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viernes, 6 de septiembre de 2019

Que se suban a la troja

Allí no llega todo el mundo. No cualquiera es campeón, ni llega a una cima. Por eso me alegra presumir que fui yo quien llegó. Era un espacio reservado sólo para arriesgados y dispuestos a escalar cimas. No era una montaña mítica ni nada por el estilo, era la troja de mi abuela Florencia. En algunos lugares lo llaman ático, pero en una troja no vive nadie, es un espacio reservado sólo para objetos fuera del alcance de los niños. Nos decían que había ratones para alejarnos y eso hacía aún más misterioso y complicado asumir el riesgo de colocar una escalera y trepar la troja. Esa era la única manera de llegar allí, no era una tarea sencilla.

No acostumbrábamos a hacerle visitas entre semanas y menos en la mañana cuando se suponía que estábamos en la escuela. Aquella mañana mi abuela Florencia se distrajo podando las matas y también dejando a mi alcance la forma de llegar a la troja. Una vez allí, en medio de la oscuridad, vi como abundaban libros polvorientos, con hojas amarillas por el pasar de los años que me sembraron la idea de que en la antigüedad se forjaron los mejores conocimientos.

En una esquina yacía un puño hojas cosidas por un extremo, que me dio a entender que esa era la forma antigua de encuadernar las obras. No había tapa dura, tapa blanda, encuadernación o lomo como en la actualidad. Era una traducción a los golpes, dejando a la imaginación los tiempos verbales, el género y las cantidades de una obra ancestral llamada “El Manuscrito de Accra”.

Sabía que el tiempo era limitado. Que una llamada de mi nona Florencia para  tomar café con pan sería el final de mi periplo en la troja. Debía tener cuidado con eso y también con el típico frágil piso de carruzo. Empecé leer aquel montón de hojas misteriosamente encuadernadas en un lugar casi clandestino, que no podía comprender claramente y más aún porque mi equilibro mental y físico dependía además del llamado de mi nona.

Al oír que los pasos de mi abuela se acercaban a la cocina, sabía que el tiempo corría en mi contra. Grabé mentalmente algunas partes de esas traducciones porque sabía que si un chico de 9 años había llegado hasta allí, desafiando la gravedad, los regaños y los ratones, era porque de algo me iba a servir. De todo aquello, la frase que más recuerdo y que luego tuve que refrescar fue “Tú no me quieres ahora, pero el tiempo cambiará y un día podré regresar. Tú seguirás ahí”. Según el texto, fue la expresión que un escalador susurró a la montaña, al darse cuenta de que el clima estaba en su contra y debió dejar su misión a mitad de camino.

Aunque el texto habla de un susurro, estoy casi seguro que, más que eso,  fue literalmente un grito a los cuatro vientos. No creo que un montañista  que  se prepara durante meses y hasta  años emita un simple susurro cuando se frustra su meta, una especia de derrota, aunque momentánea.

Y así estábamos ese día en el estadio. No recuerdo si fue en el juego dante Aragua o Trujillanos. Todos estábamos callados en la tribuna viendo como nuestro campeón caía derrotado. Todos susurrábamos, pero con aquellas ganas de que alguien o un chico como el de la montaña gritara a los 4 vientos que el campeón estaba allí. Porque a decir verdad, parecía que no. Ese desgano no es de campeones.

Y siento que nos hacía falta ese chico de la montaña, efusivo en su grito, porque había que recordarles a los jugadores de Estudiantes de Mérida, que fueron o que son los campeones, pero que hoy tenemos una tormenta que nos deja, como a él, a mitad de camino. Porque realmente, el campeonato del torneo apertura es la mitad del camino, queda en nosotros soportar la tempestad o descender, asumiendo una derrota momentánea.

Que no le pase al equipo como a mí, que luego de subir a la troja, mas nunca pude regresar. Por un lado, la suerte de tener la escalera esa mañana más nunca la tuve y por otra, me di cuenta de que mas allá de llegar a una cima, no es sólo llegar, ni mantenerse, como dicen los dichos, sino como hizo aquel chiquillo de 9 años, traerse algo, una frase, una lección, un trofeo o mejor aún, una escueta traducción de que un alma fría y tibia nunca llega a la cima porque no conoció la victoria, ni la derrota, sino que se suban a la troja.

@jesusalfredoSP