No sé sí
me van a condenar por ser un mal hijo. Les pido clemencia y benevolencia para
que mi camino al cielo sea menos sombrío. Porque después, que maté una gallina
robada a “Mana Challo”, el mayor de mis pecados creo fue hacerle esa jugada a
mi madre aquel día. Menos mal y matar gallinas no es un pecado capital.
Era un
sábado normal, pero previo a un Día de la Madre y a aquel juego donde
buscábamos venganza. Habíamos viajado a Pueblo Llano para celebrar ese día con
mis abuelas. Mi hermano Chelino y yo, en aquel deseo de volver al pueblo lo
hicimos sin reparos y hasta con emoción desenfrenada. Era un viaje para retomar
contacto con amistades de la infancia, visitar primos y tal vez tocar la
pelota, pero el sábado en la noche nos asaltó aquella idea, que hoy lamento.
Antes de
la medianoche, nos empezamos a rascar la cabeza, y ver las posibles opciones,
pero más allá de eso, las posibles excusas. Le dimos el Feliz Día a las 11:59 y
de inmediato, sacamos fuerzas para decirle que tenía una tarea de matemática
que ameritaba mi atención para el día lunes, que sino la presentaba seguro
perdería cualquier opción de aprobar el curso. Entre extrañeza y cierto grado
de tristeza o duda, mi madre no puso objeción, a pesar de que sus hijos menores
viajarían 4 horas de regreso a Mérida totalmente solos.
Buscamos
los modos para irnos y la mejor manera de hacerlo fue a las 6 am en el bus. De
hecho, no era la mejor, era la única forma de irnos y llegar al juego
programado en el Soto Rosa a las 11 am. Y ese juego además de ser de
Estudiantes de Mérida, tenía un ingrediente adicional, el visitante era
Marítimo de Venezuela, una de las glorias de aquellos años 90.
Pero
además de ser una gloria, teníamos una espinita con el Acorazado Auriverde,
como le llamaban. En el juego de ida que se había realizado en Caracas, meses
antes, la cancha fue invadida por la fanaticada del equipo capitalino y habían
golpeado a algunos jugadores incluyendo al DT Esteban Beracoechea.
Así que,
más allá del deseo de bajar a Marítimo del primer lugar, era saciar un poco de
venganza. Decir que íbamos a invadir la cancha era complicado porque desde la
taquilla se notaba la presencia policial hasta para entrar al baño. También
desde la JD, habían hecho llamados a la calma. No queríamos que nos cerraran la
cancha como les pasó a ellos por esa acción, quienes debieron jugar un par de
encuentros en Valencia.
Llegado
el domingo, el Día de las madres y el juego, nosotros casi que empujábamos el
bus para que aumentara su velocidad, pero todo era infructuoso. Como yo los
conocía a todos porque mi papá hacia el mismo trabajo, nos tocó con el Sr
Ramon, el más lento de todos los chóferes. Era el típico chofer que cuando le
sacaban la mano se detenía cinco minutos a informar que no llevaba puesto. Con
ese ritmo, perdimos más tiempo que una abuela en muletas.
Con un
retraso de 15 minutos, nos apostamos en la principal y obvio que de inmediato
notamos los ánimos caldeados. Algunos foribundos hinchas lanzaban improperios
contra los del Marítimo que, no les puedo mentir, tenían un equipazo. Pero,
quizás por el hecho de ser día de la madre, muchos se contuvieron porque con la
promo, “Las Madres entran gratis” sobraban la gran cantidad de mujeres en el
estadio. Pensé en aquel momento que, la JD se había inventado esa jugada para
apaciguar los ánimos.
Marítimo
dominaba el partido. Tenía a un delantero uruguayo Mouro, quien luego jugó en
el Panatinaicos de Grecia, que manejaba ese equipo como le daba la gana y
nosotros su víctima predilecta, pero una llegada por la izquierda del
colombiano William Ruiz intenta bañar al arquero Nikolak (QEPD) con el centro
al segundo palo, donde apareció Oswaldo Palencia para reventar la tribuna y
colocar el 1 a 0.
Era uno
de esos partidos que parecía no finalizar al minuto 90. La gente se quedó en
las tribunas con sed de venganza, aunque no pasó de algunos insultos a
jugadores y cuerpo técnico. Recuerdo a Hebert Márquez, esquivando botellazos al
estilo agente 007. Lentamente los fanáticos con sus esposas y madres se fueron
alejando del estadio a celebrar el Dia de Madre.
Yo
regreso a casa con mi hermano y todo el día anduve divagando por la casa
imaginando celebraciones con mi mamá. Por momentos sentí arrepentimiento de
haber inventado una tarea y venirme a un juego sin importarme si ella estaba
con su hijo “favorito”. En la noche y mientras digería mi frustración de aquella
venganza, aquella derrota y aquella invasión a la cancha, llega mi madre del
viaje y me pregunta por la tarea de matemática, la excusa del viaje.
Mi madre
como buena docente me pidió el cuaderno para ver los apuntes y notó que no
había resuelto nada. Lo importante no es el procedimiento sino el resultado,
aunque fue un triste empate a un gol, pero que al menos Palencia había anotado
de cabeza. Ese año, por cosas de la vida, llevé Matemática a reparación en el
peor regalo que le di a mi abnegada madre docente. ¡Lo siento madre!