Tengo un amigo de la infancia quien sólo me escribe 2 o 3 veces al año.
Preguntas tales como ¿Qué tal? ¿Cómo
estás? Me transportan a aquellos años en que mi amigo, de niño, tocara la puerta y sin mediar palabras, me
hacía correr a buscar la pelota y salir al garaje de mi casa a patear un balón.
Podría afirmar con certeza que algunas veces jugamos con carros o cualquier
otro objeto pero casi siempre finalizábamos en mi primer teatro de los sueños, el empedrado garaje en
La Placita de Pueblo Llano.
Las conversaciones se tornan largas tocando temas netamente de actualidad, aunque no tiene nada que ver con los programas de TV donde aparecen políticos y
economistas hablando sobre actualidad nacional, donde todo, absolutamente todo
es catastrófico. Esto es diferente, es nuestra actualidad, cómo se siente, qué hace, cómo está la familia, el trabajo, en fin. Pero hay una pregunta en la que
siempre me extiendo porque a veces siento que es un compromiso moral cuando me
pregunta sobre Estudiantes de Mérida
No he tenido más remedio que maquillarle lo catastrófico que ha resultado algunas temporadas anteriores. Deudas, malos resultados, cosas
inexplicables para cualquier persona y que los fanáticos de Estudiantes hemos
tenido que vivir. Sé que no es mi responsabilidad caer en mentiras blancas,
pero mientras sean blanquirojas, como los colores del equipo, hay perdón de
Dios. Por eso dicen que el todopoderoso es académico.
En un momento me toca el tema de los extraterrestres, algo que sin duda
alguna no formaba parte de los tópicos que solíamos abordar. Me dijo que donde
vivía era un lugar muy solitario y que en las noches cuando la televisión no
lograba calmar su aburrimiento solía salir a dar un pequeño paseo alrededor de
su casa. Su esposa, entre el trajín que demandan los que haceres de la rutina
se percataba poco de los misteriosos paseos de mi amigo.
La conversación rondaba entre lo extraño y misterioso hasta que me afirmó
que aseguraba la existencia de seres alienígenas. Ningún libro en la materia me
había divulgado hasta ese momento tantos
detalles como los que yo estaba oyendo
en ese momento, expresados no por un científico o experto en otras formas de vida,
no, sino por alguien que llegaba a mi casa, tocaba la puerta y salíamos a
jugar. Alguien que había compartido conmigo la misma escuela, los mismos
gustos, los pelotazos en el garaje de mi casa y que no tuvo oportunidad de
estudiar educación superior como yo. ¡No! era alguien que había optado, por alejarse de la vida urbana y refugiarse
en las montañas donde se dedicaba a actividades agrícolas y no tenía ni un
correo electrónico o twitter para calmar su aburrimiento.
Sin que yo mostrara inquietud por el tema, él empezó a discernir tópicos
que ni me imaginaba, él jamás sintió que el tema era aburrido, extraño o cómico
para mí. Siempre nos habíamos respetado la palabra independientemente de que
nuestras conversaciones fueran tan esporádicas, jamás nos sentimos tan alejados
como para pensar que al otro no le interesaba. Era como cuando éramos niños.
Tocaba la puerta de mi casa y sin mediar palabras yo buscaba el balón, había
una ley no escrita entre nosotros, una comunicación intrínseca y por eso nunca
hubo peleas, desacuerdos.
La manera de explicar su encuentro con una alienígena fue con la misma
emoción que cualquier persona detalla sus primeros encuentros con alguien a
quien pretende como novia. Detalles que seguramente lo sonrojaban pero no lo
limitaba. Por un momento llegué a pensar que me sacaría de mi asombro con una
carcajada, pero eso nunca ocurrió. Los minutos fueron pasando y en vez de
aumentar mi asombro, aumentaba su desenfreno. No sé si me estaba hablando en
claves, pero me costaba digerirlo.
En algún momento de la llamada se detiene, hace una pausa y rompe mi
silencio con la pregunta. ¿Esas allí?, yo, con un carraspeo en la garganta
debido al largo silencio, afirmo mi presencia al otro lado del teléfono. ¿Sabes
por qué te cuento esto? me pregunta, porque
estoy pensando en mudarme a su planeta. Mi estado de cautela pasó a pensar
inmediatamente en su estado de locura. Aristóteles decía que había una frontera muy fina en un hombre solitario
o semi ermitaño porque podía ser una bestia o un dios.
Me mantuve expectante durante los próximos segundos porque estaba esperando
una carcajada que nunca llegó. Sus argumentos se fueron diezmando y
eventualmente la conversación fue perdiendo intensidad. La imagen de mi amigo
en un manicomio se hacía cada vez más recurrente y cuando intenté demandar
explicaciones, la respuesta “No todo tiene sentido” fue la única que salía de
sus labios. Se despidió y un hasta luego fueron sus últimas palabras.
Yo no sabía que pensar. Entraba en un proceso de risa, pero de inmediato me
cortaba porque no eran las típicas conversaciones o bromas que hacíamos. Me
arrepentí de haber respetado su palabra y en ningún momento increparlo para
obtener respuestas más lógicas. Pero ya era tarde. Intenté llamarlo pero era
infructuoso, su teléfono salía apagado. Al otro día, a las 8 de la mañana, entra
una llamada del mismo número y siento
que la broma va a llegar a su final. Repentinamente una voz femenina entre
llantos y sollozos dice mi nombre de forma interrogativa. Le pregunto de
inmediato qué pasa y me afirma con una voz baja quizás para calmar su llanto,
que mi amigo no aparecía desde la noche anterior y que sentía que estaba
cayendo en la locura porque en la última conversación que tuvo con ella, le
dijo que iba a tocar la puerta de mi
casa y que yo sabía porque iba a ir corriendo a buscar el balón e ir al estadio
puesto que esta vez Estudiantes de Mérida iba a jugar la final del fútbol
venezolano.
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