Dicen que
los poetas tienen sus musas, esas que con su encanto logran que el mismo, les
vuele la imaginación, les inspire. Para quienes nos gusta compartir nuestra
experiencia, tenemos al fútbol y a nuestro equipo como inspirador y plasmar
nuestras opiniones para la posteridad.
Yo, como
amante de los medios desde muy pequeño, al punto de que a los siete años, armaba
pequeños periódicos con lapicero, con informaciones relacionadas a mi mundo, es
decir mi humilde pero siempre calurosa casa materna. Aprovechaba, sin querer,
el poder de esa hojita de papel bond para criticar y mis hermanos menores hacer
reir a mi mamá.
Con el
pasar de los años y mi afición por el fútbol, fomentada en gran parte por mi
hermano chelino, años y meses mayor que yo, vi como los medios mas importantes
del país ignoraban mayúsculamente, por lo tanto me convirtió en un admirador y
seguidor de los quijotescos esfuerzos de las radios por llevarnos el fútbol a
nuestras gradas, generalmente pobladas de amantes de sus equipos.
Mi amor al
periodismo me hizo tener la carrera de Comunicación Social como mi primera
opción para estudiar. En Mérida, esa carrera era inexistente en la universidad,
por lo tanto me tocó pensar en San Cristóbal como la primera y única opción, ya
que allí la ULA contaba con la escuela de Periodismo. Por ello, los viajes para
la inscripción en la prueba de admisión, u otros viajes necesarios, se hicieron
cada vez frecuentes. Allí empecé a ver que el U. A. Táchira ocupaba muchos
espacios en la ciudad, que había gran cantidad de programas dedicados
exclusivamente al Unión Atlético Táchira, como se denominaba en aquella época.
Fui a
Pueblo Nuevo, lugar donde se encuentra el estadio, y en la vía había carteles
de los jugadores. Eran así como una especie de héroes. Aunque me costaba
reconocerlo, el equipo era mas valorado que Estudiantes en la ciudad de Mérida.
Una vez
Estudiantes debía jugar ante U A Táchira, pero a pesar de mis esfuerzos, me
tocaba venirme casualmente el mismo domingo del encuentro. Debía estar el lunes
a primera hora en Mérida para seguir con mi proceso de inscripción, así que ni
modo, esperaba enterarme cuando llegase a casa.
Llego al
terminal de San Cristóbal a eso de las tres de la tarde, no quería que el bus
saliera dejando mis aspiraciones de periodista sólo porque no llegué temprano.
En aquella época, el celular no existía, por lo tanto cero mensajes y tampoco
conectar al auricular para la radio. Me gustaba que en San Cristóbal, las
emisoras empezaran la previa del juego hasta 4 horas antes del encuentro.
Empecé a caminar por el terminal en busca de algún local de empanaditas que
tuviera una radio con el fútbol a todo pulmón, pero entre la bulla de las personas,
los choferes utilizando sus voces como la principal herramienta para atraer
pasajeros, mis esperanzas se desvanecieron.
El chofer
de la unidad en la que yo debía abordar, empieza a calentar el autobús y a
prepararse para dar marcha a nuestro viaje. ¡Mérida, Mérida! Vociferaba el de
camisa blanca. La verdad, no entiendo eso de gritar en un terminal, el que va
para Mérida, se monta y ya, no creo que nadie que vaya a Caracas o Maracaibo,
por ese gritico se desvié de su ruta, pero bueno, parte de los dilemas que uno
enfrenta en un momento de ocio y desocupación mental.
Cuando el autobús
empieza a moverse, el chofer haciendo gala de sus dotes de buen lector, me mira
y me lee la mente. Como si yo le hubiera exigido. Enciende la radio y empieza a
mover el dial del equipo. El ruidoso sonido de las radios manuales mientras
cambia de emisora en busca de música, se hace eco en los demás pasajeros. ¡Uy! Dijo
la señora que iba a mi lado, quien inmediatamente despotricó de la música del
vecino país. El Chofer, inquieto tanto en el volante como en la perilla del
dial, sigue buscando algo que lo entretenga, “sin importar” lo que dijera la
viejita.
Se me
encendieron las luces y rogaba porque al chofer le gustara el fútbol, así fuera
del Táchira y ¡bingo!, escuché a los comentaristas haciendo la previa. La
viejita agarró un librito y sacudiendo la cabeza dio por entendido, que ya no
podía hacer nada. Yo, la verdad, me sorprendí, generalmente la música es la que
acompaña a todos en un viaje, pero al tipo le gustaba el fútbol. Salimos del
terminal y veníamos vía Mérida. Entre el ruido del viento, la gente conversando
y la radio, me hacía difícil distinguir lo que decían, pero mis orejas parecían
antenas parabólicas buscando señal en medio del desierto.
Cuando el
autobús se detenía era cuando escuchaba mejor, porque el viento no se
manifestaba. El semáforo jugó a mi favor y en ese espacio de tiempo, cuando escuché
al fallecido “Cata” Roque, un uruguayo - venezolano que inició su carrera como
DT en Venezuela y fue uno de los que comenzó ese clásico añejo entre Portuguesa
y Estudiantes de Mérida, dirigió 8 equipos en tres países: Venezuela, Colombia
y Bolivia. Podríamos decir que es el
único venezolano campeón de una Copa América, al ganarla con Uruguay en 1956 y nacionalizarse
venezolano décadas después.
En ese
momento “cata” se estaba yendo a Bolivia, específicamente al San José de Oruro.
Y no paraba de elogios para Ruberth Morán. No recuerdo las palabras exactas,
pero él le había comentado a uno de sus amigos que en Venezuela había un talentoso. Alguien
le sugirió que se lo llevara al sur, me imaginé Uruguay o Argentina, algo tan increíble
para mi, primero porque era de Estudiantes y luego, porque en esa década del
noventa, los venezolanos salían poco a jugar en el extranjero y nuestras
principales referencias era Angelucci en San Lorenzo de Almagro, Rafael Dudamel en Atlético Huila de
Colombia y Gianni Savarese que pintaba bien para la naciente MLS. Entre la
conversación a veces poco audible de la radio y el ruido de la ventana, “cata”
dijo que le quería seguir viendo y tal vez que fuera a probar a San José.
Esa
temporada San José salió campeón por vez primera, nunca supe si hubo alguna
conversación con el merideño, pero eso, si el uruguayo tenía un ojo clínico.
Ruberth, meses mas tarde, despuntó en el preolímpico de Mar del Plata clasificando
a Venezuela a una semifinal, jugo en diversos países, goleador de Copa
Libertadores y formó parte de aquella vinotinto de Richard Páez que cambiaron
el rumbo del fútbol nacional.
El
resultado de ese encuentro queda en los datos y lo recordé porque en el pasado
juego ante el Deportivo Táchira, los comentaristas de San Cristóbal, hablan del
futuro de Ruberth Morán como DT, dándole siempre altos augurios para el de Los Sauzales,
y vaya que pasó su primera lección en el clásico Estudiantes vs Táchira con un
empate que lo mantiene invicto en su segunda experiencia como DT.
Dvo Táchira (0): José Contreras, Gerzon Chacón, Diego Araguainamo, Yuber Mosquera, Carlos Lujano, Francisco Flores, Carlos Cermeño, Louis Ángelo Peña (Jorge Rojas 56’), Edgar Pérez Greco (Sergio Herrera 74’), Giancarlo Maldonado (Juan Carlos Azócar 88’) y Jan Hurtado. DT: Carlos Maldonado.
Suplentes sin jugar: Alan Liebeskind, Eduin Quero, Agnel Flores y Luis Guerra.
Estudiantes de Mérida (0): Alejandro Araque, Marlon Bastardo (Luis Altuve 90+2’), Richard Lobo, Juan Muriel, Omar Labrador (Leonel Vielma 80’), Cristhian Rivas, Wislintos Rentería, Jhoan Arenas, Winston Azuaje, Luis Barrios y Gustavo Páez. DT: Ruberth Morán.
Suplentes sin jugar: Hermis Polanco, Rubén Rivas, Edixon Mena, Yunior Valbuena y Mario Mosquera.
Amonestados: Gerzon Chacón 60’ y Diego Araguinamo 64’ (TAC) Cristhian Rivas 29’ Wislintons Rentería 43’ Marlon Bastardo 65’ y Omar Labrador 77’ (EST)
Estadio: Pueblo Nuevo en San Cristóbal
Asistencia: 4.249 personas
Delegado FVF: Pietra Bua
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