Hace algún tiempo escribí que
asentía la versión del escritor y amante del fútbol uruguayo Eduardo Galeano,
en la cual explicaba que no jugaba fútbol porque le gustaba tanto este deporte,
que salía a felicitar al oponente cuando le hiciera un golazo o cualquier gesto
técnico de admirar. Decía que me pasaba igual, que en las canchas no permitían
los lápices para yo hacer mis anotaciones, porque en el fútbol considero que es
lo que mejor se hacer. Si no, me disculpan.
El intento al
hacer una bicicleta, una rabona, la chilena y hasta un dribling será eso,
un frustrado intento. Muchas veces pensé que no fui jugador de fútbol por
ausencia de escuelas donde formarme, aprender, jugar y apoyo, porque considero
que tuve alguna época buena, pero siempre he visto con atención por qué habemos
amantes del fútbol, en su mayoría hombres quienes llenamos las tribunas de los
estadios, en vez de estar en el terreno de juego. ¿Dónde me quedé? ¿Qué no hice
bien?¿en qué fallé?
No sé si alguien
mas se haga esas preguntas, pero si se las hace lo entiendo. A lo mejor su
lista de dudas es más amplia y las respuestas mas cortas. Pero, entre juego y
juego, temporada tras temporada, esa adrenalina de futbolista profesional se va
disipando y muchos empieza asumir que será un buen fanático, porque como
futbolista no tuvo futuro.
Pero la pregunta,
ocasionalmente venía a mi, y sin ánimo de conseguir respuesta, la bofeteaba
porque a final de cuentas, nunca pensé en poder responderla. No se exactamente
como venía esa pregunta a mi, pero ocurría, sin preámbulo, sin avisar, como
cuando te meten un gol de larga distancia. Pero aquel partido contra Caracas,
ese que Estudiantes cayó 5 a 2 en casa, como siempre la pregunta vino a mi, me
tocó la puerta, no se si quería estar en la cancha y luchar un poco mas para
evitar tal desastre, y por primera vez creo que encontré respuesta,
respuesta certera, quizás científica, aunque algunos aún no creen en la ciencia
en el deporte.
Cuando el árbitro
pita el tercer penal, me levanto de la silla en la tribuna oeste superior,
lugar donde últimamente he buscado refugio porque tengo el sentir de la afición
mas en mi piel, a pesar del frio sabatino. Entre la miopía y mi concentración
en buscar una radio para escuchar el juego sin interferencia, un amigo se queja
y de inmediato escucho el malestar de la gente en el estadio, al levantar la
cabeza, no podía creer lo que veía. El árbitro, decretaba el tercer penalti de
la noche, que le daría el cuarto gol al Caracas ante un equipo diezmado con 9
jugadores. Me sentí burlado, frustrado y créanme que siempre cuento hasta diez
para juzgar lo que ocurre en la cancha, bien sea a los jugadores o al árbitro.
Pero ese conteo fue muy rápido, y quizás con notación científica.
En mi ofuscación
bajé a la baranda y lancé un par de insultos. En principio iban dirigidos al
árbitro, pero al ver la celebración del jugador del Caracas, quien se dirige a
la tribuna tratando de silenciarla, cambié el destino de mis desatinadas
palabras. Pero como la euforia no se detenía, le recordé al árbitro que
su progenitora estaba en mi mente aun sin conocerla. Hoy, con cabeza fría,
le pido disculpas a la señora.
Subo la escalera,
mi pequeño hijo me sorprende al estar detrás de mi, me pregunta porque estaba
molesto, y allí se me empieza a enfriar la cabeza, le traté de explicar, pero
la verdad no había forma. Creo que en ese momento era más fácil explicarle de
donde vienen los niños, que lo que acababa de hacer, aún a sabiendas de
que en ese lugar sobraban improperios como los míos y mi rabia me respaldaba.
Pero como en
retrospectiva, empecé a admirar como los ingleses no se ganaron unas tres
tarjetas rojas, el día en que Maradona le anotó el gol con la mano. Aunque para
mi ese gol representa uno de los mejores cuentos de fútbol, donde se une el
deporte, la sociedad con su deseo de revancha, la geo política internacional,
el deseo de la alcurnia de La Campiña británica contra cualquier barrio
bonaerense por Las Malvinas, y hasta Dios.
También hice un
repaso de otras jugadas similares y recordé aquella del gol fantasma entre
Inglaterra y Alemania en el Mundial de 1966 y como esas dos, sobran hechos
donde mas allá de la injusticia, se unía en el otro lado la sobriedad de los
técnicos y jugadores que mas allá del reclamo normal, se enfriaban con mas
rapidez que yo, para no hacerle el jueguito al árbitro, quien muchas veces
pensé que le decían hombre de negro, no por su uniforme sino en muchos casos
por su conciencia.
Si yo hubiese
estado en el terreno en el juego contra Caracas, bien sea como jugador o como
DT y hasta de mascota, creo que no me hubiese contenido. Hubiese cargado contra
la mamá del árbitro, a pesar de que categorizar a su mamá de alegre no está
penalizado por la FIFA. La calentura, que siempre controlo, ese día hubiese
llegado hasta el punto de ebullición, porque recuerdo que en la tabla
estamos pendiendo de un hilo, que el equipo no defiende la casa y que tenemos
que seguir esperando otras temporadas para ver a Estudiantes de Mérida en los
primeros lugares e imponiendo respeto.
Creo que un
futbolista así, como yo con calenturas, no por un juego, sino por la
frustración de tantas temporadas remando contra la corriente, no le hace falta
ni a un equipo amateur. El futbolista debe ser a veces frío, no dejarse llevar
por la emociones, no recordar tanto la triste historia del equipo, no pensar en
la injusticia, porque si fuera por mi, el fútbol fuera un mar de emociones, que
no terminarían en gol sino en abrazos e historias para contar.
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