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martes, 10 de mayo de 2016

Profe, no le entendí.

Profe disculpe se me acabó el casete. El “Profe” como le decimos acá, volteó  la mirada. Pensé “cónchale se molestó”, pero él siguió observando como los utileros terminaban de recoger los utensilios. Entre los nervios y la rapidez, saco el cassete, ese “pendrive” de los años 80 y 90, que grababa 45 minutos por lado y lado y que al acabarse por uno de ellos había que voltearlo para continuar la grabación.

Y así intenté hacerlo, voltear el casete, pero mi inexperiencia y la vergüenza, hizo que el casete se me cayera al piso. Ya no salieron más disculpas de mi boca, ya el sudor no me dejaba pensar. 3,2,1 y comenzó la grabación nuevamente. Él retomó la entrevista como si nada, me dijo casi lo mismo que había dicho en la que no pudimos culminar. Palabras mas palabras menos, me habló de un proyecto a largo plazo, de comenzar con los jóvenes, de dos aleros en el sistema de juego, de cosas que jamás en mi vida había escuchado, pero que yo repetía en la radio como el más prolijo de los comentaristas.

“Tú que estás comenzando en esto, es bueno que hagas preguntas que los jugadores no se esperan, los enseña a madurar” me dijo el profe, como si yo, con 17 años, tuviera algo de madurez o conocimiento de la palabra "proyecto". Salí avergonzado y aturdido de la entrevista. Algo así como la primera clase de anatomía de mi amiga que se las tira de filósofa, perdido totalmente. Salgo del estadio Campo de Oro donde entrenaba ULA FC, que venía con la idea de formar un equipo netamente de merideños juveniles, excepto dos que eran “Cebollita” Zarzalejo y Reinaldo Melo (QEPD), aquel barinés de 18 años que había pasado por una selección infantil de Venezuela. Tomo la buseta de Campo de Oro con destino al centro.

Esa busetica siempre me sacaba de mis casillas porque era la representación clara y fidedigna de mi época de estudiante, destartalada y  leeenta. Estoy seguro de que si me bajara de la buseta y caminara, el chofer me acusaría por exceso de velocidad. Pero esa tarde, lo tomé con calma, ya era suficiente adrenalina con la caída del casette y la tensión que ella me generó. Mejor opté  por escuchar la entrevista varias veces para ser si terminaba de entender de que hablaba el profe, pero para serles honesto no entendía ni el sonido del pito, el profe era muy técnico, muy meticuloso en la explicación. Luego del centro, me fui a Éxitos 15.60 una emisora de AM donde laboraba en un programa llamado Punto Deportivo. “Coño que vaina con Richard” dijo Emiro Rivas, el productor del programa por casi 20 años, cuando le conté lo del casete. Como no me gustaba recibir reprimendas, ese día fue nefasto, la regué por todas partes y hasta el busetero se dio cuenta de mi cara de ponchado.

Una vez el profe Richard dijo que el era el revolucionador del futbol venezolano, cuando ese término no había sido mancillado. Y créanme que escuché algunos dirigentes del fútbol reírse del término. Dios me ha dado buena memoria, y creo poder nombrar a algunos de esos jugadores que formaron parte de esa experiencia del merideño en el ULA FC. El primero es sin duda Jorge “el zurdo” Rojas, Ramón José Vera, Alejandro “pita” Chacón, Angulo, “pochi” Páez, Oswaldo Palencia, Rosario Camacho, además de los ya mencionados  Melo y “Cebollita” entre otros. Ese equipo de “puros” chamos ganó la Copa Venezuela del 95, derrotando al Caracas, un equipo que acababa de pagar 250 mil dólares por Stalin Rivas al Standard de Lieja, era un jugadorazo. También tenían a José Luis Dolguetta, quien un par de años antes había sido goleador de la Copa América de Ecuador por encima de jugadores como Batistuta. Ahí empecé a entender la movida: chamitos jugando, llevarlos poco a poco, dos jugadores que iban y venían (los fulanos aleros), coño, entendí al profe dije.

Por cosas de la vida, ese equipo cayó en un letargo de resultados y en la última fecha de la temporada 95 -96 ante 43 personas, incluyendo a los bomberos, perdió la categoría al ser derrotado por el Valencia FC. Era un velorio el Soto Rosa, estaban velando a un muerto.

Mi vida cambió de rumbo, y en 1998, alejado de los medios, del fútbol y del país, en una época en que una carta por Ipostel era mas rápida que la información por Internet. Estuve 10 meses fuera del país, en un remoto lugar en el que me enteraba mas del criquet y béisbol que de fútbol. El día de mi regreso finalmente veo vestigios de venezolanidad. Un diario caraqueño en el avión me daba la gran alegría al saber que Estudiantes había derrotado a Monterrey y estaba enrumbado en la pre pre Libertadores. Yo no cabía en el asiento de tarifa económica, me inflé tanto que casi pido cambio a la Clase Ejecutiva. Y fuimos testigos y parte de esa hazaña académica de la mano de Richard Páez con Estudiantes de Mérida, en la Copa Libertadores. Hubo otra frase del profe que no entendí o me dejo perplejo a medida que el equipo avanzaba de ronda, cuando dijo en la radio “averígüense los pasajes para Japón”. Japón era la sede de aquella Copa “Toyota”, antecesora de la Copa mundial de Clubes. Que osado el profe, pero con la alegría todo era válido.

Luego vino la selección, en la cual no lo quería por siempre haber sido muy fronta.l Recuerdo el último juego del Profe con Estudiantes. Era una noche nostálgica, con pancartas de despedida, pero eso si, con la gran convicción de que el fútbol venezolano iba a cambiar. Uno como amante de la información, se encuentra con muchas fuentes y había un amigo que era mesonero en el Hotel Belenzate, donde se hospedaba la selección. Me dijo “Yo creo que Richard Páez y De Ornelas se van a ahogar hoy, porque mientras ellos hablaban, yo para escuchar la conversación les servía agua a cada rato”. Le dijo que nos iban a golear mucho, pero que tenían que intentar hacer algo diferente”. No lo entendí. Después escuche la frase del profe “Irreverencia” esa frase que no entendía hasta que vi como le empatábamos a Colombia y como le ganábamos a Uruguay, en los primeros juegos del ciclo de Richard Páez.

 Hoy, no se qué va a pedir el profe. Una vez me habló de aleros, otra vez de averiguar pasajes a Japón, y hasta de irreverencia. En ninguna lo entendí hasta que me vi empapado en las cercas celebrando un gol ante Cerro porteño, agarrando y enterándome de sus hazañas por medio de un periódico mientras yo tomaba un avión en el extranjero,  o viendo como La Vinotinto finalmente tenía un avión Charter para si misma, sin olvidar cada histórico resultado. Atrás quedaba aquel avión de guerra en que se viajaba a disputar Copa libertadores. Espero que algún día le entienda, sin que me agarre nuevamente por sorpresa el crecimiento sostenido del fútbol venezolano.

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