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martes, 2 de junio de 2020

Nikolac, y el vaso de leche escolar


Aunque mis cuentos demuestro pasión y clase, la verdad es que el único equipo en el que fui estrella, se llamó UNIDERIA (Unión Deportivo de Ría) un equipo con un apego personal majestuoso, con un estadio de primer mundo, una afición delirante y apasionada, con una final tan misteriosa como su desaparición y su historia.

Pero UNIDERIA está entre el deseo y el subconsciente, entre la realidad y la imaginación, entre alucinaciones y confesiones, entre sueños y despertares, pero hoy no estoy para eso, hoy estoy para desentrañar una confesión más, porque eso son los cuentos, deseos, frustraciones, confesiones personales, y en el orden real de las cosas, mi mejor posición fue ser portero aunque hable de goles y jugadas de jugadores envidiables.

No fue porque quise ser portero, fue porque así lo marcó el destino. Cuando salí tarde del salón de clases a buscar el vaso de leche escolar, tuve que hacer la cola dos veces porque la profesora Maigualida me agarró por las orejas cuando me había coleado. No era que quería colearme, era que si llegábamos tarde al pastizal, se corría el riesgo de no entrar en la partida de fútbol del recreo. Y ese día, gracias a la “vieja Maigua” como le dije a partir de ese momento, Pachi,  el caraqueñito del pueblo me condenó a jugar atrás, a ser portero.

No tuve tiempo de arrecharme, me pare entre las dos piedras y de una me llegó el “shoot” de William, que tenía una pegada  y un carácter de pocos amigos. Pero a partir de ese momento, siempre tenía un lugar asegurado en la portería y día tras día, iba siendo más arriesgado, atrevido y puliendo cualidades.

Entonces dejé de mirar Maradonas, Zicos, Platinies y esos fenómenos en pleno México 86 y empecé a ver quién porteaba, quien sacaba los balones. Y es difícil porque a esa edad todos quieren marcar goles, driblar de mitad de cancha, pero nadie quiere ser linier, ni árbitro y uno que otro loco quiere ser portero.

Entonces, con la ausencia de medios masivos para el fútbol venezolano, empecé a empeñarme, a aportar por la testarudez, a ser terco en conocer sobre los porteros venezolanos. Y aunque no era fácil porque sólo el diario Frontera de Mérida llegaba a mi pueblo, empezó a aparecer un tal Baena y un tal Nikolac. Y me quedé con ellos, con el primero más que con el segundo porque sonaba arriesgado, el otro, el tal NikoLAC me sonaba a una marca de leche,  y me hacía recordar el halón de orejas de “La vieja Maigua”.

Cuando me mudé a la ciudad y comencé a ver fútbol profesional, mi mayor atracción eran los arqueros, aunque mis recreos de gloria ya habían pasado de manera fugaz y sólo me servían para comer empanas y chichas de la señora Livia, la mamá del caraqueñito de la clase. Para los juegos me guie por un suplemento que en cada página publicaba los juegos del equipo local y el visitante con sus posibles formaciones.

Había tres juegos que tenía en mente desde el principio. Mineros por Baena, Táchira por Francovig y Marítimo por Nikolac. A Baena y Francovig los vi sentado desde la tribuna lateral, pero cuando vino Marítimo, llegué tarde nuevamente como el día de la “Vieja Maigua” y me mandaron para atrás, a la curva, a donde muchos no les gusta porque no se ve bien. 

Cuando sale Marítimo, el primer en pisar la cancha fue Nikolac y se fue corriendo precisamente a la portería cercana a la curva. Cuando comenzó el partido, ese no era un portero cualquiera, era una versión profesional de aquel chiquillo de cuarto grado, atrevido, arriesgado pero con las cualidades pulidas que sacaron de la cola por querer cortar caminos buscando un vaso de leche escolar.


Jesus.sntg@gmail.com