No es que Yeizón, fuera ateo, pero el mismo día en que hizo la Primera
Comunión estaba jugando con un trompo y sacándole la madre a los que le ganaban.
Cero sumisiones ante el nuevo sacramento recibido y desde ese día más nunca se
confesó, solo después de la caravana del equipo una década después, que ante
las preguntas airadas de su abuela no tuvo más opción que revelarlo.
Solo la victoria era suficiente, pero el tema era que Monagas, el rival de
turno, también podía alcanzar el campeonato, de hecho, tenía más chances que
Estudiantes de Mérida porque un empate les daba el título. No había opción, la
misión era ganar y el Soto Rosa a reventar fue el feudo donde se libró aquella
decembrina batalla, la última del año.
Cada quien sacó de su repertorio las mejores cábalas, hasta eso era
necesario porque el rival traía a figuras como el juvenil “Maestrico” González,
el arquero Botinni, el goleador Acuña, dirigido por dos merideños, Eduardo
Borrero y Alí Cañas. Estudiantes, tenía a otro juvenil como Leo Vielma y los ya
consagrados “Chuy” Vera, Ruberth Morán, Hernán Raíces, todos dirigidos por
“Sachi” Escobar.
El equipo venía de sumar un triunfo ante Deportivo Galicia de visitante 3 a
1 y Monagas ante Caracas 2-0 en Maturín, así que la última semana del torneo se
definiría en Mérida, el 16 de diciembre de 2001, para asegurar el campeonato y
no sólo una Feliz Navidad si no una Navidad feliz, como muchas anteriores en
aquella época. Yeizón, en su deseo colectivo de campeonar aquel domingo,
recordó aquellos sacramentos y decidió que era una semana para sumergirse en lo
religioso e implorar al todo poderoso para alcanzar la gloria.
Sencillo en mano, sale corriendo previo al juego a la bodega de la esquina
y con la misma velocidad de Ruberth Morán para estar a tiempo en el estadio,
regresa a su casa. Dribla los muebles, la mesa del desayuno y agarra unos
fósforos. Se va corriendo, ya apurado por la hora, y buscando ayuda divina se
estaciona frente al pesebre con el nacimiento de plástico. Enciende un velón
blanco, une sus manos en señal de oración y le implora al niño Jesús que
interceda por el equipo, la victoria era necesaria. ¡Dios mío ayúdanos! Espetó,
y se levantó corriendo.
Yeizón, se va al juego, uno de los más concurridos en el mítico Guillermo
Soto Rosa, y empieza a disfrutar de los cánticos. El llenazo y colorido de las
gradas contrastaba con las vitrinas de Monagas que sin embargo llegaron con el
firme deseo de lograr su primer torneo en primera división, aunque irónicamente
jugaron de amarillo y verde como El Vigía.
Pero Leonel Vielma de tiro libre y Ruberth Morán se encargaron de darle
el triunfo al académico y la alegría a la ciudad.
Mientras celebraba con caravanas por las calles, recordó aquel velón,
recordó aquella semana de semi santidad incluyendo profunda castidad, recordó
que incluyó intentar rezar todas las noches con el librito de la primera
comunión, recordó aquella última súplica previo al juego, pero la algarabía del
triunfo le borró la santidad y volvió al jolgorio, a la fiesta de celebración.
Al llegar tarde a su casa, con la camiseta, los ojos y los cables
volteados, con aquel olor a ebriedad, su abuela doña Rosa le increpa sobre la hora,
pero entendió su momento. Lo deja pasar sin más recriminación que su cara
seria, se le acerca tapándose la nariz y le pregunta. ¿Por qué le pusiste una
vela al pesebre, al nacimiento?
Yeizón, no ve mejor oportunidad de ganar los puntos perdidos recientemente
con su abuela rosita, conocida en la familia por su devoción católica. La
abraza en contra de su voluntad, y le dice que era fiel devoto del niño Jesús.
Él creyendo haberse redimido, haber logrado el camino al cielo, la mira
sonriente y rebosante de alegría.
Ella lo abraza, se suelta la carcajada y le dice, “hijito, pero el niño no
ha nacido, aún no es Navidad”. Él, la mira extrañado como retomando la
sobriedad y le dice “No es cierto abuela, Estudiantes es campeón, él me hizo el
milagro, él está vivo” desde aquel día, Yeizón volvió a creer en el niño Jesús
y desde hace algunos años se le ve colocando dos velas, una para el niño Jesús
y otra para doña Rosa.