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martes, 11 de junio de 2019

Yo soy El Perich

No era una pared cualquiera. En principio sentí que era una especia de Muro de los Lamentos, donde el mencionado isleño buscaba vaciar sus penas pero no. Según las leyes de aquel puñado de Islas, todo aquel que tocara y trepara la pared de 2 metros sin ser captado por la luz de las cámaras, tenía acceso legítimo a entrar en esa nueva isla, pues al no haber registro de ingreso ilegal, se consideraba apto para entrar y hacer vida normal en el nuevo territorio.

Pero ese isleño en particular, de nombre Pedro,  ya lo había intentado varias veces y siempre las cámaras habían hecho registro de ello. Eso había provocado su expulsión inmediata. La escapada desde su aldea había sido como siempre complicada, pero antes las penurias y el deseo de conquistar su sueño, saltar esa pared sin ser visto, era la gran meta.

Ese día, las cámaras habían sufrido un desperfecto y las autoridades locales colocaron funcionarios alrededor del puerto para que nadie pudiera saltar la pared. Se contempló que al saltar la barda, todo nuevo inmigrante sería considerado legal, por lo que los funcionarios tenían el deber de obstaculizar a quien sea. Pedro, el soñador, al desembarcar del peñero, salió corriendo a la pared junto a una treintena de isleños y los funcionarios detrás de ellos. Era como aquellos juegos del gato y el ratón: isleños en el piso, funcionarios usando cualquier método para derribar y detener a los isleños, cada quien en lo suyo.

De aquellas últimas líneas de esa reseña, sólo pude recoger que Pedro, el soñador, el isleño, hizo quiebre de cintura, saltó entre funcionarios, los empujaba y al llegar a la cima de la pared, ya en territorio seguro,  gritó fuertemente “No moriré soñando”. Realmente todo eso fue un símil de lo que me tocó ver en el juego entre Estudiantes de Mérida y Carabobo porque aunque no había un peligroso peñero, si les puedo contar que vi una camioneta con un puñado de soñadores, que aunque tuvieron que amontonarse con mucha ilusión, no dejaron de sorprenderme, porque prefería el peñero que esa trampa de 4 ruedas.

Esa camioneta no tenía vidrio, no tenía asiento y creo que el chofer, si es que había, iba en una silla que sacó del comedor de su casa. En la parte trasera, lo que si les puedo confirmar es que no iban 30 personas sino almas, gritando eufóricas, pintadas y con banderas. Transportadas por 4 cauchos en la lona, inflados no con aire sino con ego. Yo no sé cómo iban a regresar de noche porque focos de luz no tenía, y salvo alguna astucia del chofer, que no lo creo, el camino sería iluminado por alguna linterna de celular. Honestamente prefería el peñero.

Se dice que Pedro, nunca más volvió, que se había convertido en un excelente músico y que gracias a su éxito pudo contribuir con el crecimiento de sus coterráneos. La meta, para él realmente era pasar la pared, porque una vez allí, todo se volvió a favor de sí, dicen que fue su confianza la que contribuyó en su crecimiento. Nuestra pared de 2 metros, hoy es Carabobo, el árbitro, la ausencia de un jugador en cierta posición, como lo queramos llamar, pero hay que pasarla, porque cuando vi desembarcar a esos 30 isleños en el Estadio Metropolitano, sentí que esa pared ha estado muy alta, que los fanáticos de Estudiantes de Mérida no se merecen tantos años de sin sabores y aunque hoy es un brinco que hay que dar en Barquisimeto, para romper esa desventaja de un gol, siempre ha habido cámaras y luces que han imposibilitado saltar esa pared que se ha convertido prácticamente en El Muro de Los Lamentos.

Uno de los fanáticos desembarcaba de la camioneta de un salto en el cual perdió estrepitosamente el equilibrio, provocando la mirada de todo el mundo. Éste se levantó, limpiándose las rodillas y las manos le dijo a otro “Vamos a ser campeones”. Su amigo, que estaba a su lado, se ríe, lo abraza y empiezan a brincar, a lo mejor en su mismo estado de algarabía y leve embriaguez. “Y le digo algo mas.. el fanático siempre tiene la razón, aunque no la tenga” Yo me acerqué, porque quise recalcarle que esa frase ya existía y que pertenecía a un humorista español que se llamaba El Perich.  El tipo me mira, me detalla, no me dirige palabra alguna y vuelve a su amigo y le dice “Yo soy El Perich”, se miran, se ríen y se vuelve a caer.

“Un fanático es un individuo que tiene razón aunque no tenga razón.”

Jaume Perich

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