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lunes, 17 de junio de 2019

No todo tiene sentido

Tengo un amigo de la infancia quien sólo me escribe 2 o 3 veces al año. Preguntas tales como  ¿Qué tal? ¿Cómo estás? Me transportan a aquellos años en que mi amigo, de niño,  tocara la puerta y sin mediar palabras, me hacía correr a buscar la pelota y salir al garaje de mi casa a patear un balón. Podría afirmar con certeza que algunas veces jugamos con carros o cualquier otro objeto pero casi siempre finalizábamos en mi primer  teatro de los sueños, el empedrado garaje en La Placita de Pueblo Llano.

Las conversaciones se tornan largas tocando temas netamente de actualidad, aunque no tiene nada que ver con los programas de TV donde aparecen políticos y economistas hablando sobre actualidad nacional, donde todo, absolutamente todo es catastrófico. Esto es diferente, es nuestra actualidad, cómo se siente, qué hace, cómo está la familia, el trabajo, en fin. Pero hay una pregunta en la que siempre me extiendo porque a veces siento que es un compromiso moral cuando me pregunta sobre Estudiantes de Mérida

No he tenido más remedio que maquillarle lo catastrófico que ha resultado algunas temporadas anteriores. Deudas, malos resultados, cosas inexplicables para cualquier persona y que los fanáticos de Estudiantes hemos tenido que vivir. Sé que no es mi responsabilidad caer en mentiras blancas, pero mientras sean blanquirojas, como los colores del equipo, hay perdón de Dios. Por eso dicen que el todopoderoso es académico.

En un momento me toca el tema de los extraterrestres, algo que sin duda alguna no formaba parte de los tópicos que solíamos abordar. Me dijo que donde vivía era un lugar muy solitario y que en las noches cuando la televisión no lograba calmar su aburrimiento solía salir a dar un pequeño paseo alrededor de su casa. Su esposa, entre el trajín que demandan los que haceres de la rutina se percataba poco de los misteriosos paseos de mi amigo.

La conversación rondaba entre lo extraño y misterioso hasta que me afirmó que aseguraba la existencia de seres alienígenas. Ningún libro en la materia me  había divulgado hasta ese momento tantos detalles como  los que yo estaba oyendo en ese momento, expresados no por un científico o experto en otras formas de vida, no, sino por alguien que llegaba a mi casa, tocaba la puerta y salíamos a jugar. Alguien que había compartido conmigo la misma escuela, los mismos gustos, los pelotazos en el garaje de mi casa y que no tuvo oportunidad de estudiar educación superior como yo. ¡No! era alguien que había optado,  por alejarse de la vida urbana y refugiarse en las montañas donde se dedicaba a actividades agrícolas y no tenía ni un correo electrónico o twitter para calmar su aburrimiento.

Sin que yo mostrara inquietud por el tema, él empezó a discernir tópicos que ni me imaginaba, él jamás sintió que el tema era aburrido, extraño o cómico para mí. Siempre nos habíamos respetado la palabra independientemente de que nuestras conversaciones fueran tan esporádicas, jamás nos sentimos tan alejados como para pensar que al otro no le interesaba. Era como cuando éramos niños. Tocaba la puerta de mi casa y sin mediar palabras yo buscaba el balón, había una ley no escrita entre nosotros, una comunicación intrínseca y por eso nunca hubo peleas, desacuerdos.

La manera de explicar su encuentro con una alienígena fue con la misma emoción que cualquier persona detalla sus primeros encuentros con alguien a quien pretende como novia. Detalles que seguramente lo sonrojaban pero no lo limitaba. Por un momento llegué a pensar que me sacaría de mi asombro con una carcajada, pero eso nunca ocurrió. Los minutos fueron pasando y en vez de aumentar mi asombro, aumentaba su desenfreno. No sé si me estaba hablando en claves, pero me costaba digerirlo.

En algún momento de la llamada se detiene, hace una pausa y rompe mi silencio con la pregunta. ¿Esas allí?, yo, con un carraspeo en la garganta debido al largo silencio, afirmo mi presencia al otro lado del teléfono. ¿Sabes por qué te cuento esto?  me pregunta, porque estoy pensando en mudarme a su planeta. Mi estado de cautela pasó a pensar inmediatamente en su estado de locura. Aristóteles decía que había una frontera muy fina en un hombre solitario o semi ermitaño porque podía ser una bestia o un dios.

Me mantuve expectante durante los próximos segundos porque estaba esperando una carcajada que nunca llegó. Sus argumentos se fueron diezmando y eventualmente la conversación fue perdiendo intensidad. La imagen de mi amigo en un manicomio se hacía cada vez más recurrente y cuando intenté demandar explicaciones, la respuesta “No todo tiene sentido” fue la única que salía de sus labios. Se despidió y un hasta luego fueron sus últimas palabras.


Yo no sabía que pensar. Entraba en un proceso de risa, pero de inmediato me cortaba porque no eran las típicas conversaciones o bromas que hacíamos. Me arrepentí de haber respetado su palabra y en ningún momento increparlo para obtener respuestas más lógicas. Pero ya era tarde. Intenté llamarlo pero era infructuoso, su teléfono salía apagado. Al otro día, a las 8 de la mañana, entra una llamada del mismo número  y siento que la broma va a llegar a su final. Repentinamente una voz femenina entre llantos y sollozos dice mi nombre de forma interrogativa. Le pregunto de inmediato qué pasa y me afirma con una voz baja quizás para calmar su llanto, que mi amigo no aparecía desde la noche anterior y que sentía que estaba cayendo en la locura porque en la última conversación que tuvo con ella, le dijo que iba a tocar la  puerta de mi casa y que yo sabía porque iba a ir corriendo a buscar el balón e ir al estadio puesto que esta vez Estudiantes de Mérida iba a jugar la final del fútbol venezolano.

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