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martes, 20 de septiembre de 2016

Comprendí por qué no soy futbolista

Hace algún tiempo escribí que asentía la versión del escritor y amante del fútbol uruguayo Eduardo Galeano, en la cual explicaba que no jugaba fútbol porque le gustaba tanto este deporte, que salía a felicitar al oponente cuando le hiciera un golazo o cualquier gesto técnico de admirar. Decía que me pasaba igual, que en las canchas no permitían los lápices para yo hacer mis anotaciones, porque en el fútbol considero que es lo que mejor se hacer. Si no, me disculpan.
El intento al hacer una bicicleta, una rabona, la chilena y hasta un dribling  será eso, un frustrado intento. Muchas veces pensé que no fui jugador de fútbol por ausencia de escuelas donde formarme, aprender, jugar y apoyo, porque considero que tuve alguna época buena, pero siempre he visto con atención por qué habemos amantes del fútbol, en su mayoría hombres quienes llenamos las tribunas de los estadios, en vez de estar en el terreno de juego. ¿Dónde me quedé? ¿Qué no hice bien?¿en qué fallé?

No sé si alguien mas se haga esas preguntas, pero si se las hace lo entiendo. A lo mejor su lista de dudas es más amplia y las respuestas mas cortas. Pero, entre juego y juego, temporada tras temporada, esa adrenalina de futbolista profesional se va disipando y muchos empieza asumir que será un buen fanático, porque como futbolista no tuvo futuro.

Pero la pregunta, ocasionalmente venía a mi, y sin ánimo de conseguir respuesta, la bofeteaba porque a final de cuentas, nunca pensé en poder responderla. No se exactamente como venía esa pregunta a mi, pero ocurría, sin preámbulo, sin avisar, como cuando te meten un gol de larga distancia. Pero aquel partido contra Caracas, ese que Estudiantes cayó 5 a 2 en casa, como siempre la pregunta vino a mi, me tocó la puerta, no se si quería estar en la cancha y luchar un poco mas para evitar tal desastre,  y por primera vez creo que encontré respuesta, respuesta certera, quizás científica, aunque algunos aún no creen en la ciencia en el deporte.

Cuando el árbitro pita el tercer penal, me levanto de la silla en la tribuna oeste superior, lugar donde últimamente he buscado refugio porque tengo el sentir de la afición mas en mi piel, a pesar del frio sabatino. Entre la miopía y mi concentración en buscar una radio para escuchar el juego sin interferencia, un amigo se queja y de inmediato escucho el malestar de la gente en el estadio, al levantar la cabeza, no podía creer lo que veía. El árbitro, decretaba el tercer penalti de la noche, que le daría el cuarto gol al Caracas ante un equipo diezmado con 9 jugadores. Me sentí burlado, frustrado y créanme que siempre cuento hasta diez para juzgar lo que ocurre en la cancha, bien sea a los jugadores o al árbitro. Pero ese conteo fue muy rápido, y quizás con notación científica.

En mi ofuscación bajé a la baranda y lancé un par de insultos. En principio iban dirigidos al árbitro, pero al ver la celebración del jugador del Caracas, quien se dirige a la tribuna tratando de silenciarla, cambié el destino de mis desatinadas palabras. Pero como la euforia no se detenía, le recordé al  árbitro que su progenitora estaba en mi mente aun sin conocerla. Hoy, con cabeza fría,  le pido disculpas a la señora.

Subo la escalera, mi pequeño hijo me sorprende al estar detrás de mi, me pregunta porque estaba molesto, y allí se me empieza a enfriar la cabeza, le traté de explicar, pero la verdad no había forma. Creo que en ese momento era más fácil explicarle de donde vienen los niños, que lo que acababa de hacer, aún  a sabiendas de que en ese lugar sobraban improperios como los míos y mi rabia me respaldaba.

Pero como en retrospectiva, empecé a admirar como los ingleses no se ganaron unas tres tarjetas rojas, el día en que Maradona le anotó el gol con la mano. Aunque para mi ese gol representa uno de los mejores cuentos de fútbol, donde se une el deporte, la sociedad con su deseo de revancha, la geo política internacional, el deseo de la alcurnia de La Campiña británica contra cualquier barrio bonaerense por Las Malvinas, y hasta Dios.

También hice un repaso de otras jugadas similares y recordé aquella del gol fantasma entre Inglaterra y Alemania en el Mundial de 1966 y como esas dos, sobran hechos donde mas allá de la injusticia, se unía en el otro lado la sobriedad de los técnicos y jugadores que mas allá del reclamo normal, se enfriaban con mas rapidez que yo, para no hacerle el jueguito al árbitro, quien muchas veces pensé que le decían hombre de negro, no por su uniforme sino en muchos casos por su conciencia.

Si yo hubiese estado en el terreno en el juego contra Caracas, bien sea como jugador o como DT y hasta de mascota, creo que no me hubiese contenido. Hubiese cargado contra la mamá del árbitro, a pesar de que categorizar a su mamá de alegre no está penalizado por la FIFA. La calentura, que siempre controlo, ese día hubiese llegado hasta el punto de  ebullición, porque recuerdo que en la tabla estamos pendiendo de un hilo, que el equipo no defiende la casa y que tenemos que seguir esperando otras temporadas para ver a Estudiantes de Mérida en los primeros lugares e imponiendo respeto.
  

Creo que un futbolista así, como yo con calenturas, no por un juego, sino por la frustración de tantas temporadas remando contra la corriente, no le hace falta ni a un equipo amateur. El futbolista debe ser a veces frío, no dejarse llevar por la emociones, no recordar tanto la triste historia del equipo, no pensar en la injusticia, porque si fuera por mi, el fútbol fuera un mar de emociones, que no terminarían en gol sino en abrazos e historias para contar.

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