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martes, 21 de febrero de 2017

Pero si mi hijo no es portero

En ese juego de Estudiantes contra Monagas, un juego matutino digno de un domingo de relajación y poco utilizado en Venezuela, me dejó con eso que llaman DEJAVU, que en cristiano simple perfecto significa algo así como revivir algo que ya había ocurrido.

Esa mañana estaba yo allí viendo nuevamente a mi hijo en el campo, con la camiseta enfundada de mi equipo No hay mejor regalo para un padre que ver a su hijo sudar la camiseta que le ha inculcado o hasta obligado su padre porque nunca he sabido a ciencia cierta si es también su equipo, porque en una oportunidad coqueteó con el otro equipo de casa, el de la universidad y porque también es difícil enamorarse de un equipo al que no lo ha visto brillar.

No fue su mejor partido, en general creo que estaban contagiados de la misma energía, presión, el corre corre, pero nada les salió y el empate al final fue el reflejo del choque de emociones de orientales y andinos, y si bien un tiempo fue para uno, y el segundo fue para el otro, el resultado fue aceptado al unísono. Cuando escuchabas las declaraciones de los jugadores, pregonaban un reverendo rosario repitiendo que la justicia celestial había imperado en el estadio Metropolitano.

Esa jugada ya con algo de tiempo recorrido, fue la llama que me puso en dos tiempo, no de 45 minutos, no de ese juego ante Monagas, sino aquel día cuando apenas contaba con 5 o 6 años, en la categoría sub 6, cuando jugaba para el equipo B de la universidad, quizás de allí su posible simpatía por ese equipo. No llegó el gordito de siempre, el que se lanzaba de un lado para el otro y con el estómago, la cabeza, la pierna, la mano y a veces hasta con simple simpatía sacaba pelotas. Era el salvador, el ángel del equipo y no tanto por sus dotes santos, sino porque incluíamos dentro de nuestras peticiones de la misa dominical que llegara el portero y llegara a tiempo, ya uniformado, porque su mamá, esa señora no sabía que tenía un hijo que hacía que nuestros domingos en familia fueran mas llevaderos. Pero ese día no apareció, ni tarde, ni arrastrándolo, ni con las espinilleras de cartón.

El profe, el profe que a veces llegaba sin las fichas, o llegaba en la misma buseta que el ángel del equipo, y hasta conversando con la mamá del beato, se le ocurrió la brillante idea de colocar a mi hijo de portero, cuando ese niño no se lanzaba a atajar ni siquiera un pollo. Era un duelo entre el equipo A y el B, uno automáticamente piensa que el A es donde están los mejores, pero a uno lo consuelan y uno mismo se consuela con el hecho de que son lo mismo, o en caso contrario, en el B ven más minutos que si estuvieran en el otro equipo. Pero ese día me enseñaron que ese equipo A realmente si tenía, al menos, a un chamito que desde cualquier parte de la cancha le pegaba y le pegaba duro. Cualquier disparo no tenía opción sino aquella de lanzarse, pero no a dar el espectáculo de una tapada espectacular, sino al fondo del arco a sacar la pelota. Cada disparo del chamito, era una repetición, el mismo disparo potente y mi hijo agachándose sin el mínimo gesto al recogerla.

Una docena de goles, algo así, a cero, a cero, y el profe, tranquilo es para divertirse. Que HDP, se divertían ellos, nosotros no. Yo, en la tribuna, con el firme deseo de mentarle la madre al profe. El tipo no hacía cambios, no pegaba un grito, seguramente no podía asumir ninguna posición porque sus dos equipos estaban allí. Saquen al portero, dijo una vieja, ordinaria la doña, como si es que mi hijo de 90 cm podía oponerse a los zapatazos de metro y medio del chamito. ¿Cómo me le enfrentaba a la vieja gritona? primero sería descortés discutir con una “dama”, segundo no creo que tanta explicación fuera digerida por la misma y tercero iba a estar inmerso en una discusión con alguien que seguramente agarraría el garrote si no le quedaban argumentos. Me callé y esperé que terminara el partido. He pensado que hubiese sido mas terapéutico para mi, mentarle la madre al profe y agarrar a mi hijo, pero con tanto niño allí, hubiese sido aún mas bochornoso.

En las tribunas hay de todo. Padres que creen que el árbitro es el profesor de matemática, que siempre los raspa. Padres que se creen que sus hijos son los salvadores del equipo. Pero también ocurre en los juegos de fútbol profesional, tipos con dos cervezas en la cabeza que por pagar la entrada pueden venir a hacer con los jugadores lo que yo no hice ni con la vieja ni con el profe. Y lo hicieron varias veces, quizás frustrados, con ellos mismos o con el equipos, algunos jugadores no podían pegarle al arco, estaban como timoratos, otros, créanme no podían lanzar un centro, y en una de esa jugadas escuché a la vieja, desde la ultratumba donde seguramente yace su morada, “saquen al portero” no en la misma voz, ni con la misma frase, pero me sentí igual, pero por dios si mi hijo no es portero. 

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