Eran
exactamente las 4:50 minutos de un día, un mes y un año cualquiera. Es este
caso no quiero respetar ningún orden cronológico, pero si les comento que era
en época vacacional.
“San
Isidro Labrador, quita el agua y ponga el sol” era un pedido o mantra que los
agricultores de mi pueblo, pregonaban cuando la lluvia arreciaba y dañaba los
cultivos para clamar por un sol radiante. Yo en mi mundo también rezaba para
que este brillara, pero me importaban poco o nada los cultivos, mi único deseo
era que la cancha no estuviera mojada y que mis compañeros llegaran tranquilamente al entrenamiento.
Pero
cada vez que llegaba esa hora, 4:50 PM, tres gotas comenzaban a caer justo
frente a mi ventana como una manera de amenazar mi ilusión y tres minutos
después, las nubes se rompían y rebasaban mi paciencia. La lluvia caía con la
misma intensidad que mi ánimo pero se levantaban mis niveles de frustración y
rabia. Ir a jugar implicaba alegría, mezcla de emociones y la lluvia sólo provocaba
que me mantuviera refugiado en mi casa con el balón y ropa de entrenamiento en
la mano.
Cuando
las nubes, llenas de traición y odio, no se oponían en mis planes a las 5 de la
tarde y por espacio de 120 minutos,
comenzaban nuestras andanzas en la cancha. 8, 9 o 10 chicos mostrando lo mejor
de sí, porque realmente eso es lo que me gusta del fútbol que la mayoría va a
demostrar en cada jugada que es el mejor y tanto emocional como biológicamente
debe tener un significado porque al margen de la derrota, salíamos jubilosos. Pero
en esos días de vacaciones de verano, los 30 días de entrenamiento se diluyeron
a pocos, con la misma proporción que la lluvia arreciaba en el pueblo.
Hace
algunos días y cuando ya ha caído mucha agua en cualquier época vacacional, de
cualquier día, de cualquier año, me escribe Chacho, aquel niño de ciudad con el
que siempre tuve contacto. Chacho me envía un mensaje en el whatsapp y muestra
un emoji de esos que expresan molestia. Honestamente no era sólo un emoji, era
un montón de esas caritas rojas juntas y luego empieza a escribir
desenfrenadamente sin detenerse y sólo con la seguridad de que alguien al otro
lado, es decir yo, lo leía gracias al feedback que dejan las marcas azules de
verificación.
Yo,
sin entender el por qué, me preocupo pero simultáneamente me envía una imagen
que explicaba una teoría que tuve que leer un par de veces para comprenderla “Desde
bajas alturas, por una especie de cañón, sube una corriente que se transforma
en nube y va absorbiendo humedad a su paso. Al llegar a lo alto y cuando hay
enfriamiento, esa nube sufre una descomposición y se produce la lluvia. Este
proceso ocurre a diario y se da generalmente en las tardes o las noches”
Según
Chacho y según el autor de dicha teoría, esto explicaba por qué siempre llovía a la misma puta hora pero
peor aún por qué siempre nos quedábamos sin jugar producto de las mismas. No tuve opción de colocar ese emoji que
expresaba reflexión. Por un momento nos mantuvimos en silencio pero en línea.
Entonces
por fin coincidimos en un emoji, el de la cara llorona. Yo expresaba
frustración porque esta teoría nos amargó unas cuantas tardes, pero a Chacho,
al mismo que no lo dejaban salir sus abuelos sin algún conocido, le amargó las
vacaciones, las únicas en aquel pueblo al cual nunca quiso regresar en épocas
de asueto escolar porque la lluvia siempre caía a la misma hora, del mismo mes
y de un año cualquiera.
@jesusalfredosp