En aquella época, el nombre Arena que hoy se utiliza en grandes estadios del mundo, no estaba de moda, pero hubiese sido ideal, porque nos tocó remover media “camionetada” de arena para organizar el terreno y obviamente quedaron muchos residuos, aunque eso iba a ser problema netamente del delantero izquierdo en cada ataque.
Pudimos, luego de grandes
esfuerzos, limpiar el terreno y establecer una canchita con una dimensión
aproximada de 6x4 metros y con eso creímos que era casi suficiente para iniciar
el torneo infantil de La Placita, pero nos faltaba el nombre del estadio así
que pensamos en algo majestuoso, porque la cancha “la pepita”, como le decían a
la del pueblo, nos parecía muy coloquial.
Pensándolo bien, a Pitágoras
le hubiese encantado jugar ahí. No sólo porque afloraba tanta pasión y
rivalidad, sino porque realmente no era un rectángulo. Cerca del córner, había
un deslizamiento que en principio lo cubrimos con aquella arena, pero luego cedió
producto de quienes iban a dormir la pelota en la esquina, aunque Lesme el
narrador, nunca dejó de llamarle el rectángulo de juego, ignorando la asimetría
Pero donde realmente Pitágoras hubiera tenido la mayor
atracción era cuando cayera en cuenta que la mejor manera de asistir a un
compañero no era con el empeine, ni el toque a ras de piso, sino que para hacer
un pase largo había que calcular el desnivel de la cancha, el ángulo y hasta el
coseno. Era tan marcado ese desnivel del campo, que a las posiciones no le llamábamos
delantero por derecha, sino delantero por arriba, la pendiente era evidente.
¿Les comenté del
narrador? Si claro, armamos una cabina radial en los alrededores, en lo alto
del terreno. Contábamos con un árbitro, los liniers (como se le llamaban comúnmente
en aquella época), un grupo de cheerleaders
y una premiación con trofeos de palo (madera), con una efigie deportiva o
patriótica.
Para el primer lugar,
buscamos una caja de whisky Old Parr vacía, que por ser dorada, le daba cierto
realce a la distinción. De esa caja, nació precisamente el primer estadio
patrocinado de Pueblo Llano, Mérida, Venezuela, América Latina y tal vez del
mundo, según los últimos estudios.
Una noche antes del
torneo, nos enfocamos en buscar lo más rimbombante en nombres, y como ya nos
hablaban del año 2000, del nuevo milenio, era momento de dar ese salto
milenario, aunque nos separaba casi una década del tal acontecimiento, el ya
olvidado Y2K. Era un desafío, para ese momento, los estadios llevaban nombres
de zonas, figuras, nosotros buscábamos algo mas.
Empiezo a ver la caja de
Old Parr y veo en ella el nombre Macdonald
greenlees distillers y de inmediato lo asociamos con Juan de Maldonado, el
fundador del pueblo, entonces fue allí que nació una nueva era en patrocinios
mundiales. En ese momento, aquel garaje asimétrico, con piedras incrustadas en
un área, tomó vida, como cuando alguien recibe un nombre al momento de nacer,
que le da personalidad y perdurará para siempre.
No obtuvimos el lente de
los medios, tampoco reconocimiento posterior de parte del conglomerado. El
patrocinio en el nombre nunca nos dejó un centavo porque todos nuestros fondos
eran de colaboraciones que depositaban los asistentes en una alcancía en forma
de cochinito. Pero creo que los entiendo, no los condeno, realmente fue nuestro error, fue por nuestro
acento.
En los programas con máquina de escribir, en el anuncio escrito en cartón frente a la cabina, en las menciones con parlantes en cada juego por el narrador, nunca pudimos pronunciar, ni escribir correctamente, el nombre Estadio Macdonald, desconociendo la fonología e ignorando la pronunciación en otros idiomas y siempre hablando del mítico Estadio “Madocnáld”, con acento prosódico, ingenuo y andino en la letra “a”.
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