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martes, 25 de junio de 2019

No todo tiene sentido (Parte II)

Llego temprano a la puerta del estadio. Dicen que buscar a alguien donde hay multitud es como buscar una aguja en un pajar, pero no tenía más remedio. Aquella llamada de la esposa de mi amigo anunciándome que había desaparecido y que me buscaría como en los viejos tiempo, me había hecho pensar. Llamé a mi hermana en mi pueblo para saber si él había ido para allá pero con tres gritos que me pegó porque la señal telefónica era deficiente, fue suficiente para darme a entender que la aguja tampoco estaba en ese pajar.

Yo pendiente de la taquilla. Si él venía al juego debía comprar la entrada porque si no me había contactado, lo más probable era que no tuviera a más nadie aquí quien le hiciera la compra.  Un niño que venía pateando un cartón me distrajo por unos segundos. Eso me hizo tomar nota de que ni en la taquilla ni en la cancha se debe perder un segundo de concentración. La he visto pocas veces, pero era ella, la de la llamada, la esposa de mi amigo, la que entre sollozos me dijo que había desaparecido o que tal vez había caído en locura.

Por un momento pensé en saludarla para en conjunto armar un escuadrón de búsqueda, pero desde esa llamada, hacía unos 7 días no me había contactado más. No sé si era un tema de poca confianza, de ser embarazoso para ella tener que salir a buscar a su esposo, de pensar que yo lo estaba encubriendo. Entonces luego del tercer paso, me detuve porque no quería correr la suerte de mi ahijado de confirmación al ser cacheteado sin razón ninguna por un ser sin falda.

Ella estaba enfocada en su ermitaño, yo en él mismo personaje, pero como yo tengo 4 ojos producto de la miopía, tenía ventaja sobre ella. Pero como dicen que ellas tienen un sexto sentido y aunque lo dudo, tienen un toque de magia negra para intuir las cosas. La gente seguía desfilando con sus camisetas blanquirojas, banderas, pitos, papelillo. Coño era una final luego de 17 años y  yo pendiente de un amigo en cuya última conversación me había dicho que estaba saliendo con una alienígena y que no todo tenía sentido.

A minutos del partido y cuando me di cuenta que habían cerrado la tribuna este, el descontrol de la gente se apoderó del ambiente por el cambio de seña. Se me perdió la esposa mi amigo, pero peor aún, perdí el control que llevaba para encontrarlo. Tenía que armar un plan de rastreo nuevo, pero les cuento que ese plan parecía el medio campo de Mineros en el segundo tiempo: indescifrable, estático y sólido.

El grito de gol de los fanáticos de Estudiantes de Mérida se ahogaba en las gargantas cuando el referí decreta el fuera de lugar. Yo como no lo vi adelantado entonces me levanto a reclamarle al tipo airadamente. Mientras la gente se sentaba decepcionada y resignada, yo me quedé de pie en el reclamo como si el árbitro me escuchara y fuera a voltear a hacerme caso, sobre todo a mí, que cada vez que la agarraba un delantero unía mis manos en señal de oración y visualizaba el balón en el fondo de la red. Así que asumí que mi criterio era muy vago, subjetivo y parcializado para candidatearme como el VAR humano.

Por momentos recordaba que tenía una misión secreta. Sí,  en pleno juego de final yo me estaba jugando un juego aparte, la búsqueda de mi amigo desaparecido hacía menos de  una semana, ese amigo que cada vez que tocaba la puerta de mi casa en la niñez, sin mediar palabra alguna me indicaba que era momento de ir al garaje y jugar fútbol. Pero la dinámica del segundo tiempo, la euforia en las tribunas, la energía de las más de 38mil personas hacía que mi misión secreta pareciera no tener sentido.

Al final del juego, y luego de ver el empate entre Estudiantes de Mérida y Mineros de Guayana en la final del apertura 2019, vuelvo a ver a la esposa de mi amigo e intenté acercarme. No podía seguir fingiendo ser indiferente ante su búsqueda, pero una marea de personas se la llevó a un lugar distinto al mío, y créanme no la pude alcanzar.  Un seguridad me detiene y me dirige en otra dirección, pero lo más curioso es que la bandada de gente seguía su camino, sólo a mí me mandaba a esa salida.


“¿Una salida VIP para mí sólo?” Me pregunté irónicamente. Pero antes de oponer resistencia y armar preguntas veo al fondo una puerta. Me acerco lentamente a ella y alguien al otro lado llama a la puerta con el mismo ímpetu de aquel niño que sin mediar palabras me hacía correr a buscar la pelota y salir al garaje con aquella emoción que sólo los fanáticos vivimos en el garaje, en el Metropolitano o en los 90 minutos que restan en Cachamay.

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