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domingo, 20 de junio de 2021

La penalti de Cheche

Cuando Cheché cae al suelo, el árbitro tuvo dos opciones: O dejar pasar la jugada o decretar  el tiro penal. pero silbato suena de una manera estruendosa, como si fuera algo Divino.

Extrañamente todo queda en silencio. Pensó que el ruido del silbato lo había ensordecido. Siente que el tiempo se paraliza, que se detiene. La gente deja de sonar, las tribunas de gritar, ni se mueven. Las banderas de las barras quedan flageladas cómo si el viento no corriera y la gravedad hubiese desaparecido.

Mira con desconcierto y sin entender se dirige a sus compañeros para buscar respuestas entonces se da cuenta de que sus compañeros están también estáticos, congelados, petrificados algunos con expresiones faciales de alegría y reclamo espantoso como pidiendo aquel tiro penal.

Le aturde el silencio, jamás había sentido tanto pavor al mutismo, ni el sonido del viento dejaba huella de vida. Pensó que aquella patada había sido su sentencia de muerte.

Empieza afanosamente a caminar por la cancha, con la sangre caliente como única prueba de vida. El sonido del pasto mientras caminaba, rompía el aterrador silencio. Mira su reloj como queriendo medir el tiempo y se da cuenta que siempre corre, que nunca se detiene.

Lleno de incógnitas, escepticismo y duda. Abrumado, confundido corre camino a  casa cerca de la cancha. Todo sigue en silencio, ni el viento, ni la gélida brisa, ni el bar de la esquina rompe la monotonía. Sólo el tosco sonido de sus guayos estimula los oídos y lentamente abre la puerta de su casa.

Desde la sala resplandece una pantalla que inunda ese terruño familiar al cual le ha fallado y camina hacia ella lentamente. Observa en el mueble frente al televisor a su esposa, a Nené e Isa, sus pequeños hijos. El “shhh”  que demanda silencio le señala que la atención está centrada en la pantalla. Nené lo abraza, ama ver películas en familia, con cotufas, refresco, es su mejor plan para cualquier día y cualquier hora. Pero Cheché siempre falta, nunca puede, no le gusta y Nené lo extraña, lo extraña siempre.


Se mete en el sofá y aunque todos están atentos a la secuencia de la película, lo reciben, lo abrazan y aquel calor familiar que sentía olvidado, vuelve y vuelve pleno. Se cuestiona su permanente ausencia hasta que alguien le  lastima la herida del posible penal, entonces se levanta y regresa a la cancha a explicar su ausencia.

Pero se da cuenta de que todo sigue intacto, que nada ha cambiado, que todos siguen flagelados y congelados. Mira el reloj y nota que el tiempo se paralizó aunque juraría que estuvo al menos una hora en casa.

De repente un sonido ensordecedor acaba con aquel momento y paulatinamente empieza a escuchar el bullicio, el defensa le increpa que no lo había tumbado, le grita que se levante, los fanáticos piden la falta y empiezan a hondear sus banderas llenos de ira. El referí se va corriendo directo al área y decreta el tiro penal a las 6:01 minuto de la tarde, justo la hora en que su hijo Nené, da su últimos suspiro.


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