me había durado 2 horas. El chino no tuvo problema en excusarse. “Ploducto chino, ploducto malo”.

Ese proverbio lo leí en alguna hojita de almanaque y siempre estuvo en mi mente. Tal vez ese papelito algunos lo vieron, lo arrugaron y lo votaron, Yo por el contrario, lo leí, lo recorté, lo conservé por un largo tiempo hasta que en algún momento de hastío, repetí la dosis al tirarlo a la basura. Pero no quedó allí, ese papelito siempre lo guardé en mi mente, de hecho se convirtió en un modo de vida. En ningún escenario traté de sentirme más que la montaña ni que mis maestros, pero siempre hay una excepción aunque me cueste admitirlo…la hubo.

Un distinguido profesor de Geografía, con un  vasto conocimiento de su cátedra, en la primera clase me dijo que yo estaba errado al decir que nuestro continente americano se llamaba de esta manera por Américo Vespucio. Le argumenté casi con lágrimas en los ojos, que los reyes españoles lo premiaron por ser la primera persona en realizar un mapa cartográfico del nuevo continente. Su simple negación, sin argumento, fue suficiente para destruirle el ego a alguien como yo que siempre ha sido amante de cultivar la cultura general. No tenía bibliografía de respaldo para tapar mi vergüenza, porque lo había leído seguramente en una ojeada a un polvoriento libro o tal vez en otro papelito de almanaque.

Esa materia, la tuve que pelear casi hasta el final. Como aquellos juegos que vas ganando, pero sabes que te lo pueden empatar o complicar con una lesión, una tarjeta, un gol no deseado al minuto 90. En el último examen y  a sabiendas de que la nota aprobatoria ya estaba alcanzada y que no había manera de reprobar me relajé un poco. El profesor nos entrega la hoja sellada con las preguntas y lo dice claramente. Bachilleres, la firma vale un punto. “¿Disculpe profesor? Le pregunto”. Me mira como diciéndome, ¿No entendiste pedazo de bruto? En ese momento me di cuenta de que su ego también había sigo golpeado en aquella primera clase. El repite despacio, “La firma vale un punto” mostrando su dedo índice en señal de uno.

Agarro la hojita y empiezo a responder. De las siete preguntas sólo tenía respuesta para dos y honestamente me había enfocado más en el examen de Matemática 11. Así que me dispuse a romper los preceptos del filósofo chino. Antes de eso, hago una especie de reverencia ancestral, algo que me hiciera sentir que no me estaba burlando sino poniendo en su sitio mi ego. Miro al profe, agarro mi hoja y disimuladamente la volteo. Tomo mi lapicero como para que el tiempo no borrara las palabras que había emitido anteriormente “La firma vale un punto”. Entonces hice la primera firma y luego no pude parar hasta hacer veinte firmas, que completarían la cantidad  suficiente para sacar veinte puntos y alcanzar la nota máxima.

Desde esa fecha le agarré un valor inmenso a la firma por eso admiro a los pintores que colocan visiblemente su nombre o firma en los cuadros. Para ellos no vale un punto, para ellos es su ego, su orgullo, su arte. La firma de los futbolistas al inicio del contrato vale y mucho, pero imaginemos colocándole esa firma a cada jugada, a cada cabezazo, a cada centro, a cada decisión. Y como mi profe dijo, “La firma vale un punto”, justo el que tenemos en la tabla.

@jesusalfredoSP



lunes, 12 de agosto de 2019

El manazo de La Chaca

Hasta la Biblia lo dice “No es bueno que el hombre siga sólo, voy a hacerle una ayudante que lo complemente” y aunque a dos años de matrimonio, algunos quisieran regresar a los tiempos de Cristo y reprocharle al mismo hijo de Dios sus “sabias” palabras, todo se resume en el veredicto de condena de Pilatos “Lo escrito, escrito está”

Cada vez que voy  a la iglesia, me siento bendito entre todas las mujeres, como dice el rosario, pero no es porque esté bendito realmente, sino porque el 73,73% de los feligreses son mujeres. ¿Acaso los hombres no rezan?, comentaba una viejita, con un claro deseo de vilipendiar acerca de mi género. Pero pensé que eso es falso porque cada vez que voy  a un juego de fútbol, escucho a aquellos inocentes futbolistas darle reiteradamente gracias a Dios por un gol  o por un triunfo. No puedo negar que los jugadores se notan piadosos cada vez que dan declaraciones a la radio.

Por lo visto, otros caballeros y yo somos extraños yendo a un espacio reservado para mujeres, Pero, esto no es nuevo e inclusive esta relación es inversamente proporcional a la que se observa en la iglesia. Por ejemplo, en la década del 90, Estudiantes de Mérida tuvo una mujer presidenta del equipo, la señora Yolanda. Puedo decir con orgullo que fue la primera mujer en ocupar ese cargo en Venezuela y revisando las estadísticas podría ser la segunda o tercera a nivel mundial en el plano profesional.

Aquí no meto a La Chaca, aunque su nombre de pila era Josefina. Ella fue presidenta del equipo de mi pueblo llamado La Placita, algunos años antes que la señora Yolanda, pero como no era equipo profesional queda simplemente en los récords y anécdotas autóctonas. Ella se ganó mi temor desde que le cayó a manotazos a una cerveza que llevaba “Chipia”, el portero del equipo porque tenía dos meses tomando sin parar y lo expulsó de inmediato.

Es que hay mujeres que se toman sus deberes muy en serio tanto en la iglesia como en el fútbol. Yo hace tiempo asumí que ese dicho “el fútbol es una religión” fue a raíz del manotazo de La Chaca y especialmente cuando la señora Yolanda colocaba una estampita del Sagrado Corazón de Jesús detrás del arco Rojiblanco.

Que no se tome esto como una declaración pro feminista, y valoro las acciones de la Junta Directiva del equipo, pero siento que en el juego de Estudiantes ante Zamora faltaba una especie señora Yolanda con su estampita, no por el arco, porque ni siquiera lo inquietaron los zamoranos sino por esa falta de conciliación en un pase largo, en las malas entregas, en algunos gestos, en la dinámica del partido. Espero que los rosarios y oraciones de la señora Yolanda tengan vigencia luego de más de dos décadas porque no estaría dispuesto a ver otro manotazo de La Chaca.

@jesusalfredosp




martes, 6 de agosto de 2019

Las goleadas de Issac Newton

Estoy casi seguro de que sí al científico Issac Newton le hubiese gustado el fútbol, él como técnico hubiese diseñado un juego fluido y de toque al estilo “tiqui taca” con el cual hubiese puesto fin a la revolución científica. 

Los juegos hubiesen culminado con resultados de 20 a 10, 15 a 40 y un partido cerrado y aburrido hubiese sido un 11 a 10 o 9 a 8. No podría dudar que Newton  hubiese sido el Ferguson del equipo galáctico de la época y posteriormente se hubiese ido molesto y despeinado a jugar en el equipo archirrival. Usando la teoría de la Ley de Gravitación Universal hubiese propuesto un nuevo estilo de juego manipulando los cuerpos de los jugadores para que los suyos sacaran mejor partido de la Fuerza y la Masa.

Entonces bajo estos preceptos, la Masa que es la cantidad de materia que posee un cuerpo, bien sea sólida, líquida o gaseosa, hubiese jugado un papel de suma importancia en el nuevo esquema futbolístico porque un jugador podría ejecutar un disparo de larga distancia y evaporarse a alcanzar el balón para finalizar la jugada. 

En caso de que todo hubiese sido errático como aquellos delanteros que no logran definir, bien podría regresar sacando el mejor provecho de que la velocidad es la distancia sobre el tiempo (v=d/t) y alcanzar el punto de congelación una vez en zona defensiva para plantar una muralla y evitar goles. Entonces esta última jugada hubiese provocado que los fanáticos lanzaran a la cancha bengalas de fuego con el firme deseo de propiciar un descongelamiento de la defensa a lo cual Newton no le tenía respuesta inmediata.

Tampoco hubiese tenido respuesta de por qué un delantero, vive de momentos, de goles, porque es interesante como el jugador cuando hace un gol se siente y se sienta en una cima emocional que le permite ver, desde esa altura, todos los huequitos que deja la defensa y logra observar en el fondo a un arquero, pequeño, sumiso, casi invitándolo a que no dispare el balón porque no podrá defender su arco.

No sé si hubiese llegado al fútbol venezolano con Caracas, Táchira o Estudiantes de Mérida pero seguramente con un 3 4 3 o 4 4 2, estuviera preparando la fórmula perfecta para la próxima edición de Copa Libertadores.




martes, 30 de julio de 2019

Los Emojis de Chacho

Eran exactamente las 4:50 minutos de un día, un mes y un año cualquiera. Es este caso no quiero respetar ningún orden cronológico, pero si les comento que era en época vacacional.

“San Isidro Labrador, quita el agua y ponga el sol” era un pedido o mantra que los agricultores de mi pueblo, pregonaban cuando la lluvia arreciaba y dañaba los cultivos para clamar por un sol radiante. Yo en mi mundo también rezaba para que este brillara, pero me importaban poco o nada los cultivos, mi único deseo era que la cancha no estuviera mojada y que mis compañeros llegaran  tranquilamente al entrenamiento.

Pero cada vez que llegaba esa hora, 4:50 PM, tres gotas comenzaban a caer justo frente a mi ventana como una manera de amenazar mi ilusión y tres minutos después, las nubes se rompían y rebasaban mi paciencia. La lluvia caía con la misma intensidad que mi ánimo pero se levantaban mis niveles de frustración y rabia. Ir a jugar implicaba alegría, mezcla de emociones y la lluvia sólo provocaba que me mantuviera refugiado en mi casa con el balón y ropa de entrenamiento en la mano.
  
Cuando las nubes, llenas de traición y odio, no se oponían en mis planes a las 5 de la tarde  y por espacio de 120 minutos, comenzaban nuestras andanzas en la cancha. 8, 9 o 10 chicos mostrando lo mejor de sí, porque realmente eso es lo que me gusta del fútbol que la mayoría va a demostrar en cada jugada que es el mejor y tanto emocional como biológicamente debe tener un significado porque al margen de la derrota, salíamos jubilosos. Pero en esos días de vacaciones de verano, los 30 días de entrenamiento se diluyeron a pocos, con la misma proporción que la lluvia arreciaba en el pueblo.

Hace algunos días y cuando ya ha caído mucha agua en cualquier época vacacional, de cualquier día, de cualquier año, me escribe Chacho, aquel niño de ciudad con el que siempre tuve contacto. Chacho me envía un mensaje en el whatsapp y muestra un emoji de esos que expresan molestia. Honestamente no era sólo un emoji, era un montón de esas caritas rojas juntas y luego empieza a escribir desenfrenadamente sin detenerse y sólo con la seguridad de que alguien al otro lado, es decir yo, lo leía gracias al feedback que dejan las marcas azules de verificación.

Yo, sin entender el por qué, me preocupo pero simultáneamente me envía una imagen que explicaba una teoría que tuve que leer un par de veces para comprenderla “Desde bajas alturas, por una especie de cañón, sube una corriente que se transforma en nube y va absorbiendo humedad a su paso. Al llegar a lo alto y cuando hay enfriamiento, esa nube sufre una descomposición y se produce la lluvia. Este proceso ocurre a diario y se da generalmente en las tardes o las noches”

Según Chacho y según el autor de dicha teoría, esto explicaba  por qué siempre llovía a la misma puta hora pero peor aún por qué siempre nos quedábamos sin jugar producto de las mismas.  No tuve opción de colocar ese emoji que expresaba reflexión. Por un momento nos mantuvimos en silencio pero en línea.
                              
Entonces por fin coincidimos en un emoji, el de la cara llorona. Yo expresaba frustración porque esta teoría nos amargó unas cuantas tardes, pero a Chacho, al mismo que no lo dejaban salir sus abuelos sin algún conocido, le amargó las vacaciones, las únicas en aquel pueblo al cual nunca quiso regresar en épocas de asueto escolar porque la lluvia siempre caía a la misma hora, del mismo mes y de un año cualquiera.

@jesusalfredosp 

miércoles, 10 de julio de 2019

No fue mi intención Sr. Dudamel

No fue mi intención Sr. Dudamel, créame usted que no fue mi intención. Salvo aquella temporada que usted jugó con Estudiantes  de Mérida, siempre fuimos de equipos opuestos. Aunque no siempre, apoyé desde la distancia al “Huila” en su primera experiencia internacional y luego en Independiente Santa Fe, el Deportivo Cali o pare usted de contar, porque fueron muchos, los que usted defendió con heroísmo. “San Dudamel”, así le decían. ¡No era un canonizado! ¡No! Era usted Profe.

Y le aclaro esto, porque cuando salió a jugar en el Huila, su primera experiencia internacional, me pegaba de la radio para escuchar a los narradores colombianos, siempre tan inquisidores con los venezolanos, pero con usted no pudieron, eso inflaba el pecho. Pero no entiendo, por qué usted me bloqueo en twitter. Y le digo algo, le he escrito a cualquier figura pública nacional e internacional, y no me han halagado con el bloqueo, sólo usted.

Empecé a buscar algún tweet en el cual le ofendiera y ni mi memoria ni los registros en San Francisco, California, en donde tiene la sede la red social, detectaron un mensaje vejatorio. Mientras buscaba un twitter recordé cuando hizo un gol de penal en Colombia aunque también recuerdo que posteriormente falló otro con el mismo equipo de Santa Fé, por eso lo criticaron un poco, pero allá era usted era “San Dudamel” y a los santos no se les critica, se les venera como decía la señora Irene, la rezandera de mi cuadra.

En definitiva, no encontré nada fuera de contexto en algún mensaje de twitter, aunque sé que en algún momento nos ponemos intensos y esa pudo haber sido una razón. Mientras buscaba respuestas, empecé a irme muchos tweet antiguos, tan antiguos que ni si quiera usted y yo habíamos creado una cuenta, tan antiguos que ni siquiera se había creado la red social, ni esta ni ninguna otra. La red social éramos un grupo de chamos en una cancha, nadie colocaba “Me Gusta”, ni bloqueábamos digitalmente, ni “RT”, nada de eso. Lo único que colocábamos era la energía y el corazón en la cancha.
Y allí, en esa red social de grama seca, encontré la razón de por qué usted me bloqueo. Lo recuerdo someramente porque entre tantas caimaneras que me tocó disputar, esa particularmente está en mi mente. Básicamente  porque usted era la figura en el estadio Lourdes de Mérida y las 5 canchas que la componen. Y usted, repito,  era la figura porque además estaba recién llegado de aquel mundialito en Caracas, esos torneos sub 15 o sub 16, no recuerdo la edad exacta,  que metía entre 25.000 o 30.000 personas por partido.

Esa tarde, nos tocó disputar un amistoso, una caimanera. Nosotros sin técnico y ustedes con un orientador o entrenador. Cuando se termina el juego, sin importar el resultado, lanzamos 10 tiros desde el punto penal cada equipo porque creo que la idea era que practicaran los porteros, y que en esa caimanera eran los únicos serios de la partida.

En el sorteo a los más pequeños nos tocó como el rey del pesebre, de último. Justo antes de pegarle a la pelota, veo a todos los jugadores en el espacio entre el balón y la portería, rodeándome,  unos aupándome, otros metiéndome miedo y al frente usted. La portería se veía tan grande para mí, pero al mismo tiempo infranqueable con su presencia.

Cuando suena el pito para que iniciara mi turno, yo no miré la portería sino que agacho la cabeza, me enfoco en el balón y en mis pies, que lucían los zapatos de mi hermano mayor de 3 tallas más grande. Arranco con energía y sin mirar al arco le pego al balón. Mi idea no era buscar el ángulo, honestamente mi idea era que no saliera el zapato antes que la pelota, así que fue un golpe fuerte y engarruñando el pie para hacerle presión a la parte delantera del zapato. ¡Epa! no fue un golpe a tres dedos, puedo decir con orgullo que fui yo quien patentó el gol “engarruñao” es decir uniendo los dedos de los pies para hacer un efecto de volumen que hiciera más difícil la eyección del zapato, un invento que creo murió de inmediato porque mi hermano escondió los zapatos.


Escuché el sonido del balón, como si fuera cortando el viento. En ese intermedio de tiempo, los gritos iban y venían. Me envalentono y levanto la cabeza. Veo que el balón lo coloqué por mi costado derecho y también lo veo a usted Sr. Dudamel lanzándose a su izquierda. Cuando la red se comenzó a inflar, los de mi equipo me abrazaron por el último gol que caía con una gran ayuda de la gravedad y usted quedó tendido en el piso mirando al entrenador. Ese día, en esa red social, la de la cancha con el césped quemado y llena de huecos y piedras, me gané muchos “Me gusta” y “RT” con los abrazos de mis compañeros, pero al mismo tiempo me gané su gran “Bloqueo” que perdura en las redes sociales de hoy. Levántese, me disculpa  y me desbloquea por favor que esa no fue mi intensión. 

@jesusalfredosp

lunes, 1 de julio de 2019

Rubben, la eterna promesa

Si hay algo que me gusta de los europeos es su organización y constancia en todo y no se los digo porque me lo dijeron, sino porque tengo un remordimiento que a veces no me deja dormir. Dicen que cuando uno se levanta a las 3 de la mañana es porque lo tienta el diablo, pero a mí no, confieso que la conciencia es lo que me jode.

En mi época de estudiante, me voy a hacer pasantías a República Dominicana, y cada vez que la gerencia quería proyectar un juego de fútbol para sus huéspedes de mayoría alemana, holandesa y británica, les decía a los de recepción, que se encargaran de la logística. Los recepcionistas, todos dominicanos,  tenían una destreza impresionante para hablar 4 y 5 idiomas, así que se les hacía fácil, comunicarse con ellos verbalmente, pero  cuando llegaban los huéspedes al salón de proyección se sentían desubicados. Colocaban imágenes de Sammy Sosa, Felipe Alou entre otros retratos de beisbolistas dominicanos además de  un bate y un balón de fútbol.

Poco a poco me fui ganando a la Directora del hotel, una chica de unos 35 años, discúlpenme, sé que la edad de las mujeres no se divulga, pero hay detalles que no debo dejar pasar como su altura 1,80 aproximadamente, rubia hasta las cejas, ojos verdes y un acento español sensual, hasta que se le salían unos insultos en catalán cuando le llegaban quejas.

Por mi origen sudamericano me pide que organice la logística de los juegos de fútbol, porque la última vez, la persona encargada les quitó el audio del encuentro y les puso bachata y merengue “ripeao”, el merengue mas autóctono de la isla con el fin de que la pasaran bien porque el juego del Bayern de Munich le parecía muy aburrido. Creo que ese día, mi flamante directora habló más catalán que en un kinder de Barcelona. No era perfecta, era perfeccionista.

Así fue, ese trabajo era lo máximo. Yo me  encargaba de hablar con mantenimiento para el sonido e iluminación. Le dije a mi super Directora que me aprobara meriendas y montáramos un mini bar en el salón para que los huéspedes no tuvieran que ir al bar y gozar de un centro de consumo y ventas en al área. Puedo decir con orgullo, que de 40 personas que iban a los juegos pasaron a 200 en tres semanas, porque creamos un ambiente futbolero.

No puedo negar que tuve  mucho apoyo y mi éxtasis fue cuando la gerencia en pleno fue a ver un encuentro del Barcelona contra Atlético de Bilbao. Ese día salieron embriagados, gritando y sobretodo satisfechos por el ambiente entre los huéspedes y la gerencia quienes acordaron hacerlo entre semana y no sólo los sábados o domingos.

Yo me sentía como el DT de ese equipo. Mi trabajo antes de los 90 minutos ya estaba hecho. Organizar, llamar, hacer pedidos, montajes, y durante el juego hacer supervisión. Poco a poco me di a la tarea de hablar con los huéspedes, en principio conversaciones muy diplomáticas, luego cada vez que alguien hacía gol los celebraba con ellos y si metía gol el otro equipo, me iba a celebrar con los otros, Ellos se reían y me decían palabras que yo no entendía en ocasiones, pero seguramente significaba pastelero, pero todos disfrutábamos. Esa jugada de hablar con los huéspedes me hizo ganar mucho rédito porque les sacaba información de quejas o debilidades del hotel y se las comunicaba al supervisor del área o a Dirección.

Decir Ich habe einen Freund aus Stuttgart (Yo tengo  un amigo en Stuttgart) y Muxus (besos en Vasco) me hicieron romper el hielo con alemanes y bilbaínos. El grupo, antes de ir a la piscina, diariamente iban al salón, me buscaban, y hablábamos de todo. Recuerdo particularmente a Rubben de Stuttgart Alemania y su esposa, no la detallo porque prefiero que se queden con la imagen rimbombante y real de la directora, pero era un placer pasar por la piscina y saludarlos.

Hablamos de fútbol y sacó pecho porque su equipo, el Stuttgart se iba a enfrentar al Feyernoord de Holanda en la Copa UEFA. Yo sabía que Estudiantes de Mérida iba a Libertadores, pero en Punta Cana las personas iban a aislarse del mundo y me encontraba desactualizado. La gerencia hacía pocos esfuerzos por tener Internet de dominio público, así que yo debía esperar a tener día libre para navegar y enterarme del mundo.

Antes de regresar, el grupo de unos 20 alemanes me buscaron y me agradecieron las atenciones. Compartimos correo electrónico y dirección, como se estilaba en aquella época, me regalaron algunas cosas que no podían llevarse y hasta 50 pesos dominicanos porque no lo usarían más nunca.  Rubben y 2 chicos más me prometieron que volverían el próximo año, pero lanzaron la promesa de que si el equipo de Stuttgart le ganaba al equipo holandés, me enviarían una camiseta original. De vuelta, yo les prometí que si Estudiantes de Mérida avanzaba en Libertadores en aquellos años 99 o quedábamos campeones, yo haría lo mismo.

Alemanes, españoles, ingleses, canadienses iban y venían. Un buen día me llaman de recepción y la operadora (representante de agencia de viajes) me entrega una carta. La abro y era un escrito de mis amigos de Stuttgart. Pienso dentro de mí, ¿Por qué carajo me la mandaron en alemán si yo sólo sé decir Ich habe einen Freund aus Stuttgart?  Le agradezco a la chica y de inmediato ella sonríe y me muestra otro paquete que al abrirlo era la camiseta blanco y roja con un logo hermoso que decía VfB Stuttgart y asumo que le habían ganado a los holandeses. Honestamente me alegré en demasía, no por la camiseta, la cual nunca pude usar porque esos cabeza cuadradas pensaron que yo iba a crecer 15 centímetros más, cosa que nunca ocurrió, sino por el gesto. 

Estudiantes trascendió en Libertadores, llegando a ocupar el puesto quinto de América. Años después quedó campeón, aunque no absoluto y vivió  épocas gloriosas. Yo perdí la dirección de Rubben, me mudé a otros países y les perdí la pista a ellos, al Stuttgart y a otros conocidos con los que también compartí. Nunca envié la camiseta, no soy europeo, a pesar de que pude haber intentado ubicarlos con el correo electrónico, el cual yace en cualquier basurero de aquella isla  o en la papelera de recliclaje.

Cuando José Manríquez patea con nervios de acero ese penal para conquistar el campeonato ante Mineros de Guayana en Cachamay en la final del torneo apertura 2019, me di cuenta de que mucha gente había hecho promesas y que yo no. Le dejé todo a Dios y a sus buenas intenciones. En ese momento recuerdo a Rubben, en cualquier lugar de Alemania, su gesto,  su equipo y me doy cuenta que el VfB Stuttgart ya no está en la Bundesliga sino que descendió. Yo puedo apuntar hoy Ich habe einen Freund aus Stuttgart que se llama Rubben y quiero decirle que también trascendimos en aquella Libertadores, que quedamos campeones, que tranquilo que también estuvimos en segunda y que hoy, 20 años después, quiero pagar mi promesa de enviarle la camiseta del campeón del fútbol venezolano, Estudiantes de Mérida.

@jesusalfredosp

martes, 25 de junio de 2019

No todo tiene sentido (Parte II)

Llego temprano a la puerta del estadio. Dicen que buscar a alguien donde hay multitud es como buscar una aguja en un pajar, pero no tenía más remedio. Aquella llamada de la esposa de mi amigo anunciándome que había desaparecido y que me buscaría como en los viejos tiempo, me había hecho pensar. Llamé a mi hermana en mi pueblo para saber si él había ido para allá pero con tres gritos que me pegó porque la señal telefónica era deficiente, fue suficiente para darme a entender que la aguja tampoco estaba en ese pajar.

Yo pendiente de la taquilla. Si él venía al juego debía comprar la entrada porque si no me había contactado, lo más probable era que no tuviera a más nadie aquí quien le hiciera la compra.  Un niño que venía pateando un cartón me distrajo por unos segundos. Eso me hizo tomar nota de que ni en la taquilla ni en la cancha se debe perder un segundo de concentración. La he visto pocas veces, pero era ella, la de la llamada, la esposa de mi amigo, la que entre sollozos me dijo que había desaparecido o que tal vez había caído en locura.

Por un momento pensé en saludarla para en conjunto armar un escuadrón de búsqueda, pero desde esa llamada, hacía unos 7 días no me había contactado más. No sé si era un tema de poca confianza, de ser embarazoso para ella tener que salir a buscar a su esposo, de pensar que yo lo estaba encubriendo. Entonces luego del tercer paso, me detuve porque no quería correr la suerte de mi ahijado de confirmación al ser cacheteado sin razón ninguna por un ser sin falda.

Ella estaba enfocada en su ermitaño, yo en él mismo personaje, pero como yo tengo 4 ojos producto de la miopía, tenía ventaja sobre ella. Pero como dicen que ellas tienen un sexto sentido y aunque lo dudo, tienen un toque de magia negra para intuir las cosas. La gente seguía desfilando con sus camisetas blanquirojas, banderas, pitos, papelillo. Coño era una final luego de 17 años y  yo pendiente de un amigo en cuya última conversación me había dicho que estaba saliendo con una alienígena y que no todo tenía sentido.

A minutos del partido y cuando me di cuenta que habían cerrado la tribuna este, el descontrol de la gente se apoderó del ambiente por el cambio de seña. Se me perdió la esposa mi amigo, pero peor aún, perdí el control que llevaba para encontrarlo. Tenía que armar un plan de rastreo nuevo, pero les cuento que ese plan parecía el medio campo de Mineros en el segundo tiempo: indescifrable, estático y sólido.

El grito de gol de los fanáticos de Estudiantes de Mérida se ahogaba en las gargantas cuando el referí decreta el fuera de lugar. Yo como no lo vi adelantado entonces me levanto a reclamarle al tipo airadamente. Mientras la gente se sentaba decepcionada y resignada, yo me quedé de pie en el reclamo como si el árbitro me escuchara y fuera a voltear a hacerme caso, sobre todo a mí, que cada vez que la agarraba un delantero unía mis manos en señal de oración y visualizaba el balón en el fondo de la red. Así que asumí que mi criterio era muy vago, subjetivo y parcializado para candidatearme como el VAR humano.

Por momentos recordaba que tenía una misión secreta. Sí,  en pleno juego de final yo me estaba jugando un juego aparte, la búsqueda de mi amigo desaparecido hacía menos de  una semana, ese amigo que cada vez que tocaba la puerta de mi casa en la niñez, sin mediar palabra alguna me indicaba que era momento de ir al garaje y jugar fútbol. Pero la dinámica del segundo tiempo, la euforia en las tribunas, la energía de las más de 38mil personas hacía que mi misión secreta pareciera no tener sentido.

Al final del juego, y luego de ver el empate entre Estudiantes de Mérida y Mineros de Guayana en la final del apertura 2019, vuelvo a ver a la esposa de mi amigo e intenté acercarme. No podía seguir fingiendo ser indiferente ante su búsqueda, pero una marea de personas se la llevó a un lugar distinto al mío, y créanme no la pude alcanzar.  Un seguridad me detiene y me dirige en otra dirección, pero lo más curioso es que la bandada de gente seguía su camino, sólo a mí me mandaba a esa salida.


“¿Una salida VIP para mí sólo?” Me pregunté irónicamente. Pero antes de oponer resistencia y armar preguntas veo al fondo una puerta. Me acerco lentamente a ella y alguien al otro lado llama a la puerta con el mismo ímpetu de aquel niño que sin mediar palabras me hacía correr a buscar la pelota y salir al garaje con aquella emoción que sólo los fanáticos vivimos en el garaje, en el Metropolitano o en los 90 minutos que restan en Cachamay.

lunes, 17 de junio de 2019

No todo tiene sentido

Tengo un amigo de la infancia quien sólo me escribe 2 o 3 veces al año. Preguntas tales como  ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Me transportan a aquellos años en que mi amigo, de niño,  tocara la puerta y sin mediar palabras, me hacía correr a buscar la pelota y salir al garaje de mi casa a patear un balón. Podría afirmar con certeza que algunas veces jugamos con carros o cualquier otro objeto pero casi siempre finalizábamos en mi primer  teatro de los sueños, el empedrado garaje en La Placita de Pueblo Llano.

Las conversaciones se tornan largas tocando temas netamente de actualidad, aunque no tiene nada que ver con los programas de TV donde aparecen políticos y economistas hablando sobre actualidad nacional, donde todo, absolutamente todo es catastrófico. Esto es diferente, es nuestra actualidad, cómo se siente, qué hace, cómo está la familia, el trabajo, en fin. Pero hay una pregunta en la que siempre me extiendo porque a veces siento que es un compromiso moral cuando me pregunta sobre Estudiantes de Mérida

No he tenido más remedio que maquillarle lo catastrófico que ha resultado algunas temporadas anteriores. Deudas, malos resultados, cosas inexplicables para cualquier persona y que los fanáticos de Estudiantes hemos tenido que vivir. Sé que no es mi responsabilidad caer en mentiras blancas, pero mientras sean blanquirojas, como los colores del equipo, hay perdón de Dios. Por eso dicen que el todopoderoso es académico.

En un momento me toca el tema de los extraterrestres, algo que sin duda alguna no formaba parte de los tópicos que solíamos abordar. Me dijo que donde vivía era un lugar muy solitario y que en las noches cuando la televisión no lograba calmar su aburrimiento solía salir a dar un pequeño paseo alrededor de su casa. Su esposa, entre el trajín que demandan los que haceres de la rutina se percataba poco de los misteriosos paseos de mi amigo.

La conversación rondaba entre lo extraño y misterioso hasta que me afirmó que aseguraba la existencia de seres alienígenas. Ningún libro en la materia me  había divulgado hasta ese momento tantos detalles como  los que yo estaba oyendo en ese momento, expresados no por un científico o experto en otras formas de vida, no, sino por alguien que llegaba a mi casa, tocaba la puerta y salíamos a jugar. Alguien que había compartido conmigo la misma escuela, los mismos gustos, los pelotazos en el garaje de mi casa y que no tuvo oportunidad de estudiar educación superior como yo. ¡No! era alguien que había optado,  por alejarse de la vida urbana y refugiarse en las montañas donde se dedicaba a actividades agrícolas y no tenía ni un correo electrónico o twitter para calmar su aburrimiento.

Sin que yo mostrara inquietud por el tema, él empezó a discernir tópicos que ni me imaginaba, él jamás sintió que el tema era aburrido, extraño o cómico para mí. Siempre nos habíamos respetado la palabra independientemente de que nuestras conversaciones fueran tan esporádicas, jamás nos sentimos tan alejados como para pensar que al otro no le interesaba. Era como cuando éramos niños. Tocaba la puerta de mi casa y sin mediar palabras yo buscaba el balón, había una ley no escrita entre nosotros, una comunicación intrínseca y por eso nunca hubo peleas, desacuerdos.

La manera de explicar su encuentro con una alienígena fue con la misma emoción que cualquier persona detalla sus primeros encuentros con alguien a quien pretende como novia. Detalles que seguramente lo sonrojaban pero no lo limitaba. Por un momento llegué a pensar que me sacaría de mi asombro con una carcajada, pero eso nunca ocurrió. Los minutos fueron pasando y en vez de aumentar mi asombro, aumentaba su desenfreno. No sé si me estaba hablando en claves, pero me costaba digerirlo.

En algún momento de la llamada se detiene, hace una pausa y rompe mi silencio con la pregunta. ¿Esas allí?, yo, con un carraspeo en la garganta debido al largo silencio, afirmo mi presencia al otro lado del teléfono. ¿Sabes por qué te cuento esto?  me pregunta, porque estoy pensando en mudarme a su planeta. Mi estado de cautela pasó a pensar inmediatamente en su estado de locura. Aristóteles decía que había una frontera muy fina en un hombre solitario o semi ermitaño porque podía ser una bestia o un dios.

Me mantuve expectante durante los próximos segundos porque estaba esperando una carcajada que nunca llegó. Sus argumentos se fueron diezmando y eventualmente la conversación fue perdiendo intensidad. La imagen de mi amigo en un manicomio se hacía cada vez más recurrente y cuando intenté demandar explicaciones, la respuesta “No todo tiene sentido” fue la única que salía de sus labios. Se despidió y un hasta luego fueron sus últimas palabras.


Yo no sabía que pensar. Entraba en un proceso de risa, pero de inmediato me cortaba porque no eran las típicas conversaciones o bromas que hacíamos. Me arrepentí de haber respetado su palabra y en ningún momento increparlo para obtener respuestas más lógicas. Pero ya era tarde. Intenté llamarlo pero era infructuoso, su teléfono salía apagado. Al otro día, a las 8 de la mañana, entra una llamada del mismo número  y siento que la broma va a llegar a su final. Repentinamente una voz femenina entre llantos y sollozos dice mi nombre de forma interrogativa. Le pregunto de inmediato qué pasa y me afirma con una voz baja quizás para calmar su llanto, que mi amigo no aparecía desde la noche anterior y que sentía que estaba cayendo en la locura porque en la última conversación que tuvo con ella, le dijo que iba a tocar la  puerta de mi casa y que yo sabía porque iba a ir corriendo a buscar el balón e ir al estadio puesto que esta vez Estudiantes de Mérida iba a jugar la final del fútbol venezolano.

martes, 11 de junio de 2019

Yo soy El Perich

No era una pared cualquiera. En principio sentí que era una especia de Muro de los Lamentos, donde el mencionado isleño buscaba vaciar sus penas pero no. Según las leyes de aquel puñado de Islas, todo aquel que tocara y trepara la pared de 2 metros sin ser captado por la luz de las cámaras, tenía acceso legítimo a entrar en esa nueva isla, pues al no haber registro de ingreso ilegal, se consideraba apto para entrar y hacer vida normal en el nuevo territorio.

Pero ese isleño en particular, de nombre Pedro,  ya lo había intentado varias veces y siempre las cámaras habían hecho registro de ello. Eso había provocado su expulsión inmediata. La escapada desde su aldea había sido como siempre complicada, pero antes las penurias y el deseo de conquistar su sueño, saltar esa pared sin ser visto, era la gran meta.

Ese día, las cámaras habían sufrido un desperfecto y las autoridades locales colocaron funcionarios alrededor del puerto para que nadie pudiera saltar la pared. Se contempló que al saltar la barda, todo nuevo inmigrante sería considerado legal, por lo que los funcionarios tenían el deber de obstaculizar a quien sea. Pedro, el soñador, al desembarcar del peñero, salió corriendo a la pared junto a una treintena de isleños y los funcionarios detrás de ellos. Era como aquellos juegos del gato y el ratón: isleños en el piso, funcionarios usando cualquier método para derribar y detener a los isleños, cada quien en lo suyo.

De aquellas últimas líneas de esa reseña, sólo pude recoger que Pedro, el soñador, el isleño, hizo quiebre de cintura, saltó entre funcionarios, los empujaba y al llegar a la cima de la pared, ya en territorio seguro,  gritó fuertemente “No moriré soñando”. Realmente todo eso fue un símil de lo que me tocó ver en el juego entre Estudiantes de Mérida y Carabobo porque aunque no había un peligroso peñero, si les puedo contar que vi una camioneta con un puñado de soñadores, que aunque tuvieron que amontonarse con mucha ilusión, no dejaron de sorprenderme, porque prefería el peñero que esa trampa de 4 ruedas.

Esa camioneta no tenía vidrio, no tenía asiento y creo que el chofer, si es que había, iba en una silla que sacó del comedor de su casa. En la parte trasera, lo que si les puedo confirmar es que no iban 30 personas sino almas, gritando eufóricas, pintadas y con banderas. Transportadas por 4 cauchos en la lona, inflados no con aire sino con ego. Yo no sé cómo iban a regresar de noche porque focos de luz no tenía, y salvo alguna astucia del chofer, que no lo creo, el camino sería iluminado por alguna linterna de celular. Honestamente prefería el peñero.

Se dice que Pedro, nunca más volvió, que se había convertido en un excelente músico y que gracias a su éxito pudo contribuir con el crecimiento de sus coterráneos. La meta, para él realmente era pasar la pared, porque una vez allí, todo se volvió a favor de sí, dicen que fue su confianza la que contribuyó en su crecimiento. Nuestra pared de 2 metros, hoy es Carabobo, el árbitro, la ausencia de un jugador en cierta posición, como lo queramos llamar, pero hay que pasarla, porque cuando vi desembarcar a esos 30 isleños en el Estadio Metropolitano, sentí que esa pared ha estado muy alta, que los fanáticos de Estudiantes de Mérida no se merecen tantos años de sin sabores y aunque hoy es un brinco que hay que dar en Barquisimeto, para romper esa desventaja de un gol, siempre ha habido cámaras y luces que han imposibilitado saltar esa pared que se ha convertido prácticamente en El Muro de Los Lamentos.

Uno de los fanáticos desembarcaba de la camioneta de un salto en el cual perdió estrepitosamente el equilibrio, provocando la mirada de todo el mundo. Éste se levantó, limpiándose las rodillas y las manos le dijo a otro “Vamos a ser campeones”. Su amigo, que estaba a su lado, se ríe, lo abraza y empiezan a brincar, a lo mejor en su mismo estado de algarabía y leve embriaguez. “Y le digo algo mas.. el fanático siempre tiene la razón, aunque no la tenga” Yo me acerqué, porque quise recalcarle que esa frase ya existía y que pertenecía a un humorista español que se llamaba El Perich.  El tipo me mira, me detalla, no me dirige palabra alguna y vuelve a su amigo y le dice “Yo soy El Perich”, se miran, se ríen y se vuelve a caer.

“Un fanático es un individuo que tiene razón aunque no tenga razón.”

Jaume Perich

lunes, 3 de junio de 2019

Levántela hijuexuta


Hice un ejercicio de tolerancia, un muy buen ejercicio.  Estuve durante la previa y durante los 90 minutos soportando que un trío de fanáticos comentara cada jugada, cada movimiento del juego. Y no significa que no me guste escuchar opiniones, al contrario, me nutre, pero coño, que estos tipos se crean más que Brignani y La Pulga es sin duda es para borrarlos del mapa, pero repito, era un ejercicio de tolerancia y como mi mamá me dio de herencia la religión apliqué aquella frase de Victor Hugo que rezaba, “la tolerancia es la mejor religión”.

No éramos los mismos 3 mil fanáticos que siempre íbamos en temporadas pasadas. A pesar de las limitaciones en transporte y combustible, el Metropolitano albergó una nutrida afición que trae a aquellos melancólicos de grandes resultados, a aquellos que simplemente van a ver qué pasa y hasta a aquellos que van a pedir matrimonio. Pero también  a aquellos que creen que el DT Brignani , el delantero Mena, La Pulga o Chiki no saben lo que hacen.

Y ahí estaba yo, justo en la fila inferior. Es decir, cada uno de sus comentarios los tenía en la pata del oído, no había manera de zafarme. Cuando el equipo no respondía, emitían frases entre peyorativas y vulgares. Cuando se produce el penalti y el gol para Aragua, un bandada de Padres Nuestros salen de su boca. Yo sentía que era una manera que ellos tenían para drenar, pero mientras ellos seguían yo retomaba mi práctica religiosa, la tolerancia.

“Dejen la bulla” – les dice una chica que estaba tres filas más abajo.  Yo no volteé para ver la reacción de los eruditas, pero oí claramente cuando la mandaron a su casa. En eso Andris Herrera le pega al arco pero fue infructuoso y sale uno de ellos diciendo “levántela hijuexuta”. Yo analicé la jugada y claro, levantarla era una buena opción, pero desde la tribuna, sentado y sacándole la generación a cualquiera, se ve todo súper fácil.

En el segundo tiempo, y cuando el equipo académico tomó las riendas del juego, las oportunidades aumentaron. La frase “levántela hijuexuta” pareciera que era la única opción que veía uno de los eruditas cada vez que a “Chiki”, “Pulga”, Mena se les ocurriera disparar al arco.

Al aproximarse la salida de Mena para que entrara Luz Lorenzo, los aplausos de la gente contrastaban con las descalificaciones del trío. Yo dudaba del cambio, pensé que no era el jugador a salir pero los técnicos estaban abajo y no una fila sobre la mía, aunque ellos pensaban igual que yo. Por un momento, imaginé que no íbamos a sacar la llave, no era una cuestión sencilla llegar al arco y cuando llegábamos, todo terminaba en “levántela hijuexuta”.

Aunque tampoco veía claro al equipo rival. Lo veía agotado física y en ideas. Me parecía un digno rival que no lograría la hazaña de hacer 2 goles, pero igual ya no estaba tan confiado como antes del encuentro. Justo en mitad de cancha cuando el balón buscaba dueño, el rebote va al terreno aragüeño y mientras Luz Lorenzo forcejeaba con el central, yo pensaba que el árbitro decretaría falta, pero antes de que se le ocurriera sancionar una falta, Luz Lorenzo, levanta ese balón y la mete al arco.

Mientras todos celebrábamos, yo trataba de calcular la distancia del disparo, el ángulo de la pegada, la aceleración, la distancia recorrida y pensé que sería interesante consultarlo con un físico de la ULA. Quería entender un poco mas el gol, pero quizás la respuesta mas clara me la dio el erudita, al que algunos ya tildábamos de bulloso y pavoso, quien gritaba a los cuatro vientos “Viste, tenías que levantarlo, hijuexuta”.