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sábado, 26 de diciembre de 2020

El milagro de Navidad

 

No es que Yeizón, fuera ateo, pero el mismo día en que hizo la Primera Comunión estaba jugando con un trompo y sacándole la madre a los que le ganaban. Cero sumisiones ante el nuevo sacramento recibido y desde ese día más nunca se confesó, solo después de la caravana del equipo una década después, que ante las preguntas airadas de su abuela no tuvo más opción que revelarlo.

Solo la victoria era suficiente, pero el tema era que Monagas, el rival de turno, también podía alcanzar el campeonato, de hecho, tenía más chances que Estudiantes de Mérida porque un empate les daba el título. No había opción, la misión era ganar y el Soto Rosa a reventar fue el feudo donde se libró aquella decembrina batalla, la última del año.

Cada quien sacó de su repertorio las mejores cábalas, hasta eso era necesario porque el rival traía a figuras como el juvenil “Maestrico” González, el arquero Botinni, el goleador Acuña, dirigido por dos merideños, Eduardo Borrero y Alí Cañas. Estudiantes, tenía a otro juvenil como Leo Vielma y los ya consagrados “Chuy” Vera, Ruberth Morán, Hernán Raíces, todos dirigidos por “Sachi” Escobar.

El equipo venía de sumar un triunfo ante Deportivo Galicia de visitante 3 a 1 y Monagas ante Caracas 2-0 en Maturín, así que la última semana del torneo se definiría en Mérida, el 16 de diciembre de 2001, para asegurar el campeonato y no sólo una Feliz Navidad si no una Navidad feliz, como muchas anteriores en aquella época. Yeizón, en su deseo colectivo de campeonar aquel domingo, recordó aquellos sacramentos y decidió que era una semana para sumergirse en lo religioso e implorar al todo poderoso para alcanzar la gloria.

Sencillo en mano, sale corriendo previo al juego a la bodega de la esquina y con la misma velocidad de Ruberth Morán para estar a tiempo en el estadio, regresa a su casa. Dribla los muebles, la mesa del desayuno y agarra unos fósforos. Se va corriendo, ya apurado por la hora, y buscando ayuda divina se estaciona frente al pesebre con el nacimiento de plástico. Enciende un velón blanco, une sus manos en señal de oración y le implora al niño Jesús que interceda por el equipo, la victoria era necesaria. ¡Dios mío ayúdanos! Espetó, y se levantó corriendo.

Yeizón, se va al juego, uno de los más concurridos en el mítico Guillermo Soto Rosa, y empieza a disfrutar de los cánticos. El llenazo y colorido de las gradas contrastaba con las vitrinas de Monagas que sin embargo llegaron con el firme deseo de lograr su primer torneo en primera división, aunque irónicamente jugaron de amarillo y verde como El Vigía.  Pero Leonel Vielma de tiro libre y Ruberth Morán se encargaron de darle el triunfo al académico y la alegría a la ciudad.

Mientras celebraba con caravanas por las calles, recordó aquel velón, recordó aquella semana de semi santidad incluyendo profunda castidad, recordó que incluyó intentar rezar todas las noches con el librito de la primera comunión, recordó aquella última súplica previo al juego, pero la algarabía del triunfo le borró la santidad y volvió al jolgorio, a la fiesta de celebración.

Al llegar tarde a su casa, con la camiseta, los ojos y los cables volteados, con aquel olor a ebriedad, su abuela doña Rosa le increpa sobre la hora, pero entendió su momento. Lo deja pasar sin más recriminación que su cara seria, se le acerca tapándose la nariz y le pregunta. ¿Por qué le pusiste una vela al pesebre, al nacimiento?

Yeizón, no ve mejor oportunidad de ganar los puntos perdidos recientemente con su abuela rosita, conocida en la familia por su devoción católica. La abraza en contra de su voluntad, y le dice que era fiel devoto del niño Jesús. Él creyendo haberse redimido, haber logrado el camino al cielo, la mira sonriente y rebosante de alegría.

Ella lo abraza, se suelta la carcajada y le dice, “hijito, pero el niño no ha nacido, aún no es Navidad”. Él, la mira extrañado como retomando la sobriedad y le dice “No es cierto abuela, Estudiantes es campeón, él me hizo el milagro, él está vivo” desde aquel día, Yeizón volvió a creer en el niño Jesús y desde hace algunos años se le ve colocando dos velas, una para el niño Jesús y otra para doña Rosa.

 

lunes, 5 de octubre de 2020

El formulario peruano

Cada vez que se encienden y empiezan a vibrar las turbinas de un avión, se encienden sueños y esperanzas pero también vibran las emociones y los deseos. Cada vez que veo esas caras en el despegue, sé que más nunca volverán a ser las mismas, porque el destino los cambiará, algo va a cambiar, por eso en aquel avión no iban sólo pasajeros, iban almas con un firme deseo, con un firme sueño.

El primer intercambio entre quien viaja y el lugar de destino, es el formulario de admisión que plasman 400 preguntas para obtener 400 respuestas, pero en este avión, un formulario arrojaría 399 respuestas y la otra era un sueño, no sólo el de un jugador, el de una ciudad. Divagar en las respuestas es darle motivos de rechazo a migración, por eso, la precisión como los penaltis de Rivas Gamboa es necesaria, cualquier pifia crea dudas.  

Algunas preguntas tienen que ver con la psicoterapia, otros seguramente con las regulaciones nacionales. Perú por ser un país con un desarrollo turístico de buen nivel, protege que sus recursos arqueológicos no sean ultrajados por visitantes, así que sus protocolos en el control de ingresos son estrictos.

Unos papelitos azules empezaron a circular repentinamente entre la plantilla de jugadores de Estudiantes de Mérida quienes viajaban al duelo ante Alianza de Lima peruano, un duelo de “equipos del pueblo”. Esos papelitos azules, llamados formularios debían ser completados sin errores por cada jugador previo al desembarque y ser entregados a Inmigración peruana.

Como es normal, la mayoría de los jugadores llevaba en su maleta, guayos, canilleras, indumentaria personal y algunos portaban  una estampita de la virgen para canalizar ese apoyo divino, pero nadie, ninguno de ellos llevaba lapicero para completar los formularios. El integrante del equipo de prensa debió distribuir sus tres lapiceros, lo cual ayudaba pero acarreaba lentitud en el proceso.

Surgían inquietudes entre los jugadores acerca de las preguntas y compartir respuestas fue la solución para evitar inconvenientes. La última pregunta, las que generalmente olvidamos luego de aquel rosario de cuestionamientos, la que la mayoría consideró intrascendente, la de las letras pequeñas,  rezaba ¿Cuál es su motivo de viaje?

Todos establecieron respuestas de acuerdo al guion, pero el último jugador cuando se vio rezagado y solo en el avión, apurado por la cara de “cuxx” de la azafata, respondió de forma rápida y sin copiarse la respuesta, que el motivo de su viaje no era deportivo, ni salud, ni turístico.

El motivo del viaje en aquel formulario estuvo a punto, a segundos de ser real, preciso  y premonicioso hasta el minuto 94 con el gol del empate, cuando un funcionario se dio cuenta que el mismo había sido recibido, sellado y sin corregir por una funcionaria de fanática del rival aliancista, Universitario de Deportes, quien había escrito en letras mayúsculas la palabra “suerte” luego de leer que el motivo del viaje de aquel jugador era ganarle a Alianza por la quinta fecha de Copa Libertadores.

 

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@jesusalfredoSP


sábado, 26 de septiembre de 2020

Adiós Angelucci adiós

Los primeros gritos del pasapelotas detrás del arco fueron “déjala pasar Angelucci”, el primer grito fue tímido y nadie lo tomó en cuenta. Luego y de manera repetida y elocuente empezó a gritarle “Angelucci eres malo” así como un sinfín de calificativos que evitaban tranquilidad y concentración del arquero del Unión Atlético Maracaibo durante el partido.

Ese equipo de alto presupuesto no podía perder, venía trabajando y consiguiendo excelentes resultados de la mano del DT “Carlitos” Maldonado. En ese momento tenía tres juegos seguidos ganando, sin recibir gol y peleando los primeros lugares. Estudiantes de Mérida, los recibía ese domingo en el Soto Rosa con la dura misión de ganar, ¡sea como sea!.

El jugador de Estudiantes de Mérida, el uruguayo Bryan Aldave, que llegó a compartir camerino con la estrella Alexis Sánchez en el futbol chileno, se cuela entre Bovaglio y creo que “El Patón” González para vencer a uno de los mejores arqueros de Venezuela y anotar el gol que llena de jolgorio las tribunas a reventar del estadio Soto Rosa de Mérida. 

Con la agria sensación de sentirse abajo en el marcador, de que le rompieran el invicto y de ver peligrar el primer lugar del torneo, Angelucci busca a quien responsabilizar del gol, esa mala maña de buscar responsables, pero ¿Cómo podía responsabilizar a una defensa que lo tuvo por semanas invictos? entonces voltea y ve detrás del arco, al pie de la arquería, a aquel chico de camiseta rojiblanca sonriente de forma maquiavélica muerto de la risa, aún celebrando y hasta atribuyéndose participación en el gol.

El portero, acude al árbitro para señalarlo, pues rompía los protocolos del “fairplay” y éste da indicaciones para que lo saquen. El pasapelotas puso cara de angelito para reflejar inocencia buscando beatificación, y también cara de desconcierto para evitar que lo sacaran. Trató de negar su mal proceder y en ese instante el público en pleno empieza una silbatina burlesca.

Los de seguridad empiezan a corretearlo y mientras eso ocurría este empieza a gritar adiós Angelucci adiós, muerto de la risa, no sólo buscando el apoyo del público si no el prometido choripán por parte de la barra Los Saltamontes, quienes lo levantaron a hombros luego de la victoria académica.

jesus.sntg@gmail,com

martes, 2 de junio de 2020

Nikolac, y el vaso de leche escolar


Aunque mis cuentos demuestro pasión y clase, la verdad es que el único equipo en el que fui estrella, se llamó UNIDERIA (Unión Deportivo de Ría) un equipo con un apego personal majestuoso, con un estadio de primer mundo, una afición delirante y apasionada, con una final tan misteriosa como su desaparición y su historia.

Pero UNIDERIA está entre el deseo y el subconsciente, entre la realidad y la imaginación, entre alucinaciones y confesiones, entre sueños y despertares, pero hoy no estoy para eso, hoy estoy para desentrañar una confesión más, porque eso son los cuentos, deseos, frustraciones, confesiones personales, y en el orden real de las cosas, mi mejor posición fue ser portero aunque hable de goles y jugadas de jugadores envidiables.

No fue porque quise ser portero, fue porque así lo marcó el destino. Cuando salí tarde del salón de clases a buscar el vaso de leche escolar, tuve que hacer la cola dos veces porque la profesora Maigualida me agarró por las orejas cuando me había coleado. No era que quería colearme, era que si llegábamos tarde al pastizal, se corría el riesgo de no entrar en la partida de fútbol del recreo. Y ese día, gracias a la “vieja Maigua” como le dije a partir de ese momento, Pachi,  el caraqueñito del pueblo me condenó a jugar atrás, a ser portero.

No tuve tiempo de arrecharme, me pare entre las dos piedras y de una me llegó el “shoot” de William, que tenía una pegada  y un carácter de pocos amigos. Pero a partir de ese momento, siempre tenía un lugar asegurado en la portería y día tras día, iba siendo más arriesgado, atrevido y puliendo cualidades.

Entonces dejé de mirar Maradonas, Zicos, Platinies y esos fenómenos en pleno México 86 y empecé a ver quién porteaba, quien sacaba los balones. Y es difícil porque a esa edad todos quieren marcar goles, driblar de mitad de cancha, pero nadie quiere ser linier, ni árbitro y uno que otro loco quiere ser portero.

Entonces, con la ausencia de medios masivos para el fútbol venezolano, empecé a empeñarme, a aportar por la testarudez, a ser terco en conocer sobre los porteros venezolanos. Y aunque no era fácil porque sólo el diario Frontera de Mérida llegaba a mi pueblo, empezó a aparecer un tal Baena y un tal Nikolac. Y me quedé con ellos, con el primero más que con el segundo porque sonaba arriesgado, el otro, el tal NikoLAC me sonaba a una marca de leche,  y me hacía recordar el halón de orejas de “La vieja Maigua”.

Cuando me mudé a la ciudad y comencé a ver fútbol profesional, mi mayor atracción eran los arqueros, aunque mis recreos de gloria ya habían pasado de manera fugaz y sólo me servían para comer empanas y chichas de la señora Livia, la mamá del caraqueñito de la clase. Para los juegos me guie por un suplemento que en cada página publicaba los juegos del equipo local y el visitante con sus posibles formaciones.

Había tres juegos que tenía en mente desde el principio. Mineros por Baena, Táchira por Francovig y Marítimo por Nikolac. A Baena y Francovig los vi sentado desde la tribuna lateral, pero cuando vino Marítimo, llegué tarde nuevamente como el día de la “Vieja Maigua” y me mandaron para atrás, a la curva, a donde muchos no les gusta porque no se ve bien. 

Cuando sale Marítimo, el primer en pisar la cancha fue Nikolac y se fue corriendo precisamente a la portería cercana a la curva. Cuando comenzó el partido, ese no era un portero cualquiera, era una versión profesional de aquel chiquillo de cuarto grado, atrevido, arriesgado pero con las cualidades pulidas que sacaron de la cola por querer cortar caminos buscando un vaso de leche escolar.


Jesus.sntg@gmail.com

domingo, 5 de abril de 2020

Un científico en Estudiantes

Estoy casi seguro de que sí al científico Issac Newton le hubiese gustado el fútbol, él como técnico hubiese diseñado un juego fluido y de toque al estilo “tiqui taca” con el cual hubiese puesto fin a la revolución científica. Los juegos hubiesen culminado con resultados de 20 a 10, 15 a 40 y un partido cerrado y aburrido hubiese sido un 11 a 10 o 9 a 8. En caso de empate, calcular el seno y coseno hubiese sido la salvación. No podría dudar que Newton  hubiese sido el Ferguson del equipo galáctico de la época y posteriormente se hubiese ido molesto y despeinado a jugar en el equipo archirival. Usando la teoría de la Ley de Gravitación Universal hubiese propuesto un nuevo estilo de juego manipulando los cuerpos de los jugadores para que los suyos sacaran mejor partido de la Fuerza y la Masa.

Entonces bajo estos preceptos, la Masa que es la cantidad de materia que posee un cuerpo, bien sea sólida, líquida o gaseosa, hubiese jugado un papel de suma importancia en el nuevo esquema futbolístico porque un jugador podría ejecutar un disparo de larga distancia y evaporarse a alcanzar el balón para finalizar la jugada. En caso de que todo hubiese sido errático como aquellos delanteros que no logran definir, bien podría regresar sacando el mejor provecho de que la velocidad es la distancia sobre el tiempo (v=d/t) y alcanzar el punto de congelación una vez en zona defensiva para plantar una muralla y evitar goles. Entonces esta última jugada hubiese provocado que los fanáticos lanzaran a la cancha bengalas de fuego con el firme deseo de propiciar un descongelamiento de la defensa a lo cual Newton no le tenía respuesta inmediata.

Tampoco hubiese tenido respuesta de por qué un delantero, vive de momentos, de goles, porque es interesante como el jugador cuando hace un gol se siente y se sienta en una cima emocional que le permite ver, desde esa altura, todos los espacios que deja la defensa y logra observar en el fondo a un arquero, pequeño, sumiso, casi invitándolo a que no dispare el balón porque no podrá defender su arco.

Siendo técnico de fútbol, Newton seguramente hubiese buscado otras experiencias y retos. Como su ego lo fortalecía con los grandes desafíos, seguramente hubiese venido al fútbol venezolano. No me hubiese extrañado que iniciara el camino que siglos después trazara Alexander Von Humboldt en escoger a Mérida como su centro de operaciones. Entonces se hubiese colocado los cimientos del fútbol merideño que hoy preponderan en el fútbol local y profesional, el de tener la pelota, salir jugando, ser un equipo aguerrido aplicando para eso su segundo precepto, la Ley de la interacción y la fuerza o lo que los románticos llamamos pasión.


No hubiese jugado con la formación  4 - 4 - 2 ni 3 - 4 - 3, pues usando la Ley de Gravitación Universal,  F= G (m1 m2)/  se hubiese dado cuenta que ese equipo blanco y rojo tendría un camino de altos (m1) y bajos (m2), pero siempre constante que la hubiese denotado con la letra G de la fórmula anterior que no es otra cosa que la Constante de Gravitación Universal y hoy formara parte no sólo de las grandes academias científicas y universitarias del mundo, sino que encabezara el logo del 50 aniversario de otra academia, la de Estudiantes de Mérida.

@jesusalfredoSP

viernes, 27 de marzo de 2020

La revancha de Ernesto

Entro a la iglesia, y como si fuera una palabra de bienvenida, una señora dice en voz baja. !Sí, hoy le toca al padre Ernesto! Entonces me di cuenta de que ya Ernesto estaba en otra faceta. Cuando recibí su llamada esa mañana no lo creía, por eso fui, porque ese dicho de “ver para creer”, era necesario en ese momento. ¡Hoy es mi primera Homilía! Me dijo, y de inmediato me invita a su primera misa, su flamante debut.

Yo sabía que él estaba en el camino de servir a Dios y aunque  su madre  decía, ¡hay muchas maneras de servirle! Ernesto, tomó la decisión de hacerlo de manera formal, de padre, de cura, de ministro de la iglesia. Dejó de lado muchos sueños, incluyendo el fútbol y Mayrita, su amor adolescente y la preferida de su mamá, doña rosita.

Salió de la sacristía con aquella emoción, esperando que ambas, sus amigos y familiares estuviéramos allí como ese juego de la final cuando los llamó a todos porque él decía que el equipo San Pedro, nuestro equipo,  necesitaba de todos sus apóstoles en la tribuna y su carisma, con acuso telefónico incluido, ayudó a que esta no quedara vacía.

Y Ahí estaba yo, en primera fila, sentado en la banca de la iglesia, banqueado como aquel día de la final. Y desde allí era más que elocuente y palpable su pasión, no sólo por su religión sino por la pelota.

Él siempre llegaba una hora antes, celebraba los goles como nadie, sudaba la camiseta hasta la última exhalación del pito arbitral, defendía cada pelota con vehemencia y si era necesario le metía el puño a quien agrediera a sus compañeros.

Su ímpetu nos daba fuerzas a todos, por eso ese día lo buscaron, lo provocaron y lo hicieron pecar con un súbito golpe al portero del equipo rival que ameritó la expulsión. Eso lo marcó, porque no pudimos levantar la copa. Él asumió toda la culpa en contra de nuestra negativa, sólo Dios sabe cuánto sufrió ese chico aquella tarde, sólo puedo decir que fue la primera vez que vi caer una lágrima al piso, incrustada justó donde estaba la banca se suplentes, nadie lo pudo mover.

Sin duda era un tipo con mucha pasión y le gritó al árbitro, que curiosamente era su padrastro, el esposo de Doña Rosa, justo después de ser expulsado “El fútbol de revanchas, la vida da revanchas”.

Mientras Ernesto realizaba la prédica, fui recordando minuto a minuto lo que ocurrió ese día y empecé a preguntarme ¿Qué hubiese pasado si no lo hubiesen expulsado? ¿Hubiese aprovechado Ernesto ese contra ataque en el cual nadie apareció? ¿Hubiese sacado provecho del 1.75 cm de estatura  para despejar el balón en ese fatídico tiro de esquina en contra?


Y justo antes de levantar el cáliz al cielo, siguiendo el curso de la ceremonia milenial, la copa donde posan las hostias y el vino de consagración, agacha la cabeza en reverencia a Dios, se queda en silencio por un largo rato, abre los ojos y ve su mamá rosita, a mayrita, a mí, a otros amigos y familiares. Observa  la iglesia llena,  a reventar y a su padrastro en la última fila, entonces se deja llevar por los cantos gregorianos y su cara empieza a dibujar una sonrisa de campeón, como si hubiese tenido una regresión y anotado el gol en ese contraataque, o despejado aquel cabezazo que sentenció el juego. Y, con aquella pasión alza su cara rebosante de alegría, y lentamente empieza a levantar el cáliz, imaginándose aquel trofeo que le fue esquivo, que le fue negado, que siempre soñó.

@jesusalfredosp

lunes, 10 de febrero de 2020

El papel de la tribuna

A final de cuentas, el triunfo queda en las estadísticas y la tabla de posiciones. Pero dónde queda la señora que estaba mirando el juego y que se desmayó? No pude entender la parsimonia del chico que tenía a su lado y que seguramente era el familiar más cercano que se encontraba con ella.

Es de esas señoras que frecuentan el estadio, sin necesidad de alardear del equipo, sin llevar la camiseta, pero tiene siempre la esperanza de ver ganar el equipo. Ya la he visto en algunas oportunidades y sólo la observo con  detenimiento. No habla, ni para insultar al árbitro, ni para decir, nos salvamos, pero inconteniblemente mueve sus labios como queriendo hablar y como si algo más fuerte que su pasión, tal vez la educación o la religión se lo impidiera.

Y esos labios, no paraban de contenerse en el primer tiempo, cuando el equipo, a pesar de su dominio, no podía concretar el gol. Uno que estaba cerca de ella profanaba gestos y palabras contra el árbitro y contra algunos jugadores que por pasajes, fungían ser talentosos, pero que no lo mostraban. No sé si eso le incomodaba, pero no emitía gesto alguno.

El chico, medio la acomodó en el piso cuando empezó a desvanecerse y salió como corriendo. Algunos le criticaron que se limitó a sobreponerla acostada, otros lo tildaron irónicamente de héroe. Me dije seguramente fue a buscar un medicamento contra algún tipo de anormalidad, pero no regresó en los próximos minutos, así que asumí que su trayecto en busca de auxilio fue más largo.

Cuando ella volvió en sí, quienes la rodeaban le preguntaron cómo se sentía. No emitió palabra alguna, pero la sonrisa hizo entender que su estado de salud momentáneo era estable. Algunos intentaron aconsejarla de acudir a los paramédicos que estaban en la cancha, pero ella asumió normalidad y el resto, le respetó su firme y seca decisión.

 Minutos luego, cuando ya el marcador favorecía al equipo académico, vuelve el chico y le entrega un papel. Ella lo mira y le hace señas de sordomudo. Entonces comprendimos que a quien minutos antes habíamos juzgado, no tenía la capacidad de comunicarse verbalmente. Al principio, nos quedamos observándolos y una sonrisa mutua entre ellos dos, nos dio a entender que no había ningún tipo de recriminaciones.

Al final del juego, caminé hacía donde se encontraban minutos antes la madre y su hijo. No lo digo porque lo asumí, sino porque encontré entre tanta basura y papelillo, el papel medianamente arrugado que decía “mamá, la cábala de la buena suerte, regreso con el gol, Yo soy el de la mala suerte Je je. Finge el desmayo para que el borracho ese deje de insultar a los jugadores y a mi hermano, él es nuestro gran héroe”.

La Cábala había funcionado una vez más, aquella magistral actuación, digna de un Oscar de la Academia, desencadenó los goles que dieron una nueva victoria al equipo de sus amores, más allá de seguir mordiéndose los labios hasta el pitazo final, no fue necesario un nuevo desmayo ni un nuevo papel, la medicina había surtido efecto, el bálsamo del gol, levantó de nuevo la ilusión de aquella mujer.

@jesusalfredoSP